Tiempos mejores para la izquierda

29 de Octubre 2019 Columnas

La izquierda en Chile se ha radicalizado. Atrás han quedado los tiempos de la Concertación en que la izquierda era, todavía, una centroizquierda que rehusaba sumarse a los delirios del PC y otras formas de izquierda radical. Hoy, sin embargo, esa izquierda moderada está arrinconada y deslegitimada por los movimientos más radicales de su propio sector. Estos son tiempos difíciles para esa izquierda, que está en vías de extinción. Y si son tiempos difíciles para esa izquierda, lo son también para el país.

Toda democracia necesita que la izquierda y la derecha sean mayoritariamente moderadas, dialogantes y, en fin, se reconozcan mutuamente como formas legítimas de expresión política. Si eso desaparece, inevitablemente las posturas tenderán a radicalizarse y la democracia se tornará un arreglo extremadamente frágil. Y eso es precisamente lo que está sucediendo.

La “nueva izquierda”, capitaneada por el Frente Amplio, ha ido fagocitando a los sectores más moderados. Como cualquier versión más extrema de cualquier idea, corriente, fe o ideología, sus partidarios son pertinaces, poco realistas y adánicos: están demasiado seguros de sus propias ideas y no están dispuestos a llegar a transacciones para ejecutarlas; se empeñan en ellas, pese a que la historia ha demostrado, una y otra vez, que no son factibles (por ejemplo, la democracia asamblearia); no admiten yerros y, en su parecer, si algo no es perfecto es al mismo tiempo admisible; se creen inmunes a los vicios de sus predecesores y, en realidad, mejor que todos ellos. Y creen todo eso aun cuando fueron sus predecesores —y no ellos— los que tuvieron que hacer frente y padecer una dictadura. Ellos —que en su mayoría crecieron al alero de una democracia próspera— se sienten víctimas del sistema y denuncian un Presidente legítimo y constitucional, con el propósito evidente de hacerle imposible gobernar y de forzarlo a renunciar. Con ello desconocen el resultado de la última elección presidencial. Se sienten legitimados por el clamor popular y —salvo la honrosa excepción de Javiera Parada— legitimados para decidir si un gobierno merece o no continuar en el cargo. Creen encarnar, en sus propósitos y planes, la medida de toda legitimidad democrática. Piñera gobernará según el programa de ellos o no gobernará, independientemente de que, según la Constitución y la ley, sean las elecciones presidenciales el criterio para saber quién debe gobernar y según qué programa.

Carlos Peña ha dicho que muchos de nuestros políticos son niños. Sus dichos encendieron la indignación en las redes sociales. Sin embargo, ante tanto berrinche, ingenuidad y pertinacia es difícil no darle la razón. Y es que, en efecto, si quieren ser tenidos por adultos, deben mostrar primero que son capaces de serenidad y reflexión (por ejemplo, no celebrar y reírse de un senador asesinado, ni reunirse con su asesino en el extranjero para quién sabe qué motivo; ninguno de las torpezas comunicacionales de los personeros del actual gobierno se compara con ese desatino del diputado Boric). Deben mostrar, además, la paciencia que requiere el apego a las instituciones. En simple: si quieren gobernar, deben ganar antes la elección presidencial. No deben intentar atajos irresponsables ni, tampoco, forzar al Ejecutivo a gobernar con el programa que ellos quieren imponerle.

El país se merece una mejor izquierda. Es de suponer que para que esa mejoría tenga lugar, la centroizquierda —la izquierda moderada e institucional— marque sus diferencias con el FA y el PC. Una vez que lo haga es de esperar que vengan tiempos mejores para la izquierda. Si ello ocurre, quizás los tiempos mejores puedan llegar a todos.

*Esta columna fue escrita junto a Nicole Gardella, UAI – CEP.

Publicado en La Tercera.

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