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Sustrato y subtexto

En este primer mensaje de Sebastián Piñera hubo material más que suficiente para develar un sustrato político.
Max Colodro

Max Colodro

Doctor en Filosofía
  • Sociólogo, Doctor en Filosofía y analista político.

Columnista diario La Tercera. Ex director de Estudios del Ministerio Secretaría General de la Presidencia y ex vicepresidente de la Comisión Nacional Unesco-Chile. Columnista, analista político y escritor.

La densidad política de un mensaje presidencial no pasa por el listado de anuncios sectoriales, ni siquiera de aquellos que inauguran un gobierno. Esos anuncios exponen prioridades y énfasis de gestión, pero son las referencias históricas, los conceptos reiterados, las analogías y figuras retóricas, las que finalmente definen la identidad del relato. Y en estos tiempos, esos elementos y dimensiones tienden a ser más bien escasos e imprecisos, cuando no definitivamente inexistentes. Con todo, en este primer mensaje de Sebastián Piñera hubo material más que suficiente para develar un sustrato político, un esbozo de construcción histórica a partir de la cual el Mandatario y su equipo de gobierno pretenden explicarse a sí mismos. El principal punto de referencia de ese subtexto fue el país surgido en la segunda mitad del siglo XX: “un Chile confrontado, sin diálogo ni acuerdos, en que la convivencia cívica se enrareció y nos fuimos convirtiendo en enemigos unos de otro.” La primera gran lección que según Piñera debe sacarse de esa “triste” historia es “la importancia y el valor de la unidad y la amistad cívica, el diálogo, el respeto, la colaboración y la búsqueda de acuerdos.” Y también, “el peligro de los intentos refundacionales y la lógica de la retroexcavadora.” En síntesis, el nuevo gobierno concibe al anterior como una extensión de ese Chile confrontacional, un resabio que vino a romper la continuidad de estos últimos treinta años, en los que el país tuvo progresos extraordinarios precisamente porque logró dejar atrás la falta de acuerdos y los delirios refundacionales. En rigor, dado que la centroizquierda terminó renegando y desafectada de la sociedad construida durante las dos décadas de la Concertación, hoy la derecha acepta sonriente este “regalo histórico” y sale a legitimarlo y defenderlo: una “exitosa y ejemplar transición a la democracia, liderada por el presidente Patricio Aylwin”. Para el actual oficialismo, la anomalía en la trayectoria de ese Chile “exitoso y ejemplar” fue el segundo gobierno de Bachelet, un periodo donde “el progreso se vio interrumpido porque descuidamos el valor de los acuerdos y del crecimiento económico.” O sea, fueron el desprecio a la amistad cívica y el ímpetu refundacional impuestos por la Nueva Mayoría los que trastocaron esa trayectoria, razón por la cual Sebastián Piñera y su gobierno hoy incentivan la búsqueda de consensos en diversas áreas sensibles. En resumen, el valor de los acuerdos, la unidad nacional, la convergencia e incluso el crecimiento económico, son ahora parte de un patrimonio reivindicado por la derecha, dado que la centroizquierda decidió obsequiarlo cuando, a partir de su pérdida del poder en 2010, giró hacia el cuestionamiento de lo realizado durante sus dos décadas en el gobierno. Finalizado el discurso presidencial, la oposición salió a cuestionar las críticas al anterior gobierno, el “sexismo” de ciertos comentarios de Piñera o la imprecisión de algunas medidas. Pero la derecha volvió a confirmar que entiende lo fundamental: la significación histórica de la autoinmolación realizada por la Concertación y el generoso “regalo” del país que ella hizo posible. Publicado en La Tercera.  

Sustrato y subtexto

En este primer mensaje de Sebastián Piñera hubo material más que suficiente para develar un sustrato político.

La densidad política de un mensaje presidencial no pasa por el listado de anuncios sectoriales, ni siquiera de aquellos que inauguran un gobierno. Esos anuncios exponen prioridades y énfasis de gestión, pero son las referencias históricas, los conceptos reiterados, las analogías y figuras retóricas, las que finalmente definen la identidad del relato. Y en estos tiempos, esos elementos y dimensiones tienden a ser más bien escasos e imprecisos, cuando no definitivamente inexistentes. Con todo, en este primer mensaje de Sebastián Piñera hubo material más que suficiente para develar un sustrato político, un esbozo de construcción histórica a partir de la cual el Mandatario y su equipo de gobierno pretenden explicarse a sí mismos. El principal punto de referencia de ese subtexto fue el país surgido en la segunda mitad del siglo XX: “un Chile confrontado, sin diálogo ni acuerdos, en que la convivencia cívica se enrareció y nos fuimos convirtiendo en enemigos unos de otro.” La primera gran lección que según Piñera debe sacarse de esa “triste” historia es “la importancia y el valor de la unidad y la amistad cívica, el diálogo, el respeto, la colaboración y la búsqueda de acuerdos.” Y también, “el peligro de los intentos refundacionales y la lógica de la retroexcavadora.” En síntesis, el nuevo gobierno concibe al anterior como una extensión de ese Chile confrontacional, un resabio que vino a romper la continuidad de estos últimos treinta años, en los que el país tuvo progresos extraordinarios precisamente porque logró dejar atrás la falta de acuerdos y los delirios refundacionales. En rigor, dado que la centroizquierda terminó renegando y desafectada de la sociedad construida durante las dos décadas de la Concertación, hoy la derecha acepta sonriente este “regalo histórico” y sale a legitimarlo y defenderlo: una “exitosa y ejemplar transición a la democracia, liderada por el presidente Patricio Aylwin”. Para el actual oficialismo, la anomalía en la trayectoria de ese Chile “exitoso y ejemplar” fue el segundo gobierno de Bachelet, un periodo donde “el progreso se vio interrumpido porque descuidamos el valor de los acuerdos y del crecimiento económico.” O sea, fueron el desprecio a la amistad cívica y el ímpetu refundacional impuestos por la Nueva Mayoría los que trastocaron esa trayectoria, razón por la cual Sebastián Piñera y su gobierno hoy incentivan la búsqueda de consensos en diversas áreas sensibles. En resumen, el valor de los acuerdos, la unidad nacional, la convergencia e incluso el crecimiento económico, son ahora parte de un patrimonio reivindicado por la derecha, dado que la centroizquierda decidió obsequiarlo cuando, a partir de su pérdida del poder en 2010, giró hacia el cuestionamiento de lo realizado durante sus dos décadas en el gobierno. Finalizado el discurso presidencial, la oposición salió a cuestionar las críticas al anterior gobierno, el “sexismo” de ciertos comentarios de Piñera o la imprecisión de algunas medidas. Pero la derecha volvió a confirmar que entiende lo fundamental: la significación histórica de la autoinmolación realizada por la Concertación y el generoso “regalo” del país que ella hizo posible. Publicado en La Tercera.