Plebiscito performativo

26 de Octubre 2020 Columnas

El triunfo abrumador del Apruebo es un hecho político de primera magnitud, y así fue entendido tanto en Chile como en el mundo. Cerca de 6 millones de chilenos y chilenas –muchos más de los que eligieron a Piñera, Bachelet o cualquier Presidente desde 1990– aceptaron la ruta constitucional propuesta por los partidos políticos para procesar la crisis social y política gatillada en octubre de 2019. En ese sentido, la legitimidad del mandato para iniciar el proceso hacia una nueva constitución es clara. Más allá de este fundamental hecho político, sin embargo, me parece que hay tres aspectos de este proceso que vale la pena mirar con mayor atención.

El primer aspecto refiere a la ambigua participación electoral observada, que llegó a algo más del 50%, con 7,6 millones de votos emitidos. Es ambigua en tanto es una cifra alta o baja según cómo se mire. Es alta si se considera que superó en más de medio millón de votos a la segunda vuelta presidencial de 2017; también es alta si se considera que se dio a pesar del “efecto pandemia”, que probablemente perjudicó la participación de los mayores. Por otra parte, considerando que este plebiscito era un momento épico e histórico, y no una elección más, el alza de menos de dos puntos porcentuales en la participación (respecto a 2017) parece decepcionante. Comparado tanto con el Chile de los ’90 como con la mayoría de los países democráticos, una participación de 50% es baja. Si parte de la idea es reencantar a los que han abandonado el barco electoral, tal comienzo no parece muy auspicioso. Sin embargo, hubo también signos prometedores: vimos alzas importantes en la participación en sectores populares de Santiago, sugiriendo que sí se aplanó en algo el sesgo socioeconómico en la participación electoral entre ricos y pobres, y probablemente también entre viejos y jóvenes. En suma, la profundidad sociológica del proceso recién iniciado está aún por verse, y la participación será un factor clave a mirar en las elecciones constituyentes de abril.

Un segundo aspecto que resalta es la homogeneidad del resultado: el triunfo del Apruebo fue abrumador en prácticamente todo Chile. Las únicas excepciones relevantes fueron tres de las comunas del sector oriente de Santiago donde vive buena parte de la clase dirigente del país. El resultado entonces desmiente la idea de que Chile sea un país polarizado ideológicamente (como sí lo está, por ejemplo, Estados Unidos). Aquí, en cambio, lo que vemos es un pueblo relativamente homogéneo junto a una élite aislada del resto del país. En otras palabras, los resultados refuerzan la idea de que este momento político no se define tanto por un clivaje izquierda/derecha como por un clivaje élite/pueblo, consistente con la idea de que estamos viviendo una suerte de “momento populista” en la política chilena. Éste es potencialmente muy peligroso para todas las élites, tanto políticas como económicas, y tanto de derecha como de izquierda. Todo esto sugiere que se requiere avanzar con urgencia en acuerdos para reformas económicas y sociales profundas, que avancen en paralelo a la discusión constitucional. El rol de los partidos en viabilizar esto será fundamental.

Finalmente, el tercer aspecto a destacar fue el éxito, eficiencia e impecabilidad del proceso mismo de ayer, fundamental para recuperar cierta confianza en nuestra política. Así como muchos afiliados a las AFP creyeron de verdad que los fondos de éstas les eran propios solo cuando recibieron su 10%, quizás necesitábamos un plebiscito constitucional para demostrar performativamente que la democracia chilena sí funciona. Esa fue la paradoja de ayer: en el país donde las encuestas se suponían al servicio del gobierno y de los empresarios, todas le apuntaron medio a medio al altísimo porcentaje que obtendría el Apruebo. En el país donde ya nada parecía funcionar –en el #paísculiao de Twitter– las instituciones electorales funcionaron de forma admirable y la cultura cívica de la ciudadanía fue ejemplar.

En el país de la democracia falsa, que era una mera fachada para el dominio de los poderosos, la soberanía popular se manifestó de forma aplastante por el fin de la constitución vigente, y el resultado se aceptó rápidamente por los perdedores. En el país de la violencia desatada y supuestamente sin remedio, reinó la paz y la alegría. Las desconfianzas y la violencia seguramente volverán; pero aprendimos que, a pesar de todo, todavía podemos creer en nosotros mismos.

Publicado en Emol.com

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