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¿Quién es más de izquierda?

Muchos comunistas y socialistas de base no creen que el Frente Amplio sea realmente de izquierda.
Cristóbal Bellolio

Cristóbal Bellolio

PhD in Political Philosophy
  • PhD in Political Philosophy, University College London, Reino Unido, 2017.
  • Master of Arts in Legal and Political Theory, University College London, Reino Unido, 2011.
  • Abogado, Pontificia Universidad Católica de Chile, 2007.
  • Licenciado en Ciencia Política, Pontificia Universidad Católica de Chile, 2005.

Su área de investigación es la teoría política, particularmente en torno a la tradición liberal y su relación con la ciencia, la religión, el populismo,...

En teoría, la idea cae de cajón: el Frente Amplio debe sumar sus fuerzas al Partido Socialista y al Partido Comunista para configurar un gran polo de izquierda en Chile. El ala girardista del PPD también calza en la ecuación. ¿Qué gana el Frente Amplio? Su proyecto dejaría de ser la moda del momento -como el Podemos en España- y se conectaría con los referentes históricos de la izquierda chilena del siglo XX. Es decir, gana en densidad biográfica. Sin mencionar la ganancia electoral y de músculo para gobernar. El Frente Amplio, con su primera línea de millennials que pasaron de la refriega universitaria a la política nacional sin escalas, no está todavía en condiciones de darle a Chile un gobierno a la altura de sus propias expectativas: simultáneamente transformador y políticamente sostenible. En cambio, con los cuadros técnicos del mundo socialista adentro, la promesa suena más creíble. Para gobernar bien hay que penetrar muchas estructuras que van del mundo empresarial al sindical. El PS y el PC ya tienen muchos recursos invertidos en ello. Por una cuestión generacional, al Frente Amplio se le hace difícil copar todos esos espacios por sí mismo. ¿Qué ganan el PS y el PC? La frescura que no tienen. Como diría Piero, ellos tienen los años viejos y el Frente Amplio los años nuevos. Les da también la oportunidad de sacudirse de sus lazos neomayoritarios. La coalición de Bachelet II no resultó como se esperaba. Más allá de las apreciaciones sobre su legado, desde el punto de vista de la proyección, la presidenta hizo poco por consolidar los puentes entre los partidos que la apoyaron. Como alguna vez lo hizo el difunto Prince reemplazando su nombre por un logo que se traducía como “el artista antes conocido como Prince”, quienes llevaron por segunda vez a Bachelet a La Moneda deberían buscarse una imagen que se leyera como “la coalición antes conocida como Nueva Mayoría”. Socialistas y comunistas están perdiendo el tiempo al alero de una marca que envejeció mal y muy rápido. Al menos desde la perspectiva estética -más relevante de lo que muchos intelectuales creen- la unión con el frenteamplismo sexy de Boric y Jackson les permite volver a posar de modernos. La Casa Común que acaba de fundar Fernando Atria es justamente un paso en ese sentido. Evidentemente, los obstáculos son casi tantos como las oportunidades. Muchos comunistas y socialistas de base no creen que el Frente Amplio sea realmente de izquierda. El alcalde de Recoleta Daniel Jadue sugirió que incluso había colectivos anticomunistas en su seno, probablemente refiriéndose a los liberales del diputado Mirosevic -uno de los pocos que no han sido ambiguos en condenar al régimen de Maduro que Jadue defiende contra viento, marea y evidencia-. Por otra parte, los comunistas no olvidan que las huestes autonomistas son herederas de la Surda y de aquellas voces que llamaban a restarse del proceso democrático burgués. Infantilismo revolucionario, le llamaba Lenin. Tampoco, finalmente, les cae bien el registro pseudo-mesiánico y maximalista de varios dirigentes frenteamplistas que parecen pensar que la historia empieza con ellos y que el resto son todos unos vendidos. Por lado del Frente Amplio, las sospechas son similares. ¿No son estos mismos socialistas y comunistas los que gobernaron hasta ayer con la Democracia Cristiana? ¿No es acaso la Nueva Mayoría una versión remozada de la Concertación que profundizó el modelo neoliberal? ¿Con qué cara acusan al Frente Amplio de hipoizquierdismo? Ante estas incómodas preguntas, socialistas y comunistas usualmente apelan al pragmatismo -una noción difícil de aceptar cuando eres dirigente universitario y el mundo está a tus pies-. Los socialistas añaden que sus bases nunca extraviaron el camino doctrinario -como sí lo habrían hecho sus elites- y los comunistas insisten en que la Nueva Mayoría era sustancialmente distinta de la Concertación. Todo esto es conversable. Tener ideas comunes es fundamental para compartir un proyecto político, pero también son esenciales los afectos. En eso, lo de Atria apunta en el sentido correcto. Para que el asunto cuaje, el Frente Amplio tiene que dejar de ver al PS y al PC como resabios decrépitos de una transición demasiado benevolente con el dictador, mientras el PS y el PC deben dejar de mirar al Frente Amplio como un conglomerado de jovencitos iluminados que quieren partir de cero. En lo que ambos pueden coincidir es que nadie necesita realmente a la DC en la etapa que comienza. Hubo un tiempo en que no se podía hacer nada en el ámbito de la centroizquierda sin la imponente presencia democratacristiana. Ese tiempo ya pasó. Nadie se vuelve loco por reclutar las fuerzas de un partido en progresivo proceso de jibarización. Sería como pagar una millonada por un jugador que está más cerca del retiro que de su peak de rendimiento. Sin embargo, esto no es necesariamente un problema. En cierto sentido, es lo que la izquierda siempre ha soñado: que el llamado polo progresista tenga la suficiente fuerza política y electoral para competir de igual a igual con la derecha, sin tener que estar haciendo concesiones permanentes a una tribu que en lo central sigue siendo conservadora. A medida que el fantasma de Pinochet se siga desdibujando en la memoria y la derecha sea capaz de interpretar el espíritu socialcristiano matizando su capitalismo salvaje, parte de la sensibilidad falangista se sentirá más cómoda en ese lado del espectro. El verdadero problema es seguir compitiendo por quién es más de izquierda. Publicada en The Clinic.

¿Quién es más de izquierda?

Muchos comunistas y socialistas de base no creen que el Frente Amplio sea realmente de izquierda.

En teoría, la idea cae de cajón: el Frente Amplio debe sumar sus fuerzas al Partido Socialista y al Partido Comunista para configurar un gran polo de izquierda en Chile. El ala girardista del PPD también calza en la ecuación. ¿Qué gana el Frente Amplio? Su proyecto dejaría de ser la moda del momento -como el Podemos en España- y se conectaría con los referentes históricos de la izquierda chilena del siglo XX. Es decir, gana en densidad biográfica. Sin mencionar la ganancia electoral y de músculo para gobernar. El Frente Amplio, con su primera línea de millennials que pasaron de la refriega universitaria a la política nacional sin escalas, no está todavía en condiciones de darle a Chile un gobierno a la altura de sus propias expectativas: simultáneamente transformador y políticamente sostenible. En cambio, con los cuadros técnicos del mundo socialista adentro, la promesa suena más creíble. Para gobernar bien hay que penetrar muchas estructuras que van del mundo empresarial al sindical. El PS y el PC ya tienen muchos recursos invertidos en ello. Por una cuestión generacional, al Frente Amplio se le hace difícil copar todos esos espacios por sí mismo. ¿Qué ganan el PS y el PC? La frescura que no tienen. Como diría Piero, ellos tienen los años viejos y el Frente Amplio los años nuevos. Les da también la oportunidad de sacudirse de sus lazos neomayoritarios. La coalición de Bachelet II no resultó como se esperaba. Más allá de las apreciaciones sobre su legado, desde el punto de vista de la proyección, la presidenta hizo poco por consolidar los puentes entre los partidos que la apoyaron. Como alguna vez lo hizo el difunto Prince reemplazando su nombre por un logo que se traducía como “el artista antes conocido como Prince”, quienes llevaron por segunda vez a Bachelet a La Moneda deberían buscarse una imagen que se leyera como “la coalición antes conocida como Nueva Mayoría”. Socialistas y comunistas están perdiendo el tiempo al alero de una marca que envejeció mal y muy rápido. Al menos desde la perspectiva estética -más relevante de lo que muchos intelectuales creen- la unión con el frenteamplismo sexy de Boric y Jackson les permite volver a posar de modernos. La Casa Común que acaba de fundar Fernando Atria es justamente un paso en ese sentido. Evidentemente, los obstáculos son casi tantos como las oportunidades. Muchos comunistas y socialistas de base no creen que el Frente Amplio sea realmente de izquierda. El alcalde de Recoleta Daniel Jadue sugirió que incluso había colectivos anticomunistas en su seno, probablemente refiriéndose a los liberales del diputado Mirosevic -uno de los pocos que no han sido ambiguos en condenar al régimen de Maduro que Jadue defiende contra viento, marea y evidencia-. Por otra parte, los comunistas no olvidan que las huestes autonomistas son herederas de la Surda y de aquellas voces que llamaban a restarse del proceso democrático burgués. Infantilismo revolucionario, le llamaba Lenin. Tampoco, finalmente, les cae bien el registro pseudo-mesiánico y maximalista de varios dirigentes frenteamplistas que parecen pensar que la historia empieza con ellos y que el resto son todos unos vendidos. Por lado del Frente Amplio, las sospechas son similares. ¿No son estos mismos socialistas y comunistas los que gobernaron hasta ayer con la Democracia Cristiana? ¿No es acaso la Nueva Mayoría una versión remozada de la Concertación que profundizó el modelo neoliberal? ¿Con qué cara acusan al Frente Amplio de hipoizquierdismo? Ante estas incómodas preguntas, socialistas y comunistas usualmente apelan al pragmatismo -una noción difícil de aceptar cuando eres dirigente universitario y el mundo está a tus pies-. Los socialistas añaden que sus bases nunca extraviaron el camino doctrinario -como sí lo habrían hecho sus elites- y los comunistas insisten en que la Nueva Mayoría era sustancialmente distinta de la Concertación. Todo esto es conversable. Tener ideas comunes es fundamental para compartir un proyecto político, pero también son esenciales los afectos. En eso, lo de Atria apunta en el sentido correcto. Para que el asunto cuaje, el Frente Amplio tiene que dejar de ver al PS y al PC como resabios decrépitos de una transición demasiado benevolente con el dictador, mientras el PS y el PC deben dejar de mirar al Frente Amplio como un conglomerado de jovencitos iluminados que quieren partir de cero. En lo que ambos pueden coincidir es que nadie necesita realmente a la DC en la etapa que comienza. Hubo un tiempo en que no se podía hacer nada en el ámbito de la centroizquierda sin la imponente presencia democratacristiana. Ese tiempo ya pasó. Nadie se vuelve loco por reclutar las fuerzas de un partido en progresivo proceso de jibarización. Sería como pagar una millonada por un jugador que está más cerca del retiro que de su peak de rendimiento. Sin embargo, esto no es necesariamente un problema. En cierto sentido, es lo que la izquierda siempre ha soñado: que el llamado polo progresista tenga la suficiente fuerza política y electoral para competir de igual a igual con la derecha, sin tener que estar haciendo concesiones permanentes a una tribu que en lo central sigue siendo conservadora. A medida que el fantasma de Pinochet se siga desdibujando en la memoria y la derecha sea capaz de interpretar el espíritu socialcristiano matizando su capitalismo salvaje, parte de la sensibilidad falangista se sentirá más cómoda en ese lado del espectro. El verdadero problema es seguir compitiendo por quién es más de izquierda. Publicada en The Clinic.