Primero, no es lo mismo la generación a gran escala en mega centrales solares que replican el modelo tradicional de suministro unidireccional, y con menores –aunque no despreciables− impactos socio-ambientales, que la generación distribuida solar, que desafía las reglas existentes, fomentando no solo el uso de tecnologías más limpias, sino que favoreciendo la innovación en modelos de negocios y la participación de los propios usuarios en su producción de energía, con un costo social y ambiental radicalmente menor.
Segundo, los costos y beneficios de cierta tecnología no son intrínsecos a la tecnología en sí, sino que dependen a su vez de los modelos, herramientas y enfoques con que medimos dichos impactos. Desde la institucionalidad vigente de distribución (lerda, ciega y pesada), la generación distribuida genera ‘problemas sociales’, sin embargo, la generación distribuida solar no está cuestionando los posibles impactos (buenos y malos) de la tecnología, sino que desafía el viejo modelo de distribución en sí.
Los beneficios sociales de la energía solar distribuida sobrepasan sus costos, entre los que se incluyen: menores transferencias de riqueza desde los clientes a empresas distribuidoras, generando una fuente adicional de ingresos a las comunidades y personas; menores inversiones en nueva infraestructura de distribución; un efecto despreciable sobre el valor de la cuenta de la luz en el futuro (al contrario del mayor costo de la luz producto de nuevas redes necesarias sin fomento a la solar distribuida); disminución de puntas de demanda en sectores específicos, y muchos otros beneficios ‘blandos’, pero no menos significativos, como mayor autonomía, empoderamiento y resiliencia; menor impacto sobre ecosistemas por generación y transmisión centralizada, entre otros.