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Sin destino

En los hechos, el drama de la DC está recién comenzando.
Max Colodro

Max Colodro

Doctor en Filosofía
  • Sociólogo, Doctor en Filosofía y analista político.

Columnista diario La Tercera. Ex director de Estudios del Ministerio Secretaría General de la Presidencia y ex vicepresidente de la Comisión Nacional Unesco-Chile. Columnista, analista político y escritor.

Andrés Zaldívar tiene razón: más que ideológico, el dilema que enfrenta la DC es ‘táctico’ y, sobretodo, ‘estratégico’. Hoy las fuerzas políticas de centro se encuentran vacías de contenido e incapacitadas para representar a una sociedad de clase media, donde la lógica del consumo se ha convertido en el principal vector de cambio cultural. En el Chile actual, el verdadero ‘centro’ no lo representa un actor bisagra o equidistante de derecha e izquierda, sino más bien ese enorme contingente de población que no se identifica con partidos políticos y tampoco tiene interés en ir a votar. Con todo, esa realidad empezó a cambiar a partir de 2010, cuando la derecha se convierte en alternativa de gobierno y la centroizquierda decide que la mejor manera de enfrentar dicho desafío es radicalizándose; una decisión cuyo primer acto fue el asesinato del legado de la Concertación, para instalar después la idea de que era imperativo hacerle correcciones de fondo al ‘modelo’. En dicha circunstancia, la DC simplemente opta por subirse al carro de la polarización, sumándose sin más a una inédita coalición donde la izquierda -ahora con el PC incluido- tiene ya una hegemonía incontrarrestable. Pero la Nueva Mayoría equivocó el diagnóstico y no logró nunca dimensionar el profundo compromiso que las capas medias tienen con los avances generados por la modernización. Corolario de dicha incapacidad fueron la histórica derrota de la centroizquierda y la irrupción del Frente Amplio, un actor que precisamente viene a encarnar los cuestionamientos al Chile de las últimas décadas, que la propia ex Concertación se encargó de alimentar. En este esquema, la DC se quedó sin más alternativa que ser el irrelevante vagón de cola de la izquierda, ‘arroz graneado’ como lo llamó el exministro Mario Fernández. Por insólito que parezca, hoy el Chile de la Concertación lo encarna la derecha, mientras que sus autores originales se quedaron sin proyecto histórico. La Falange llega así al final de un camino en el que solo existe una bifurcación: o sigue aliada de una izquierda que para volver a ser mayoría ya no solo requerirá del PC sino también del FA, o se descuelga de esa alternativa y escoge la convergencia con la derecha. Cuando la centroizquierda decidió defenestrar al país construido por ella misma, los más fieles representantes de ese ethos histórico se quedaron sin legitimidad ni espacio político. El destino que en la última elección compartieron las candidaturas del expresidente Lagos y Carolina Goic fue la mejor confirmación de dicho ocaso. La DC y el núcleo ‘socialdemócrata’ son hoy día los grandes damnificados de este imperativo de la polarización, con el que las fuerzas de centroizquierda creyeron poder exorcizar a ese Chile donde la derecha se convirtió en opción de gobierno. Pero no, la polarización fue solo la trampa que la centroizquierda se puso a sí misma, el paso en falso que hoy tiene al Frente Amplio como la cada vez más consolidada alternativa ante la derecha. La DC apostó en 2013 por Michelle Bachelet, es decir, por el camino más fácil para retornar a los privilegio del poder. Y esa fue al final su perdición: renegar de los logros de la transición para empujar un ciclo donde a la larga no tendría cabida. En los hechos, el drama de la DC está recién comenzando. Publicada en La Tercera.

Sin destino

En los hechos, el drama de la DC está recién comenzando.

Andrés Zaldívar tiene razón: más que ideológico, el dilema que enfrenta la DC es ‘táctico’ y, sobretodo, ‘estratégico’. Hoy las fuerzas políticas de centro se encuentran vacías de contenido e incapacitadas para representar a una sociedad de clase media, donde la lógica del consumo se ha convertido en el principal vector de cambio cultural. En el Chile actual, el verdadero ‘centro’ no lo representa un actor bisagra o equidistante de derecha e izquierda, sino más bien ese enorme contingente de población que no se identifica con partidos políticos y tampoco tiene interés en ir a votar. Con todo, esa realidad empezó a cambiar a partir de 2010, cuando la derecha se convierte en alternativa de gobierno y la centroizquierda decide que la mejor manera de enfrentar dicho desafío es radicalizándose; una decisión cuyo primer acto fue el asesinato del legado de la Concertación, para instalar después la idea de que era imperativo hacerle correcciones de fondo al ‘modelo’. En dicha circunstancia, la DC simplemente opta por subirse al carro de la polarización, sumándose sin más a una inédita coalición donde la izquierda -ahora con el PC incluido- tiene ya una hegemonía incontrarrestable. Pero la Nueva Mayoría equivocó el diagnóstico y no logró nunca dimensionar el profundo compromiso que las capas medias tienen con los avances generados por la modernización. Corolario de dicha incapacidad fueron la histórica derrota de la centroizquierda y la irrupción del Frente Amplio, un actor que precisamente viene a encarnar los cuestionamientos al Chile de las últimas décadas, que la propia ex Concertación se encargó de alimentar. En este esquema, la DC se quedó sin más alternativa que ser el irrelevante vagón de cola de la izquierda, ‘arroz graneado’ como lo llamó el exministro Mario Fernández. Por insólito que parezca, hoy el Chile de la Concertación lo encarna la derecha, mientras que sus autores originales se quedaron sin proyecto histórico. La Falange llega así al final de un camino en el que solo existe una bifurcación: o sigue aliada de una izquierda que para volver a ser mayoría ya no solo requerirá del PC sino también del FA, o se descuelga de esa alternativa y escoge la convergencia con la derecha. Cuando la centroizquierda decidió defenestrar al país construido por ella misma, los más fieles representantes de ese ethos histórico se quedaron sin legitimidad ni espacio político. El destino que en la última elección compartieron las candidaturas del expresidente Lagos y Carolina Goic fue la mejor confirmación de dicho ocaso. La DC y el núcleo ‘socialdemócrata’ son hoy día los grandes damnificados de este imperativo de la polarización, con el que las fuerzas de centroizquierda creyeron poder exorcizar a ese Chile donde la derecha se convirtió en opción de gobierno. Pero no, la polarización fue solo la trampa que la centroizquierda se puso a sí misma, el paso en falso que hoy tiene al Frente Amplio como la cada vez más consolidada alternativa ante la derecha. La DC apostó en 2013 por Michelle Bachelet, es decir, por el camino más fácil para retornar a los privilegio del poder. Y esa fue al final su perdición: renegar de los logros de la transición para empujar un ciclo donde a la larga no tendría cabida. En los hechos, el drama de la DC está recién comenzando. Publicada en La Tercera.