La encuesta Criteria de marzo fue del terror: la aprobación a Sebastián Piñera bajó 10 puntos en un mes, ubicándose en 34%, al tiempo que la desaprobación aumentó 9 puntos en el mismo lapso, llegando al 53%. En febrero, ambos indicadores coincidían en 44%, o sea, la brecha entre el apoyo y el rechazo pasó de cero a 19% en apenas cuatro semanas. Cifras que sin duda no deben ser tomadas como una verdad absoluta, pero que confirman una tendencia de fuerte deterioro que es coincidente con el resultado de otros estudios. Sin ir más lejos, el índice de confianza en la economía (IPEC) -realizado por GfK Adimark- mostró, también en marzo, la mayor caída de los últimos cuatro años, descendiendo de 46,3 a 42,3% en apenas un mes.
Este deterioro obviamente posee un contexto: las principales reformas de gobierno tienen un horizonte cada vez más incierto; el Presidente se reúne por tanto con los líderes de la oposición para facilitar un clima de entendimiento y consigue exactamente el objetivo contrario: una sorpresiva convergencia opositora hacia posiciones más duras, con la DC definitivamente renunciando a jugar un rol moderador; en paralelo, Sebastián Piñera opta por una riesgosa sobreexposición que contribuye a debilitar a un gabinete con evidentes signos de desgaste; todas las semanas se anuncian iniciativas gubernamentales que desordenan la agenda e impiden tener claras las prioridades; finalmente, las Isapres traen vientos de tormenta, mientras la economía confirma su pérdida de dinamismo.
En resumen, el gobierno enfrenta un escenario muy distinto al de su primer año, un cuadro de fuerte baja en las expectativas y deterioro de las confianzas, retroalimentado por un serio problema de conducción política. De hecho, el resultado de las bilaterales con los líderes de oposición sólo develó un serio error de diagnóstico por parte del Ejecutivo, una realidad que de no corregirse anticipa un camino muy cuesta arriba en los próximos meses, precisamente en el período en que deberán tramitarse sus principales reformas.
Al menos, el gobierno pudo finalmente confirmar que no tiene sentido seguir apostando a una oposición constructiva. Al contrario, la opción asumida por la DC solo facilitó la convergencia hacia las posiciones más duras, lo que ha permitido su reencuentro y coordinación con el resto de la centroizquierda. La Moneda deberá entonces asumir que tiene al frente una oposición donde el único factor de unidad es el imperativo de verlo fracasar, y donde no va a encontrar nada que no sean dificultades. Una realidad que se ve estimulada cuando además el gobierno empieza a caer en las encuestas, y cuando exhibe signos de confusión y debilidad en su conducción política.
El Ejecutivo debiera a estas alturas tener al menos una convicción: si quiere resultados distintos no puede seguir haciendo lo mismo.
Publicada en
La Tercera