Carolina Muñoz Rebolledo tenía 42 años. Murió de un disparo. Lo recibió mientras iba a buscar a su hija de ocho años al colegio. La niña vio la escena. Carolina murió a manos de su ex pareja. Carolina fue el décimo femicidio de un 2019 que apenas comienza su tercer mes.
El asesinato que llevó la fatídica cifra a los dos dígitos ocurrió en Quintero, localidad que ha ocupado la primera plana noticiosa de los últimos meses junto a una particular denominación: “zona de sacrificio”. Aveces hay coincidencias que parecen una mala broma del destino.
En paralelo muchos -y también muchas- siguen deseándonos “feliz” día; los más “jugados” hasta se animan a regalar cajas de chocolates en pleno parlamento. Las redes sociales se llenan de posteos que cuestionan la denominación de 8M para conmemorar el último día de la Mujer, por considerar la fórmula más apropiada para designar grandes desastres “que sí estén a la altura de una tragedia” como el 27F o el 11S. Incluso autoridades del mundo académico, tildan de exageradas las demandas del movimiento o -lisa y llanamente- de ridículas.
Ciertos personajes públicos han centrado el debate -desde un tono bastante academicista- en los distintos tipos y teorías en feminismo, refiriéndose en detalle a las diversas corrientes y sus muy disímiles postulados. Y finalmente, no son pocos los que han dado un uso instrumental de las demandas mientras les añaden apellidos ciertos sectores políticos Este viernes fui a la Plaza Sotomayor con un grupo de académicas de distintas universidades de la V Región tanto públicas como privadas, de las más diversas carreras y orientaciones ideológicas. Marché junto a estudiantes, madres con sus pequeños, funcionarias, trabajadoras, dueñas de casa y hombres (a los que por cierto nadie echó, escupió o recriminó). Todo lo que escuché eran frases como “que todo el territorio se vuelva feminista”, “puede ser tu hija tu madre o tu hermana, esa que asesinan, violan y maltratan”, “todas somos Carolina”, etc. La invitación era abierta, nadie sobraba.
No estoy desconociendo la existencia de diversas corrientes feministas, ni tampoco postulando una suerte de choque de civilizaciones al más puro estilo de Huntington entre hombres y mujeres. Nos toca poner la música, pero a este baile estamos todos y todas invitados.
La construcción es -y debe- ser colectiva. Es un proceso, qué duda cabe, pero necesitamos concientizar y legitimar. Porque en un país donde las mujeres ganan el 30% menos que los hombres; llegan del trabajo a asumir las tareas del hogar; se desempeñan casi en forma exclusiva como cuidadoras de sus padres en la vejez, hijos o parientes con necesidades especiales; ahorran lo mismo y reciben pensiones 15% más bajas que los varones; son castigadas por los planes de salud; han sido acosadas u hostigadas al menos una y probablemente varias veces en su vida; y un largo etc. que con no mucha dificultad usted puede seguir enumerando... la sociedad toda es la que necesita sumarse.
Este viernes lo que se escuchó fue un grito de mujeres y hombres muy diferentes, pero que fueron capaces de unir sus voces a coro por un objetivo común y superior a los troleos y odiosidades que muchas veces nos impiden ver lo realmente importante. Este 8M (sí, porque la cifra de femicidios en Chile es una tragedia) no fuimos el árbol, fuimos el bosque.
Publicado en
El Mercurio de Valparaíso.