Si vamos a cambiar la Constitución, juguemos Simcity

17 de Junio 2021 Columnas

Ante el cambio de la constitución algunos están temerosos de que las modificaciones alteren tanto las condiciones del sistema económico que muchos inversores se vayan del país y lleven sus negocios a otra parte. Pero la idea de un cambio constitucional es precisamente alterar las reglas del juego, lo que traerá como consecuencia lógica que muchos inversores preferirán irse. Es lo esperable pero no necesariamente algo indeseable pues la idea es que, mientras unos inversionistas se van, aparezcan otros para aprovechar las oportunidades que el cambio debe crear; modificando nuestra matriz económica que, hasta la fecha, es básicamente extractivista y de servicios asociados a dicha actividad. La pregunta no es si un cambio constitucional desmantelará el actual estado de cosas, sino si estará lo suficientemente bien pensado como para crear un escenario mejor que favorezca la llegada de inversores que sintonicen con él.

Recuerdo el juego Simcity3000, donde se simulaba la creación de una ciudad partiendo con recursos escasos. Rápidamente faltaban los fondos, y aparecían opciones para aumentar las arcas fiscales, como legalizar el juego y poner un casino (aumentando la criminalidad); instalar una cárcel de alta seguridad (bajando la deseabilidad del terreno cercano), arrendar espacio a vecinos para dejar su basura en nuestro territorio (creando zonas de sacrificio, cayendo la deseabilidad y aumentando problemas de salud), o pactando con la mafia a cambio de dinero. Bajo esas condiciones la ciudad se llenaba de industrias contaminantes, la deseabilidad caía en picada, aumentaba la criminalidad, la gente manifestaba su descontento en las calles, el valor del terreno bajaba y, en definitiva, era imposible que la ciudad creciera mucho más allá a partir de cierto punto.

Para mejorar había que eliminar los vertederos, cancelar los acuerdos sucios, cambiar plantas de energía contaminante por otras de energía limpia, invertir más en educación, en salud, en seguridad, en parques, asegurar cobertura de servicios como luz y agua para todos, racionalizar el transporte. ¿El resultado? de a poco desaparecían las industrias contaminantes y eran reemplazadas por empresas de tecnología, aumentaba el valor del terreno, la deseabilidad se iba a las nubes y la ciudad se densificaba, crecía y prosperaba.

Era todo complejo y sistémico, y un buen jugador necesitaba un sutil equilibrio entre cuidar los recursos, manteniendo impuestos en un nivel justo, a la vez que hacer las inversiones adecuadas. Lo más crítico era estar pendiente de los efectos de cada decisión para introducir los ajustes correctos. Y para eso, atender a lo que expresaba el ciudadano de la calle era tanto o más importante que sólo revisar el indicador global de aprobación. Gran entrenamiento para vislumbrar las complejas dimensiones de definir una buena estrategia de desarrollo territorial.

Era solo un juego pero muy lógico, coherente y con enseñanzas. Que si queremos hacer cambios importantes, debe haber cambios en todo de manera sistémica; que los efectos son graduales, que hay que testear permanentemente el impacto de las decisiones, que la transición debe hacerse con cuidado; y que se requieren decisiones políticas responsables, coherentes y bien pensadas. Lo mismo que necesitamos para sustentar el cambio de fondo que Chile necesita.

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