¿Sigue existiendo pinochetismo en la derecha?

15 de Septiembre 2018 Columnas

La semana del dieciocho es un paréntesis nacional. Todo pasa “o antes o después del dieciocho”. Pero el paréntesis no solo es en las agendas personales de los chilenos, el dieciocho de septiembre se ha transformado en el paréntesis entre la conmemoración del golpe de Estado y la del plebiscito de 1988.

El paréntesis este año es más largo y los dos extremos son particularmente intensos. Mal que mal 45 años y 30 años son cifras emblemáticas.

La primera conmemoración ya pasó. Y el problema de cómo llegamos a lo que llegamos volvió a quedar sin respuesta, pese a que salieron los mismos argumentos de siempre. La corrupción, el mal gobierno de una minoría, la legitimación de la vía armada en el congreso socialista en Chillán, el apoyo de la CIA, la prensa irresponsable, el fracaso de la clase política, etc., etc., etc. Las cosas que hemos oído una y mil veces.

Este año, Piñera consiguió que la conmemoración pasara relativamente desapercibida. No era el momento de levantar polvareda, no había espacio para volver a hablar de “cómplices pasivos”. Más bien había que cuidar la casa. Y a la coalición de gobierno…

Pero cuando se descuelguen las banderas chilenas y con la resaca a cuestas, será -inevitablemente- el turno del plebiscito. Y ahí la reflexión no se podrá soslayar. Mal que mal 30 años son 30 años.

El problema para la derecha es que el apoyo al golpe se puede explicar, pero el SÍ al plebiscito no. El desastre de Allende hizo que una mayoría importante hubiera estado de acuerdo con una intervención como única salida posible. Al final, la elección era entre una dictadura militar o una más que probable dictadura comunista. Eso hizo que los Aylwin, los Frei y tantos otros estuvieran del lado de los golpistas.

Pero una cosa es apoyar a Pinochet en 1973 y otra es hacerlo en 1988.

¿En qué estaba pensando la derecha en querer prolongar ocho años más el mandato de Pinochet? ¿En qué estaban pensando especialmente, no los fanáticos incondicionales, sino que el sector que creía en la democracia, que impulsó el Acuerdo Nacional y que trató de que el candidato no fuera Pinochet? ¿Cómo pudieron terminar votando que SÍ?

Algunos, como el ministro Andrés Chadwick, hicieron una autocrítica. La mayoría, sin embargo, ha preferido que siga corriendo el calendario, para que cada día que pase se esté un poco más lejos de ese momento. Y así, el mea culpa sigue pendiente.

Pero peor aún: si apoyar a Pinochet en 1973 puede ser explicable y en 1988 no; todavía es peor pensar que en 2018 siga existiendo pinochetismo en la derecha. No fueron suficiente los muertos, no fueron suficientes las ausencias de libertades más mínimas, no fue suficiente la corrupción. La paradoja es que, con más o menos cafeína, el pinochetismo sigue corriendo en las venas de un amplio sector de la derecha.

Y si bien solo José Antonio Kast y otro minúsculo grupo abiertamente lo dice, hay muchos otros que, en el fondo de sus casas, con las cortinas cerradas y con la luz en bajo voltaje, siguen manteniendo su simpatía por Pinochet. En un rincón, en un papel o en un cajón.

Es esperanzador que haya surgido un grupo como Evópoli que, ayudado por el recambio generacional, se haya alejado de verdad del pinochetismo. Existen algunos otros que también lo han hecho (como Bellolio en la UDI) pero la gran mayoría prefiere callar, no se arrepienten de haber querido prolongar una dictadura y mantienen su simpatía por Pinochet Ugarte.

Curiosamente -coincidencia o no- el destino no ha permitido que alguien de los del SÍ acceda a la Presidencia. La centroderecha sólo lo logró con Piñera que estuvo en el NO. Es probable que ese “fatum” se mantenga, y que nunca acceda al poder alguien que votó que SÍ.

Publicada en El Mercurio.

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