¿Puede nuestra historia iluminar la actual crisis nacional?

25 de Mayo 2021 Columnas

En la historia de Chile hay tendencias que se repiten, como la tensión entre el Ejecutivo y el Legislativo la fragmentación o cambio del sistema de partidos, las coaliciones que no logran sobrevivir por mucho tiempo, el impacto del contexto global en lo económico, o la Guerra Fría en lo político, por ejemplo. Contamos también con miradas de largo plazo, en donde se identifica una “fronda aristocrática” que les da dolores de cabeza a los gobiernos; la importancia del Estado en el desarrollo del país; la injerencia de los militares, o la sobrevivencia de las instituciones. Es decir, tenemos miles de continuidades. No obstante, como historiadores también pensamos en las rupturas, quiebres importantes que son únicos, como la guerra civil de 1829-30, el enfrentamiento entre la Iglesia y el Estado bajo el gobierno de Manuel Montt, o el quiebre de la democracia en 1973.

Esta mezcla de continuidades y rupturas aconseja no identificar un momento histórico con otro. En el actual vemos continuidades, pero también situaciones bastante nuevas (si bien no únicas). Hemos tenido un historial de epidemias, pero ninguna ha sido tan avasalladora en lo social y político como la actual;  la tecnología ha cambiado nuestro comportamiento cultural y cotidiano de maneras casi impensables un par de décadas atrás; las demandas identitarias han aumentado al punto de resquebrajar la idea de lo colectivo; el espacio público dejó de ser un punto de encuentro pacífico entre ciudadanos  y tomará quizás cuánto tiempo recuperarlo; la irrupción de figuras mediáticas sin apoyos o programas colectivos también anuncia un giro preocupante. Si pensamos específicamente en lo vivido en estos días, vemos una mezcla de todo lo anterior. Sin duda resulta preocupante el nivel de fragmentación, el desprestigio de los partidos tradicionales, y el que se un nuevo horizonte de incertidumbres. Las funas mediáticas e incluso físicas a las que lamentablemente nos hemos ido acostumbrando pueden contaminar el espíritu de diálogo que es imprescindible en la redacción de una nueva Constitución.

Sin embargo, creo que hay algunos elementos esperanzadores, empezando por el hecho de que hayamos encontrado una salida política para la crisis de octubre de 2019, el que se haya ampliado la representación en la asamblea constituyente y el que, salvo casos muy excepcionales, la gente concurrió pacíficamente a las urnas. El que no haya mayorías claras impulsará ojalá, la necesidad de conversar sin imponer condiciones. Esto en relación a la Convención. En cuanto a nuestra política más amplia y nuestro sentido de nación, el asunto es más arduo: tiene que ver con cómo recuperar la confianza en las instituciones. En este sentido, quizás la historia nos puede ayudar. Chile creó instituciones sólidas a las que volvemos una y otra vez; confiamos aun en las elecciones como mecanismos de resolución de conflictos, y mantenemos un sentido de solidaridad cuando estamos en aprietos. Desde el punto de vista del análisis histórico, insisto, no creo que nos ayude mucho el comparar el período actual con otros anteriores. Sí aporta el desarrollar un sentido de los ciclos que hemos vivido, que se producen por el agotamiento de una solución política que fue, pero que después de una generación ya no es relevante. También, la convicción de que cada encrucijada, cada momento político complejo requiere miradas nuevas, sin entramparse en buscar recetas o soluciones que fueron efectivas en momentos similares, pero que jamás serán idénticos.

Publicada en El Mercurio.

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