To be or not to be

3 de Septiembre 2017 Columnas

Se cita al Comité de Ministros para un lunes temprano. El viernes anterior comienzan a llegar por email decenas de documentos del polémico proyecto Dominga. El ministro Céspedes se retira argumentando que no hubo tiempo para analizar y digerir los argumentos. Pero el golpe blanco ya estaba orquestado. El proyecto se rechaza. Micco sale en defensa de la institucionalidad y del sentido común. El ministro Mena, el héroe político de este capítulo, intentó explicar lo inexplicable usando argumentos de todo tipo. Incluso, después de una respuesta más bien confusa, el ministro de Medio Ambiente termina abruptamente una entrevista radial, argumentando que era un programa que “analizaba inversiones”.

Mientras tanto, el Hamlet de Hacienda masculla el dilema del ser o no ser hasta que finalmente declara que “algunos no tienen el crecimiento dentro de las prioridades más altas”. La Presidenta no lo recibe y le responde en público hablando de “la economía verde y la economía azul” y la preocupación del gobierno por el medioambiente. Entre dimes y diretes, el capítulo termina con la renuncia de todo el equipo económico. Y Valdés, en un gesto simbólico, la anuncia en el mismísimo Ministerio de Hacienda.

Pero como a Bachelet no le entran balas, rápidamente reemplaza a Valdés por Eyzaguirre y a Céspedes por Rodríguez Grossi. Durante su discurso de cambio de gabinete, manteniendo esa porfía y contumacia que algunos voceros todavía prefieren llamar “su determinación” o “sus convicciones”, la Presidenta insistió con el “ciclo de cambios” y el “camino de cambios” que inició su gobierno. Por su parte, el ministro Valdés se despidió hidalgamente aclarando la importancia de que “el sector privado pueda desplegar su iniciativa con reglas claras y estables”, reconociendo que no logró que “todos compartieran esta convicción”. Enseguida, Bachelet, en una actividad de entrega de aguinaldos dieciocheros, agregó que no concibe “el desarrollo a espaldas de las personas, no me imagino un país donde solo importan los números”. Y el viernes reaccionó nuevamente rematando: “Yo siento que, lamentablemente, la política se ha transformado mucho en proyectos más individuales que en proyectos colectivos. Porque es dura la política, es duro para las mujeres todavía, para quienes entraron no desviarse del camino” (sic.).

Ahí están los hechos y algunos dichos. Ahora vamos a las interpretaciones. Aunque es sabido que la relación entre economía y política es compleja -no en vano en sus orígenes se hablaba de economía política y la primera Facultad de Economía en la Universidad de Cambridge (1903) se llamó Faculty of Economics and Politics-, veamos el carácter de Bachelet. Se habla de cómo en estas situaciones ella “afianza su liderazgo y autoridad”. Desde ese inolvidable “cartillazo” a Carabineros el año 2006 -escoltada entonces por el presidente del Colegio de Periodistas, Alejandro Guillier-, los ejemplos del ejercicio de su autoridad sobran. Y vuelve a la memoria el lapidario y tal vez premonitorio diagnóstico del historiador y columnista de este medio Alfredo Jocelyn-Holt, cuando en un seminario, en plena campaña presidencial en agosto del año 2005, encaró a la candidata Michelle Bachelet afirmando: “Pienso que es usted un producto mediático, populista, una carta tapada, no reconocida aún de la fuerza militar”. Es evidente que hay una actitud militar en su manejo de la autoridad o en su forma de gobernar. Valdés lo debe saber.

Sebastián Edwards, en su libro Conversación interrumpida, recuerda cómo en las marchas de trabajadores y obreros un Land Rover, que parecía sacado de una película, se abría paso entre la muchedumbre con un guapo joven rubio al volante y una rubia estupenda flameando la bandera socialista sobre el techo del jeep (pp. 59-60). El joven Edwards, que también vestía una camisa verde oliva, descubrió que era una pareja de estudiantes de Medicina. Eran Michelle Bachelet y Ennio Vivaldi. Bachelet proviene de esa aristocracia socialista en la que, como nos recuerda Orwell, algunos son más iguales que otros. Y por eso es la tribu cercana la que cuenta con su venia y confianza. Entonces, no debe sorprendernos que Eyzaguirre reemplace a Valdés.

Quizá estas dos características contribuyen a explicar su conducta y esa especie de desapego a la realidad. Pareciera no importarle lo que opine la gente. De hecho, al contraponer medioambiente versus crecimiento o al empujar la reforma constitucional a como dé lugar, ignora las grandes prioridades y preocupaciones de la ciudadanía. En la última encuesta CEP, ante la pregunta “¿cuáles son los tres problemas a los que debería dedicar el mayor esfuerzo en solucionar el gobierno?”, las grandes preocupaciones siguen siendo delincuencia, salud, educación, sueldos, empleo y corrupción. En ese orden. En cambio, la reforma constitucional y el medioambiente comparten el lugar número 14. Quizá no estamos tan mal como ella cree en ambos aspectos.

La renuncia de Valdés fue la crónica de una muerte anunciada. Dominga, la gota que rebasó el vaso. A mi juicio, hizo lo correcto, incluso desde el punto de vista republicano. Contrario a lo que pareció sugerir la Presidenta Bachelet, no fue fruto de un “proyecto individual”. Valdés encarnó una señal colectiva potente. Si cabe alguna crítica, quizá Valdés, en su afán de compatibilizar lo “político con lo económico”, cedió demasiado a lo primero.

El del jueves fue un amargo partido para el equipo económico. Pero no es el fin de ‘la roja’. El rule of law -esas “reglas claras y estables” a las que se refirió Valdés en su discurso de despedida- sigue en pie. Y es de esperar que después de este paréntesis sesentero liderado por Bachelet, Chile siga jugando por la copa del progreso.

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