- Doctor en Historia, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile, 2012.
- Magíster en Historia, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.
- Licenciado en Humanidades, Ciencias de la Comunicación y Ciencias de la Educación, Universidad Adolfo Ibáñez.
- Periodista y Profesor, Universidad Adolfo Ibáñez.
Profesión: verdugo
Gonzalo Serrano
Luego de conocerse los resultados de la PAES, muchos estudiantes ya han optado, de acuerdo con sus puntajes, a la carrera que querrán estudiar. De acuerdo con las estadísticas que he revisado, la mayoría sigue optando por carreras tradicionales: Medicina, Psicología, Enfermería, Derecho, etc.
Han cambiado los tiempos y las necesidades. Haciendo una revisión somera de actividades que han ido desapareciendo con el tiempo, hay una que, en tiempos de crímenes, secuestros y abusos, hoy tendría una gran demanda y esa es la profesión de verdugo.
Sí, tal como la leyó, existiendo la pena de muerte (recuerde que se eliminó hace menos de medio siglo), alguien tenía que hacer el trabajo sucio.
La última vez que se aplicó, a los “Psicópatas de Viña del Mar, Jorge Sagredo y Alberto Topp, fue a través de un fusilamiento, bastante pulcro, pero no por ello menos traumático. El protocolo indicaba que uno de los fusileros llevaba, sin saberlo, una bala de salva, de tal forma que ninguno de los tiradores tenía la certeza de haber sido el autor material.
Sin embargo, los verdaderos verdugos eran los del siglo XIX, aquellos que estaban encargados de apretar el nudo de la cuerda que iba a estrangular la garganta hasta provocar la muerte por asfixia o, más terrible aún, los que debían acertar con un hacha en el cuello del condenado para separar, de un solo golpe, la cabeza del cuello. El doctor Guillotin, aunque de muy mala fama, inventó la máquina que lo hizo famoso, justamente, para evitar golpes errados o un brazo que, en el último minuto, se pusiera débil o tembloroso.
En el caso de Chile, hay varios registros, incluso en este mismo diario, de la necesidad que existía de contar con estos profesionales de la muerte. Sin embargo, y por suerte, como no es común que alguien disfrutara de enviar a otras personas al otro mundo, por muy justa que fuera la condena, el camino más corto era conmutar la pena al reo a cambio de que se dedicara a cumplir la ley.
El 23 de enero de 1833, hace dos siglos, el reporte del movimiento de la cárcel, que se publicaba semanalmente, informaba que hacía dos días habían entrado al recinto tres hombres, dos de ellos por ebrios y otro por “bestialidad”, razón por la cual había sido condenado a ser verdugo todo el tiempo que estuviera en prisión.
Unos años más tarde, en 1839, a partir de una resolución de la Corte Suprema de Justicia, nos enteramos de que en Santiago al no haber un “verdugo inteligente para ahorcarlo”, un hombre que había asesinado a su tío fue condenado a ser ejecutado a tiro de fusil.
Hacia el norte, uno de los corresponsales de este diario relataba, desde Copiapó, la historia de Rafael Arasena, famoso asesino de Paposo, que había sido condenado a muerte por sus crímenes y que su compañero de celda había sido designado como verdugo. La pena además incluía cortarle las manos y exponer su cadáver colgado por cuatro horas a la expectación del pueblo. El corresponsal cerraba la nota señalando: “El verdugo ha perdido el juicio”.
A pesar de que lo común era que uno de los reos ocupara, mientras durase su pena, el rol de verdugo, esto no implicaba que no recibiera sueldo. Así se desprende de un balance de la Municipalidad de Valparaíso de 1846. Entre los diversos gastos que implicaba mantener la cárcel, el sueldo del verdugo era de cuatro pesos. Un ingreso casi simbólico considerando que una profesora ganaba 30 y un preceptor 50 pesos, aunque suficiente para comprar cuatro botellas de vino, a un peso cada una, que servían para alivianar el cargo de conciencia de acabar con la vida de otros desgraciados.
Después de esta breve revisión, asumo que nadie estará interesado en cambiar de carrera, menos aún con tan bajo sueldo, a cargo de un servicio que rara vez era agradecido y bien evaluado por lo condenados.
Publicada en El Mercurio de Valparaíso.