Si Hobbes fuera consejero de Piñera

29 de Octubre 2019 Columnas

Desde Sócrates, existe una tensión entre la filosofía sobre la vida política y la vida política activa. En situaciones como las que vivimos, donde han existido militares en las calles, casos de abusos indignantes en materia de derechos humanos, varios días donde sectores vulnerables han estado sometidos a la delincuencia (la cual nada tienen que ver con las legítimas reivindicaciones ciudadanas), un gobierno extraviado, más una oposición infantilizada, podría suponerse que la filosofía lo mejor que puede hacer es callar. Pero podría ser útil detenerse en algunos aspectos del primer gran teórico del estado moderno, el inglés Thomas Hobbes (S.XVII).

¿Puede un clásico como este ayudar a reflexionar sobre un problema en una sociedad y tiempo tan distintos al suyo? Veamos.

Más de algunos han evocado su figura y la necesidad de superar el llamado “estado de naturaleza”, como un escenario que describiría la encrucijada del gobierno estos días: se requeriría del despotismo para reinstaurar el orden.  ¿Cómo se podría explicar brevemente el estado de naturaleza? Simplificando: Si uno se retrotrae a la existencia previa de la sociedad, sin nada en común (ni cultura ni valores etc.), sin autoridad reconocible alguna, por varios factores, tales como la confluencia del desear lo mismo, nos encontraríamos en una situación de guerra de todos contra todos que resultaría en un temor generalizado de perder la propia vida. Como naturalmente no existirían los mejores dotados para gobernar o los que por naturaleza deben ser súbditos, nadie podría, individual o grupalmente, imponer el orden necesario, con la cual la vida sería “solitaria, pobre, miserable, bruta y breve”.  La única forma para salir de esa situación es el surgimiento vía contrato del “Estado”, el cual monopolizaría el uso de la fuerza. Esto mostraría la necesidad de la existencia del estado, de su derecho que nos protege, y los beneficios de la vida en sociedad que garantiza. Y por ende la irracionalidad de desafiar su autoridad y de irrespetar el estado de derecho. Por eso mismo, el estado y el soberano, por el bien de todos, tendría la obligación principal de mantener el orden y la paz. Quienes han recordado a Hobbes como un aval para justificar lo obrado por el “soberano Sebastián Piñera” por medio de militares a la calle, estados de excepción y así recuperar el orden y la disciplina, olvidan muchas de las variantes que para Hobbes son parte de la protección y obligación del estado para con los ciudadanos.

Hobbes, cual consejero, indica los elementos que determinarían el conflicto político y social. A su juicio se requiere comprender lo que busca cada individuo para entender la finalidad del estado como articulador de la vida en sociedad. Todos buscaríamos la felicidad, la cual consistiría en el proceso interminable de desear, el cual no finaliza hasta nuestra muerte. Esa dinámica del “deseo” marcaría la política. El orden y la paz serían solo un medio para generar las condiciones de su realización. ¿Qué se podría aprender respecto de esto? No existen crisis políticas de orden en cuanto orden, las hay de deseos insatisfechos, frustraciones, eso desataría el desorden. El problema de Piñera es que sus reacciones iniciales fueron, como un mediocre lector de Hobbes, buscar despóticamente restablecer el orden público. Como si repentinamente, de modo fortuito o como indicó Cecilia Morel: como un ataque alienígena, una horda de descontrolados hubiese iniciado una sistemática destrucción. Un escenario trasladado de Hollywood a Santiago, Spielberg hecho realidad, sin explicación ni prevención posible.  Falso. Se ha alertado, hasta el cansancio, que la brutal desigualdad de nuestra sociedad requiere de transformaciones sociales y políticas profundas, no cosméticas. Nuestra elite política y económica se ha negado a atender y entender esa realidad, eso generó esta explosión por frustración de deseos y desesperanza. Existieron situaciones de emergencia de seguridad personal y de bienes, especialmente entre quienes se encuentran en los sectores más vulnerables de las ciudades y deben ser atendidas con urgencia, pero ese no es el problema político.

Es interesante detenerse por lo que Hobbes entiende por la protección de los ciudadanos y que dicen relación con las obligaciones del estado y el soberano. En su obra más famosa, el Leviatán , señalará que “La seguridad de las personas exige, (…)de aquellos que tienen el poder soberano, que la justicia se administre igualmente a todos los niveles de personas; es decir, que tanto los ricos y poderosos, como las personas pobres y sin poder , pueden recibir reparo de las heridas que les causaron; así como que los poderoso no puedan tener impunidad, cuando cometen violencia, deshonra o cualquier lesión al más débil,(…) porque en esto consiste la equidad” y en la edición en latín , agrega. “Le pertenece al soberano ver que el cuerpo común de ciudadanos no está oprimido por los poderosos, y mucho más que él mismo (el soberano) no los oprima por el consejo de los poseen poder… Porque la gente común es la fuerza de la comunidad … Si los ciudadanos poderosos, porque son poderoso, exigen reverencia debido a su poder, ¿por qué no debería ser venerada la gente común, porque son muchos y mucho más poderosos? (…) La gente común no debe ser provocada ni siquiera por reyes; mucho menos por los conciudadanos (por muy poderosos que sean)” Parte de la rabia de nuestra sociedad es que percibe el modelo como uno que no combate el abuso, lo facilitaría.  El ciudadano se considera desprotegido frente aquel que posee poder, ¿no es cierto eso acaso? Lo interesante es que, para un autor como Hobbes, de ser así, es una falla del soberano. Es el mismo estado el que crearía las condiciones para su crisis. El estado, al final es para Hobbes un dispositivo para evitar la opresión de la ciudadanía, tanto de fuerzas externas como internas, por eso requiere de un gran poder, para someter a los “grandes”, grupos, movimientos, e inclusive limitar la capacidad de influir por manipulación de la conciencia o abuso económico de instituciones como la Iglesia Católica. Se puede aprender de un clásico como este sobre la naturaleza de los conflictos, la función protectora del estado y como de la falta de esta, se seguirá un debilitamiento de la misma comunidad política. El estado podría, el mismo, propiciar el retorno al estado de naturaleza. Es curioso el que algunos frente a la situación que vivimos hayan esbozado una suerte de nihilismo valórico: todos somos responsables como sociedad. Semejante anarquismo, como si viviéramos en una sociedad “sin amo ni soberano”, no resiste análisis. El primer responsable es quien ejerce el gobierno, quienes deben legislar, más la elite económica y social.

En un régimen parlamentario, con seguridad, el gobierno hubiese caído, pero el nuestro no lo es. Si Piñera realiza cambios superficiales, tanto en el gabinete como de agenda, estaría disociado de la realidad; su coalición sin percatarse que la historia los está arrollando.  Hobbes en su obra, El Ciudadano, si bien manifiesta su preferencia por la monarquía, afirma la validez de las tres formas clásicas de gobierno, todas ellas, originariamente, derivan su legitimidad de la democracia, por medio de una asamblea soberana de iguales. Su idea de democracia es más radical que la nuestra: implica momentos constituyentes. La democracia   debía cumplir tres condiciones: voto mayoritario; reuniones regulares de la asamblea soberana; y el ejercicio del poder por parte de ministros entre una reunión y la otra de la asamblea. Lo que nos muestran las últimas manifestaciones es que se requiere recobrar legitimidad, la democracia es su única fuente, para lo cual se necesita avanzar hacia un proceso ordenado de nueva constitución generada participativamente y un nuevo pacto social-económico, en suma, un nuevo contrato social.

Publicado en La Tercera.

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