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¿Quién mató a Diego Portales?

A casi dos siglos de su muerte, el fantasma de Portales sigue rondando en la discusión pública. Asimismo, resulta necesario volver sobre los hechos del pasado con nuevas preguntas, como también abordar los archivos con otras miradas y menos perjuicio...
Gonzalo Serrano

Gonzalo Serrano

Doctor en Historia
  • Doctor en Historia, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile, 2012.
  • Magíster en Historia, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.
  • Licenciado en Humanidades, Ciencias de la Comunicación y Ciencias de la Educación, Universidad Adolfo Ibáñez.
  • Periodista  y Profesor, Universidad Adolfo Ibáñez.
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El 6 de junio de 2022, se cumplen 185 años del crimen que acabó con la vida de Diego Portales. Aunque podría tratarse de uno de los personajes históricos más estudiado de nuestra historia y podría parecer que todo está dicho sobre su persona, todavía es posible encontrar algunas hebras sueltas y seguir, a través de ellas, rutas que nos conducen a lugares o conclusiones que nunca imaginamos. Así sucede cuando se revisa el proceso que se llevó en contra de quienes fueron los supuestos autores de este horroroso crimen y que me llevó a trabajar en un libro titulado ¿Quién mató a Diego Portales?

Antes de abordar el corazón de este trabajo, resulta necesario dar un poco de contexto. Diego Portales (1793-1837) era hijo de un funcionario de la corona española que, luego de varios intentos fallidos por seguir los caminos tradicionales de la época, decidió buscar mejor suerte en Perú, donde tuvo una mala experiencia económica. De regreso en Chile, se unió a los grupos conservadores que derrotó al bando liberal en Lircay el año 1830. A pesar de la presión para sumarlo en roles protagónicos en el gobierno del general Joaquín Prieto, rehuyó a los cargos por privilegiar los negocios. Sin embargo, frente a la unión de Bolivia y Perú en una Confederación, proyecto gestado por el boliviano Andrés de Santa Cruz, Portales tomó un rol activo en defender la hegemonía del puerto de Valparaíso en el Pacífico a través de un enfrentamiento, asumiendo el Ministerio de Guerra y Marina.

En eso estaba, cuando decidió ir a Quillota a pasar lista a las tropas que se preparaban para partir rumbo al norte. Ahí, un grupo de oficiales, liderado por el coronel José Antonio Vidaurre, llevó a cabo un alzamiento que tenía por objetivo, con Portales como rehén, controlar el puerto de Valparaíso, terminar con el gobierno conservador y, por consecuencia, con la campaña militar. Aunque la Confederación pudiese ser una amenaza comercial, no se justificaba arriesgar la vida en esta empresa.

El problema para los sublevados es que los representantes del gobierno en el puerto pensaban distinto. No solo estaban a favor de la guerra, sino que, además, no estaban dispuestos a negociar la estabilidad del régimen, aun cuando la vida de Portales estuviese en juego. El almirante Manuel Blanco Encalada, que estaba a cargo de la expedición contra la Confederación, decidió resistir, organizar su fuerza y hacer frente al avance de los rebeldes.

Mientras los revolucionarios marchaban rumbo al puerto para enfrentarse con las fuerzas de gobierno, en medio de oscuridad de la noche, en el cerro del Barón, poco antes de llegar a la quebrada de Cabritería, alguien dio la orden de matar al ministro, misión que fue ejecutada con excesiva crueldad por un grupo de soldados al mando del capitán Santiago Florín.

Sin Portales como moneda de cambio, con un ejército cada vez más diezmado, los revolucionarios terminaron huyendo, siendo sus líderes capturados. El juicio hacia los supuestos asesinos duró menos de un mes. La defensa de Vidaurre, a quien se lo sindicó como el autor intelectual del crimen y de quien habría provenido la orden que recibió Florín, alegó que no tenía sentido haberla dado: “nadie arroja al agua la tabla que puede ofrecer salud”. La defensa de Florín, en tanto, figura en el archivo con cada una de sus páginas tachada con una “X”. Según el consejo de guerra, había sido: “concebida en términos impropios, e indecorosos” y, por lo tanto, desechada. Una vez capturado, Florín fue engrillado y paseado en burro por el puerto.

A menos de un mes del crimen, seis de los principales autores de la revuelta y cómplices de la muerte del ministro, tal como consignaron las páginas de este diario, fueron fusilados en la plaza Orrego, hoy plaza Victoria. La cabeza de Vidaurre fue expuesta en una pica en Quillota, junto con la de Florín, y el brazo de este último exhibido en el lugar donde ocurrió el asesinato.

Una vez conocido el horroroso crimen, el juez José Antonio Álvarez escribió: “Como hombre se me partió el alma al ver el cadáver de Portales; derramé sobre él lágrimas muy sinceras (...) pero como chileno, bendigo la mano de la Providencia que nos libró en un solo día de traidores infames y de un ministro que amenazaba nuestras libertades”.

Muy lejos de la imagen que ha presentado la historiografía portaliana, la evidencia demuestra que, para mediados de 1837, Portales se había transformado en un personaje incómodo para el gobierno, maltrataba y se burlaba desde el presidente hasta los ministros y había acaparado un poder incontrarrestable, que lo había dejado solo, alejado de quienes habían sido sus amigos y consejeros.

A casi dos siglos de su muerte, el fantasma de Portales sigue rondando en la discusión pública. Asimismo, resulta necesario volver sobre los hechos del pasado con nuevas preguntas, como también abordar los archivos con otras miradas y menos perjuicios.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

¿Quién mató a Diego Portales?

A casi dos siglos de su muerte, el fantasma de Portales sigue rondando en la discusión pública. Asimismo, resulta necesario volver sobre los hechos del pasado con nuevas preguntas, como también abordar los archivos con otras miradas y menos perjuicio...

El 6 de junio de 2022, se cumplen 185 años del crimen que acabó con la vida de Diego Portales. Aunque podría tratarse de uno de los personajes históricos más estudiado de nuestra historia y podría parecer que todo está dicho sobre su persona, todavía es posible encontrar algunas hebras sueltas y seguir, a través de ellas, rutas que nos conducen a lugares o conclusiones que nunca imaginamos. Así sucede cuando se revisa el proceso que se llevó en contra de quienes fueron los supuestos autores de este horroroso crimen y que me llevó a trabajar en un libro titulado ¿Quién mató a Diego Portales?

Antes de abordar el corazón de este trabajo, resulta necesario dar un poco de contexto. Diego Portales (1793-1837) era hijo de un funcionario de la corona española que, luego de varios intentos fallidos por seguir los caminos tradicionales de la época, decidió buscar mejor suerte en Perú, donde tuvo una mala experiencia económica. De regreso en Chile, se unió a los grupos conservadores que derrotó al bando liberal en Lircay el año 1830. A pesar de la presión para sumarlo en roles protagónicos en el gobierno del general Joaquín Prieto, rehuyó a los cargos por privilegiar los negocios. Sin embargo, frente a la unión de Bolivia y Perú en una Confederación, proyecto gestado por el boliviano Andrés de Santa Cruz, Portales tomó un rol activo en defender la hegemonía del puerto de Valparaíso en el Pacífico a través de un enfrentamiento, asumiendo el Ministerio de Guerra y Marina.

En eso estaba, cuando decidió ir a Quillota a pasar lista a las tropas que se preparaban para partir rumbo al norte. Ahí, un grupo de oficiales, liderado por el coronel José Antonio Vidaurre, llevó a cabo un alzamiento que tenía por objetivo, con Portales como rehén, controlar el puerto de Valparaíso, terminar con el gobierno conservador y, por consecuencia, con la campaña militar. Aunque la Confederación pudiese ser una amenaza comercial, no se justificaba arriesgar la vida en esta empresa.

El problema para los sublevados es que los representantes del gobierno en el puerto pensaban distinto. No solo estaban a favor de la guerra, sino que, además, no estaban dispuestos a negociar la estabilidad del régimen, aun cuando la vida de Portales estuviese en juego. El almirante Manuel Blanco Encalada, que estaba a cargo de la expedición contra la Confederación, decidió resistir, organizar su fuerza y hacer frente al avance de los rebeldes.

Mientras los revolucionarios marchaban rumbo al puerto para enfrentarse con las fuerzas de gobierno, en medio de oscuridad de la noche, en el cerro del Barón, poco antes de llegar a la quebrada de Cabritería, alguien dio la orden de matar al ministro, misión que fue ejecutada con excesiva crueldad por un grupo de soldados al mando del capitán Santiago Florín.

Sin Portales como moneda de cambio, con un ejército cada vez más diezmado, los revolucionarios terminaron huyendo, siendo sus líderes capturados. El juicio hacia los supuestos asesinos duró menos de un mes. La defensa de Vidaurre, a quien se lo sindicó como el autor intelectual del crimen y de quien habría provenido la orden que recibió Florín, alegó que no tenía sentido haberla dado: “nadie arroja al agua la tabla que puede ofrecer salud”. La defensa de Florín, en tanto, figura en el archivo con cada una de sus páginas tachada con una “X”. Según el consejo de guerra, había sido: “concebida en términos impropios, e indecorosos” y, por lo tanto, desechada. Una vez capturado, Florín fue engrillado y paseado en burro por el puerto.

A menos de un mes del crimen, seis de los principales autores de la revuelta y cómplices de la muerte del ministro, tal como consignaron las páginas de este diario, fueron fusilados en la plaza Orrego, hoy plaza Victoria. La cabeza de Vidaurre fue expuesta en una pica en Quillota, junto con la de Florín, y el brazo de este último exhibido en el lugar donde ocurrió el asesinato.

Una vez conocido el horroroso crimen, el juez José Antonio Álvarez escribió: “Como hombre se me partió el alma al ver el cadáver de Portales; derramé sobre él lágrimas muy sinceras (...) pero como chileno, bendigo la mano de la Providencia que nos libró en un solo día de traidores infames y de un ministro que amenazaba nuestras libertades”.

Muy lejos de la imagen que ha presentado la historiografía portaliana, la evidencia demuestra que, para mediados de 1837, Portales se había transformado en un personaje incómodo para el gobierno, maltrataba y se burlaba desde el presidente hasta los ministros y había acaparado un poder incontrarrestable, que lo había dejado solo, alejado de quienes habían sido sus amigos y consejeros.

A casi dos siglos de su muerte, el fantasma de Portales sigue rondando en la discusión pública. Asimismo, resulta necesario volver sobre los hechos del pasado con nuevas preguntas, como también abordar los archivos con otras miradas y menos perjuicios.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.