Sin limitaciones

10 de Mayo 2018 Columnas

A los 21 años Hawking estuvo internado en un hospital por dos semanas. Mientras se le diagnosticaba una extraña enfermedad que sólo lo dejaría vivir unos años más, tuvo un compañero de habitación que murió de Leucemia. “Cada vez que me he sentido inclinado a tener pena por mí, recuerdo a ese muchacho”, afirmaría muchos años después.

Hawking penetró en la trama de la realidad como pocos.

Junto a Roger Penrose, estableció de manera precisa la inexorable existencia de singularidades que se sigue de las ecuaciones de Einstein. En una de las primeras combinaciones exitosas de la teoría cuántica de campos con la Relatividad General, estableció la necesidad de que los agujeros negros tengan una temperatura inversamente proporcional a su masa. Mientras el agujero emite partículas, pierde masa y su temperatura crece. Este proceso debiera culminar en una espectacular explosión. “Los agujeros negros no son tan negros”, escribió.

Posteriormente, junto a Gaiy Gibbons, estableció que en un universo muy pequeño, pero en expansión, existía una temperatura efectiva similar a la de los agujeros negros. Esto conlleva a que las fluctuaciones térmicas en este universo primigenio den origen a la estructura que vemos en la forma de galaxias hoy en día.

Como todo buen descubrimiento científico, estos hallazgos no hicieron sino plantear nuevas interrogantes. Hawking se dedicó a ellas hasta el último de sus días. “En algunos sentidos, mi enfermedad ha sido una ventaja… He podido dedicarme completamente a mi investigación”, dejaría escrito para la posteridad.

Pero lo que nos fascina de Hawking es otra cosa. Es la pasión que lo movía. Esa energía que lo hizo vivir 55 años desde que se le diagnosticó su enfermedad degenerativa y a afirmar: “He logrado hacer la mayoría de las cosas que he querido… He viajado salvajemente”. Estuvo en Rusia siete veces antes de la caída del Muro de Hierro. Visitó Japón seis veces, China tres veces y todos los continentes, incluyendo la Antártica. Conoció a los presidentes de China, India, Irlanda, Chile (Frei y Bachelet) y los Estados Unidos. Estuvo en un submarino y en caída libre dotando como los astronautas de la estación espacial. Asiduo a conferencias, fiestas y cenas, muchos físicos tuvimos la ocasión de conocerlo en persona. Postrado en una silla de ruedas y hablando a través del movimiento de sus mejillas tuvo un “apasionado y tempestuoso” segundo matrimonio a los 53 años.

Un maravilloso legado de Hawking es este. Recordar que cada día tenemos algo especial que muchos otros ya no. Que tenemos algo que el gran Stephen Hawking ya no tiene, eso que lo hizo vivir una vida sin limitaciones y que él siempre recordó a través de la muerte de su compañero de habitación en el hospital.

Estamos vivos.

Publicado en El Mercurio de Valparaíso.

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