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Problemas de comunicación

La realidad chilena actual nos muestra que, entre las universidades y la sociedad, tal falla aún persiste.
Victoria Valdebenito

Victoria Valdebenito


PhD en Educación, The University of Western Australia. Master of Education in Sociology, The University of Western Australia. Socióloga, Universidad de Valparaíso.

En 1969, al respecto de las decisiones políticas en torno a la Guerra de Vietnam, el sociólogo y profesor de la Universidad de Washington Hubert Blalock, quien fuera además responsable de la inclusión de la estadística en el curriculum de las ciencias sociales, escribía que los cientistas sociales e investigadores habían fallado en comunicar y dar a conocer a los políticos, y a la ciudadanía en general, en que consiste la investigación, su trabajo, y el valor que sus resultados tienen para la toma de decisiones públicas. La realidad chilena actual nos muestra que, entre las universidades y la sociedad, tal falla aún persiste.

A pesar de la masificación de la educación superior y el aumento de la matrícula universitaria, cuya tasa de crecimiento en pregrado solo durante del quinquenio 2010-2015 en Chile fue del 4,3%, según el informe de Zapata y Tejeda (2016), el trabajo de los académicos sigue siendo de elites. El trabajo de los académicos está dirigido para una audiencia específica, otros académicos, quienes se comunican a través de artículos de divulgación científica, los que se publican en journals y revistas, en un lenguaje propio de ese mismo grupo cerrado. Así, los académicos son evaluados de acuerdo a su “productividad”.

Esta métrica estandariza a las universidades alrededor del mundo, creando rankings de las mismas. Lo anterior responde a la lógica del capitalismo académico, término acuñado por Slaughter y Leslie durante la década de los 90, que implicó la introducción de lógicas empresariales en universidades tanto tradicionales como privadas y nuevas, y que casi 30 años después se puede entender como un neoliberalismo académico. Las universidades y la educación superior se han transformado en un sector productivo de suma relevancia para el desarrollo de las economías nacionales, lo que lleva a las universidades a competir por estudiantes alrededor de mundo. Cambiar esta lógica global requerirá de cambios más allá de las fronteras nacionales, pero debemos partir por casa.

A propósito del despertar del movimiento social del 18 de octubre en Chile, las universidades quieren tener un rol y aportar soluciones para las demandas señaladas por éste, pero estas instituciones hace tiempo se distanciaron de la ciudadanía y de los movimientos sociales, como ya lo señalaron la semana pasada Ossa, Salinas y Hans, producto de la mercantilización de la educación, y son ellas mismas fuente de inequidades. Entonces ¿Cómo pueden las universidades sumarse de verdad a la discusión en pro de un Chile más justo?

Hoy más que nunca todos, y especialmente los académicos, debemos cuestionar las lógicas imperantes en las universidades e innovar, abriendo posibilidades a formas distintas de hacer y mostrar investigación, y a una real vinculación con el medio y extensión de sus actividades. La palabra universidad viene del latín universitas que significa universo. Por ende, en la universidad necesitamos caber todos, y bajo esta ideología no hay espacio para aquellas y aquellos que no pueden o que no deseen producir trabajos académicos en serie. No basta solo con recuperar la educación como un derecho y recuperar la universidad pública. Desde este momento, para subsistir, las universidades deberán mejorar la comunicación con la ciudadanía, divulgando la evidencia, no solo con datos, sino también teorías, y sumar esto a los saberes populares, porque estos también deben ser reconocidos si queremos lograr mayor equidad.

Publicada en Le Monde Diplomatique.

Problemas de comunicación

La realidad chilena actual nos muestra que, entre las universidades y la sociedad, tal falla aún persiste.

En 1969, al respecto de las decisiones políticas en torno a la Guerra de Vietnam, el sociólogo y profesor de la Universidad de Washington Hubert Blalock, quien fuera además responsable de la inclusión de la estadística en el curriculum de las ciencias sociales, escribía que los cientistas sociales e investigadores habían fallado en comunicar y dar a conocer a los políticos, y a la ciudadanía en general, en que consiste la investigación, su trabajo, y el valor que sus resultados tienen para la toma de decisiones públicas. La realidad chilena actual nos muestra que, entre las universidades y la sociedad, tal falla aún persiste.

A pesar de la masificación de la educación superior y el aumento de la matrícula universitaria, cuya tasa de crecimiento en pregrado solo durante del quinquenio 2010-2015 en Chile fue del 4,3%, según el informe de Zapata y Tejeda (2016), el trabajo de los académicos sigue siendo de elites. El trabajo de los académicos está dirigido para una audiencia específica, otros académicos, quienes se comunican a través de artículos de divulgación científica, los que se publican en journals y revistas, en un lenguaje propio de ese mismo grupo cerrado. Así, los académicos son evaluados de acuerdo a su “productividad”.

Esta métrica estandariza a las universidades alrededor del mundo, creando rankings de las mismas. Lo anterior responde a la lógica del capitalismo académico, término acuñado por Slaughter y Leslie durante la década de los 90, que implicó la introducción de lógicas empresariales en universidades tanto tradicionales como privadas y nuevas, y que casi 30 años después se puede entender como un neoliberalismo académico. Las universidades y la educación superior se han transformado en un sector productivo de suma relevancia para el desarrollo de las economías nacionales, lo que lleva a las universidades a competir por estudiantes alrededor de mundo. Cambiar esta lógica global requerirá de cambios más allá de las fronteras nacionales, pero debemos partir por casa.

A propósito del despertar del movimiento social del 18 de octubre en Chile, las universidades quieren tener un rol y aportar soluciones para las demandas señaladas por éste, pero estas instituciones hace tiempo se distanciaron de la ciudadanía y de los movimientos sociales, como ya lo señalaron la semana pasada Ossa, Salinas y Hans, producto de la mercantilización de la educación, y son ellas mismas fuente de inequidades. Entonces ¿Cómo pueden las universidades sumarse de verdad a la discusión en pro de un Chile más justo?

Hoy más que nunca todos, y especialmente los académicos, debemos cuestionar las lógicas imperantes en las universidades e innovar, abriendo posibilidades a formas distintas de hacer y mostrar investigación, y a una real vinculación con el medio y extensión de sus actividades. La palabra universidad viene del latín universitas que significa universo. Por ende, en la universidad necesitamos caber todos, y bajo esta ideología no hay espacio para aquellas y aquellos que no pueden o que no deseen producir trabajos académicos en serie. No basta solo con recuperar la educación como un derecho y recuperar la universidad pública. Desde este momento, para subsistir, las universidades deberán mejorar la comunicación con la ciudadanía, divulgando la evidencia, no solo con datos, sino también teorías, y sumar esto a los saberes populares, porque estos también deben ser reconocidos si queremos lograr mayor equidad.

Publicada en Le Monde Diplomatique.