La heterogénea composición social y cultural de la Convención Constitucional habla del Chile diverso que somos actualmente, pero que hasta ahora no había tenido una expresión institucional con tal fuerza simbólica como la encarnada por este organismo.
La diversidad en los cuerpos de decisión –sea un directorio de una empresa, o una institución pública- permite que las decisiones sean no solo más receptivas a los cambios del entorno, sino también eficaces, al integrar miradas distintas y romper las dinámicas de “groupthink” (Janis, 1989), propias de grupos homogéneos que tienden a descartar cursos alternativos de actuación. Sin embargo, los procesos de decisión en entidades más diversas requieren de más tiempo y esfuerzos en un inicio, frente a eventuales dificultades para coordinarse entre quienes no comparten marcos cognitivos ni repertorios de acción.
Ante ello, todo órgano de esta naturaleza –incluyendo nuestra Convención- tiene ante sí al menos dos desafíos. Primero, establecer y respetar valores básicos de convivencia e interacción, así como normas y procedimientos que le permitan proceder a lo largo del tiempo en forma colectiva. Segundo, es fundamental que sus miembros tengan una sincera disposición a la deliberación; esto es, usando los términos de la Teoría de la Acción Comunicativa de Jürgen Habermas, dejarse llevar por el mejor argumento. Para esto, es fundamental romper los estereotipos y prejuicios respecto a los actores que participan en la conversación. En estos tiempos de mayor polarización, las categorizaciones simplificadoras respecto a los otros se recrudecen y nos predisponen a rechazar argumentos de antemano antes que a escucharlos.
Seguir estos criterios básicos es posible; así nos mostró Carmen Gloria Valladares, secretaria relatora del Tricel, el domingo 4 de julio, en la instalación de Convención Constitucional. Ella no solo siguió los procedimientos, sino que les dio sentido y los dignificó. Ante el surgimiento de controversias, su respuesta fue escuchar a unos y otros, sin perder nunca de vista el propósito común: “Queremos hacer una fiesta de la democracia y no un problema”, dijo solemnemente. Actuó de acuerdo a reglas, aunque con flexibilidad y empatía. En fin, ella nos volvió a reafirmar que las normas y el respeto a ellas otorgan una legitimidad legal y racional, tal como el sociólogo Max Weber conceptualizó a principios del siglo XX.
Valladares, de paso, con su actuar rompió estereotipos reduccionistas que se ciernen sobre los funcionarios públicos. Visibilizó la labor de muchos que, con una carrera de años, sin estridencias ni personalismos e independientes del gobierno de turno, actúan en representación del Estado, con un fin colectivo más allá de nuestras diferencias.
Publicada en
La Segunda.