Sequía regional, una emergencia relativa

12 de Agosto 2019 Columnas

El intendente regional, Jorge Martínez, acaba de declarar zona de emergencia agrícola a la Región de Valparaíso por el creciente déficit de precipitaciones que acumula la zona y que alcanza al menos un 70%.

La medida, se señala, permitirá financiar situaciones o gastos no previstos “causados por fenómenos climáticos y/o catástrofes naturales y/o situaciones de emergencia o de daño productivo que afecten a productores agrícolas o habitantes rurales, previamente definidos por resolución fundada del ministro de Agricultura”.

Los datos que ha publicado este diario respecto a que estamos frente a una crisis son, a todas luces, indiscutibles, dramáticos y preocupantes. No obstante, surge la duda de si estamos, en estricto rigor, frente a una emergencia en el sentido literal de la palabra.

 Nos referimos a que hablamos de emergencia cuando un hecho sobreviene, es decir, surge de forma improvisada y, por tanto, requiere de medidas extraordinarias para poder hacerle frente. Las emergencias son cosas que, valga la redundancia, emergen de forma imprevista. Por esta razón, vale la pena preguntarse hasta qué punto le podemos echar la culpa de las dramáticas consecuencias al cambio climático o más bien a la falta de previsión.

Y es que no hay que retroceder demasiado en el tiempo para darse cuenta que, a inicios del siglo XXI, un estudio sobre vulnerabilidad en Chile mostraba que nuestro país podría verse “altamente afectado por disponibilidad del recurso hídrico, en particular, en la zona central que es eminentemente agrícola”.

La cita aparecía consignada en la introducción a una “Estrategia nacional de cambio climático”, publicada el año 2006, y en la que además se advertía: “En cuanto a la precipitación anual, se predijeron cambios superiores al 30% en algunas áreas del país para el año 2040. Entre ellas, la zona central muestra una significativa disminución de este parámetro”.

Dos años más tarde, y como parte de esta misma estrategia, se desarrolló un “Plan de Acción Nacional para el cambio climático 2008-2012”. En este trabajo, se insistía en la escasez de precipitaciones y que las zonas más críticas se localizan en el norte y centro del país, frente a lo cual se proponía una serie de medidas. Entre ellas, se establecía la necesidad, además de un conjunto de estudios, impulsar la construcción de plantas desalinizadoras y ejecutar concursos de tecnificación  de la Ley de Fomento al Riego en un periodo entre el 2008-2010.

Algunas de estas medidas se llevaron cabo, además de seguirse desarrollando planes bajo los mismos principios, pero, sin lugar a dudas, ninguna autoridad o ninguno de los gobiernos, incluyendo Piñera, se tomó el problema realmente en serio. Era mucho más popular ofrecer educación “gratuita” que prometer embalses y aquí estamos, en el 2019, sufriendo las consecuencias.

Lamentablemente, la experiencia internacional de los países subdesarrollados, que no hemos sido capaces de elaborar planes para el manejo del agua y su reutilización, nos traslada hasta Ciudad del Cabo en Sudáfrica. Aquí la población no estuvo consciente del problema de la sequía hasta que le cortaron el agua. Solo en ese instante, comenzó el ahorro. Tal como expuso el gerente de Esval en las páginas de este diario, la experiencia demostró que el problema de la escasez hídrica no se considera como real, mientras el agua siga saliendo de la llave como siempre.

Quizás ha llegado la hora de asumir esta realidad y comenzar a realizar esfuerzos compartidos. Primero de la autoridad para elaborar, en serio, una estrategia a largo plazo y no zafar con estados de emergencia, cuando todo lo que ha ocurrido estaba presupuestado a que iba a suceder. De las empresas, haciendo inversiones relevantes, y de los usuarios, comenzando a tener conciencia de economizar el agua desde cuando nos lavamos los dientes en la mañana hasta cuando volvemos a hacerlo en la noche.

Esperemos que no llegue el día en que el título de “Ciudad Jardín” y el mismo “Reloj de Flores” se conviertan en estigmas de una sociedad que, inconsciente de los cambios, se dedicó a derrochar el agua, en vez de cuidarla para las futuras generaciones.

Publicada por El Mercurio de Valparaíso.

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