Relatos sangrientos al sur del Bíobio

7 de Noviembre 2021 CEA Columnas

Entre el 7 y 8 noviembre, hace aproximadamente cinco siglos, se escribió uno de los pasajes notables de la historia de la Conquista. Ese día, según indican las crónicas, se produjo la batalla del Bío Bío, también conocida como de Lagunillas.

El año 1557 arribó a Chile para asumir el rol de gobernador desde las cortes de España, García Hurtado de Mendoza. Hijo del virrey de España, Hurtado de Mendoza (García era su nombre) venía acompañado del “inventor de Chile”, Alonso de Ercilla.

La expedición de García Hurtado de Mendoza tenía como objetivo controlar a un grupo de bárbaros que estaban causando demasiados problemas a un grupo de hombres civilizados. La muerte del gobernador Pedro de Valdivia había encendido las alarmas y obligaba a una intervención más profesional. Guardando las proporciones, la expedición de García Hurtado de Mendoza era algo así como un “comando jungla” de Sebastián Piñera.

Terminado el mal tiempo en el sur del país, antes del cambio climático y cuando las lluvias lo inundaban todo, la expedición estaba determinada a cruzar el Biobío. Así lo hicieron el 7 de noviembre con una fuerza que, a diferencia de los anteriores, estaba muy bien armado y uniformado para enfrentar a los mapuches. Cincuenta hombres bien montados iban a la vanguardia, cumpliendo labores de exploración; detrás de ellos, doce sacerdotes, llevando la cruz que les proveía del apoyo divino, en especial, del Apóstol Santiago, el santo preferido en estas lides; en la retaguardia del poder eclesiástico, estaba el joven García Hurtado de Mendoza con su guardia y, al centro, el estandarte real, la representación monárquica como elemento esencial en todas las acciones que se emprendían en nombre de la Corona; a esto se sumaban los estandartes particulares de cada compañía. La explicación de tanta pompa en un escenario tan complejo no es muy distinta a la que observamos en los desplazamientos de las fuerzas especiales o del ejército y, en este caso, la proporciona el historiador Diego Barros Arana:

“Comparado con las escasas huestes de Valdivia, el ejército de don García, tanto más numeroso, perfectamente equipado, provisto de cascos y corazas relucientes, de las mejores armas de ese tiempo y de música militares, debía ofrecer un golpe de vista capaz de imponer y desalentar a enemigos menos empecinados y resueltos que los arrogantes guerreros araucanos”.

Las primeras escaramuzas dieron cuenta de que la pompa hispana amedrentó poco a los locales. Uno de los soldados, que se separó del ejército atraído por unas hermosas frutillas, pagó caro su tentación. Rodeado por los indios, terminó siendo descuartizado según el relato de los cronistas.

Antes de que el general en jefe diera la orden, el ímpetu de la caballería dio inicio a una carnicería. Los jinetes se abalanzaron con sus bestias sobre los mapuches provocando su retirada. García Hurtado observaba a distancia, según su relato, obligado por sus compañeros que temían perder al jefe. El avance fue detenido por la humedad del terreno que frenó el ímpetu de los caballos, permitiendo a los mapuches pasar a la ofensiva.

Solo el orden de una fuerza regular, la superioridad de los caballos y arcabuces evitó el desastre. Alonso de Ercilla, miembro ilustre de la compañía de García Hurtado de Mendoza, fue un testigo privilegiado de estos acontecimientos y relata en La Araucana, “uno de los más animados y vigorosos cuadros de este poema”, según Barros Arana, correspondiente al castigo impuesto al mapuche Galvarino:

“Donde sobre una rama destroncada

Puso la diestra mano (yo presente)

La cual de un golpe con rigor cortada,

Sacó luego la izquierda alegremente,

Que del tronco también saltó apartada,

Sin torcer ceja ni arrugar la frente;

Y con desdén y menosprecio dello,

Alargó la cabeza y tendió el cuello.

Diciendo así: «Segad esa garganta,

Siempre sedienta de la sangre vuestra,

Que no temo la muerte, ni me espanta”.

A pesar de sus deseos, el objetivo de los españoles era dejarlo con vida para que el resto lo pensara dos veces antes de enfrentarse a los europeos. No fue así, por el contrario, Galvarino juró desquitarse: “yo espero, sin manos, desquitarme / Que no me faltarán para vengarme”.

Lejos de sentirse orgulloso de la acción de sus compañeros, Ercilla destacó la obstinación, ánimo y atrevimiento del audaz Galvarino, luego de un castigo que lo dejó “sin fuerza, sin voz y sin aliento”.

A casi quinientos años de distancia, querer emular lo que sucede al sur del Biobío como una continuación de los enfrentamientos entre los españoles y mapuches durante la Conquista, no es más que una búsqueda forzada para encubrir otros hechos más cercanos al narcoterrorismo. Acciones delictuales que tienen poco de épica y que están lejos de representar el valor y la bravura de personajes notables como el “audaz Galvarino”.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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