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Sensibilidades y tonterías

Estas pretensiones de censura no son nuevas. De un modo u otro, ellas siempre han ido a la par del despliegue creativo, como sombras de la estupidez y pequeñez humana.
Daniel Loewe

Daniel Loewe

PhD en Filosofía
  • PhD in Political and Moral Philosophy, Eberhard Karls Universität Tübingen, Alemania, 2001.
  • Licenciado en Filosofía, Pontificia Universidad Católica de Chile, 1994.

Sus áreas de especialización son filosofía política, filosofía moral y ética, con especial énfasis en teorías igualitarias, multiculturalismo, teorías liberales, ética de los animales, ética del medioambiente y teorías de justicia internacional. Junto al desarrollo de numerosos proyectos de investigación s...

Las novelas de Agatha Christie serán revisadas para eliminar referencias étnicas, insultos o lo que pudiese considerarse como lenguaje ofensivo. Antes había sido el turno de Roal Dahl (Charlie y la fábrica de chocolate) y de Ian Fleming, para perfilar así un James Bond políticamente correcto. ¿Se justifican estos emprendimientos editoriales de reescritura?

En las editoriales los “lectores de sensibilidad” están de moda. Su función consiste en detectar lo que pudiese retrotraerse a prejuicios o resultar ofensivo para los lectores. Las intenciones que animan estos esfuerzos son educativas y preventivas: evitar herir sensibilidades. Pero ¿por qué en la literatura, así como otras manifestaciones artísticas, se debería evitar herir sensibilidades y transmitir los mensajes educativos que alguna editorial, burócrata, o miembro de alguna facultad de estudios culturales, considera correctos?

En el mundo de las artes (y no sólo en ese mundo) estas son pretensiones en muchos sentidos idiotas. Note que los “lectores de sensibilidad” ofician como censores directos (incluso post mortem), e indirectos, en tanto propician la autocensura, limitando así la libertad artística y de expresión. Pero si las sensibilidades de terceros fueran un criterio aceptable para limitar libertades, ni usted ni yo deberíamos poder salir a la calle, porque, le aseguro, siempre habrá personas cuyas sensibilidades sean heridas por su presencia (su ropa, sus tatuajes, su modo de hablar y de moverse, su imagen, su preferencia sexual, etcétera). Las sensibilidades humanas, y con ellas las posibilidades de sentirse ofendido, tienden al infinito, y así tienden también las pretensiones restrictivas de la libertad de los nuevos burócratas de la moral.

No hay ninguna razón aceptable para que una editorial (o un Estado liberal, si esto fuese política ministerial) aspire a proteger a sus lectores de verse confrontados con expresiones literarias que puedan herir sus sensibilidades modificando la obra (siempre puede optar por no publicarla). La labor editorial debe consistir en llevar la creación artística del mejor modo a los lectores y no, la de realizar mejoramientos éticos a las criaturas. Por lo demás, no olvide que confrontar a las personas con sus miedos, ascos, deseos, etcétera, y así, ofender y herir sensibilidades, es muchas veces una aspiración de la creación artística.

Por supuesto, estas pretensiones de censura no son nuevas. De un modo u otro, ellas siempre han ido a la par del despliegue creativo, como sombras de la estupidez y pequeñez humana. Durante mucho tiempo eran los conservadores de la moral los que oficiaban de “lectores de sensibilidad” (recuerde El amante de lady Chatterley). También lo han sido los defensores de la integridad religiosa, que han propuesto (así lo hicieron con ocasión del affaire Rushdie) que el arte no debería referir a personajes y símbolos religiosos en modos que pudiesen resultar ofensivos a las sensibilidades de los creyentes. Ahora lo hacen los progresistas, las nuevas almas bellas. Y es que estos progresistas tienen mucho en común con los conservadores morales y religiosos: ambos suelen ser puritanos, tener una elevada imagen moral de sí mismos, y les encanta el olor de la carne de bruja chamuscada.

Publicada en La Segunda.

Sensibilidades y tonterías

Estas pretensiones de censura no son nuevas. De un modo u otro, ellas siempre han ido a la par del despliegue creativo, como sombras de la estupidez y pequeñez humana.

Las novelas de Agatha Christie serán revisadas para eliminar referencias étnicas, insultos o lo que pudiese considerarse como lenguaje ofensivo. Antes había sido el turno de Roal Dahl (Charlie y la fábrica de chocolate) y de Ian Fleming, para perfilar así un James Bond políticamente correcto. ¿Se justifican estos emprendimientos editoriales de reescritura?

En las editoriales los “lectores de sensibilidad” están de moda. Su función consiste en detectar lo que pudiese retrotraerse a prejuicios o resultar ofensivo para los lectores. Las intenciones que animan estos esfuerzos son educativas y preventivas: evitar herir sensibilidades. Pero ¿por qué en la literatura, así como otras manifestaciones artísticas, se debería evitar herir sensibilidades y transmitir los mensajes educativos que alguna editorial, burócrata, o miembro de alguna facultad de estudios culturales, considera correctos?

En el mundo de las artes (y no sólo en ese mundo) estas son pretensiones en muchos sentidos idiotas. Note que los “lectores de sensibilidad” ofician como censores directos (incluso post mortem), e indirectos, en tanto propician la autocensura, limitando así la libertad artística y de expresión. Pero si las sensibilidades de terceros fueran un criterio aceptable para limitar libertades, ni usted ni yo deberíamos poder salir a la calle, porque, le aseguro, siempre habrá personas cuyas sensibilidades sean heridas por su presencia (su ropa, sus tatuajes, su modo de hablar y de moverse, su imagen, su preferencia sexual, etcétera). Las sensibilidades humanas, y con ellas las posibilidades de sentirse ofendido, tienden al infinito, y así tienden también las pretensiones restrictivas de la libertad de los nuevos burócratas de la moral.

No hay ninguna razón aceptable para que una editorial (o un Estado liberal, si esto fuese política ministerial) aspire a proteger a sus lectores de verse confrontados con expresiones literarias que puedan herir sus sensibilidades modificando la obra (siempre puede optar por no publicarla). La labor editorial debe consistir en llevar la creación artística del mejor modo a los lectores y no, la de realizar mejoramientos éticos a las criaturas. Por lo demás, no olvide que confrontar a las personas con sus miedos, ascos, deseos, etcétera, y así, ofender y herir sensibilidades, es muchas veces una aspiración de la creación artística.

Por supuesto, estas pretensiones de censura no son nuevas. De un modo u otro, ellas siempre han ido a la par del despliegue creativo, como sombras de la estupidez y pequeñez humana. Durante mucho tiempo eran los conservadores de la moral los que oficiaban de “lectores de sensibilidad” (recuerde El amante de lady Chatterley). También lo han sido los defensores de la integridad religiosa, que han propuesto (así lo hicieron con ocasión del affaire Rushdie) que el arte no debería referir a personajes y símbolos religiosos en modos que pudiesen resultar ofensivos a las sensibilidades de los creyentes. Ahora lo hacen los progresistas, las nuevas almas bellas. Y es que estos progresistas tienen mucho en común con los conservadores morales y religiosos: ambos suelen ser puritanos, tener una elevada imagen moral de sí mismos, y les encanta el olor de la carne de bruja chamuscada.

Publicada en La Segunda.