Nuestra sociedad es el resultado de un largo y complejo proceso de evolución. Por medio de atajos cognitivos, podemos notar rápidamente alteraciones en el
ambiente, protegernos de riesgos y amenazas, y alertar a nuestros familiares y cercanos sobre esos riesgos.
Cincuenta mil años de evolución no se borran de un plumazo. El proceso funciona tanto para identificar animales peligrosos en la sabana africana como, hoy, para una plataforma de redes sociales. Así explican Vosoughi, Roy & Aral, en la revista Science, por qué la información falsa en Twitter se propaga más rápido y a más personas que los contenidos verdaderos. Al ser falsa, nuestro cerebro la identifica como novedosa y, por lo tanto, la incorpora y la comparte “por si acaso”. Además, el sesgo confirmatorio nos hace percibir como confiable la información que coincide con nuestras creencias previas. Por eso, basta con sembrar un contenido falso, pero creíble y de tipo normativo, para que nuestros sentidos caigan en la trampa cognitiva.
En 2017, el Inventario Global de Manipulación Organizada en Social Media detectó intentos por manipular la opinión pública en 27 países. Este año, a septiembre eran 48.Más que una anécdota, la propaganda computacional es una nueva forma de hacer primar intereses particulares en la esfera pública.
Las estrategias son múltiples y variadas. Con Trump en 2016 abundaron bots y noticias falsas en Twitter y Facebook. Para el Brexit del Reino Unido, los contenidos basura se propagaron simulando ser noticias. En un estudio de la Escuela de Comunicaciones de la UAI para las elecciones de 2017 descubrimos varias redes de bots que posteaban contenido idéntico hasta en 48 cuentas a la vez. En Brasil, con Bolsonaro, fueron WhatsApp y el Facebook Messenger los espacios para esta propaganda.
Diversos grupos han pedido a Facebook limitar el reenvío de mensajes en Whatsapp, para parar cascadas de contenidos maliciosos. Facebook, hasta ahora, se ha negado. ¿Deben decidir las plataformas comerciales cómo y cuándo proteger nuestros sistemas democráticos?
El mundo académico, los medios y, sobre todo, las instituciones democráticas, deben reconocer y enfrentar estos riesgos. La Unión Europea ya ha comenzado a monitorear y mitigar la desinformación a gran escala, y el Senado de EE.UU. ha tomado el tema como un asunto de inteligencia y seguridad nacional. El desafío es grande y urgente: la discusión en redes sociales tiene consecuencias reales sobre los procesos políticos y sobre las personas.
Publicada en
La Segunda.