Piñera II: Un primer balance

13 de Marzo 2022 Columnas

Aunque el cuerpo de Sebastián Piñera, en su rol de ex presidente, todavía esté tibio y sin la distancia prudente que da el tiempo para hacer un balance ponderado de su Gobierno, hay percepciones inmediatas que resultan lo suficientemente poderosas como para evaluar lo que fueron sus cuatro años de Gobierno y que pueden servir de suministro a los historiadores del futuro.

Seguramente, no ganaré el premio a la originalidad cuando señale que su mandato estuvo marcado por dos hitos: el 18 de octubre de 2019 y la pandemia que nos azotó unos meses después.

Mientras este último acontecimiento fue un hecho externo que hubo que gestionar sobre la marcha, el llamado “estallido social”, en cambio, fue el resultado de un cúmulo de malas decisiones. Pese a que los historiadores le hacen el quite a la contrafactualidad, me parece difícil imaginar que a otro presidente, Alejandro Guillier, por ejemplo, le habría tocado algo similar si hubiera sido el ganador de las elecciones presidenciales del 2017.

Con esto último, no quiero decir que el 18/10 haya sido producto de un complot, sino, por el contrario, fue la suma de una serie de malas decisiones tomadas por el presidente Piñera y sus ministros. Partiendo por ese empecinamiento en destacar a Chile como un “oasis” y querer sobreexponer nuestro supuesto éxito asumiendo un rol protagónico en Cúcuta, como anfitrión de la APEC y de la COP25. Los árboles, como dice el refrán, no dejaban ver el bosque.

Asimismo, si retrocedemos a la semana anterior al viernes 18 de octubre, no podemos olvidar que la ola de rabia fue creciendo frente a la falta de empatía de sus ministros y sus imprudentes declaraciones. Sumemos a las citas de la ministra Gloria Hutt y sus pares Juan Andrés Fontaine y Felipe Larraín, la tragicómica frase “Cabros, esto no prendió” del ex director del metro, Clemente Pérez. Es imposible saberlo, pero un cambio de gabinete, un giro hacia la empatía, pese a que quizás no habría evitado la violencia de este fatídico viernes en que se quemaron veinte estaciones del metro, podría haber aminorado el apoyo iracundo a estos actos de vandalismo.

En esta misma línea, la visita a una pizzería para saludar a su nieto el 18 de octubre, haber hablado sin los antecedentes suficientes de una guerra y haber insistido con su primo Andrés Chadwick en el ministerio del Interior, pese a la resistencia que provocaba, dieron cuenta de una falta de feeling político. Una buena lectura de El Príncipe de Maquiavelo le habría evitado varios dolores de cabeza tanto a Piñera como a miles de chilenos que padecieron lo sucedido esa semana.

Para cerrar el balance del estallido, hay que ser justos y señalar que mal manejo de la crisis social tuvo como contrapartida la prudencia en su llamado al acuerdo por la paz, la justicia y una nueva constitución, el 12 de noviembre de ese mismo año. Haberse atrincherado en sus ideas y haber escuchado a los “halcones” podría haber derivado en un baño de sangre.

En contrapartida al estallido, el manejo de la pandemia, pese a que todavía falta una mirada más global para poder evaluar con exactitud lo ocurrido, se hizo siguiendo los modelos de los países desarrollados. Más allá de si las cuarentenas fueron muchas o pocas para frenar el avance del coronavirus y la crisis económica, lo objetivo es que, hasta donde sabemos, nadie murió por falta de camas, como vimos con horror que sí sucedía en los países desarrollados de Europa. Y, además, que tuvimos a tiempo una cantidad suficiente de vacunas y vacunados que permiten al día de hoy regresar a la normalidad. Todavía faltan muchos números para tener la ecuación completa: cuánta gente murió de otras enfermedades por “ceder” su cama y atención, cuáles serán los efectos económicos de la solución sanitaria y financiera y, por último, si las cifras fueron tan transparentes como veíamos.

A nivel regional, la sensación sobre su mandato es de abandono e indiferencia. Piñera no hizo mucho más ni menos que sus antecesores. La sensación es que la región avanza hacia una crisis hídrica, habitacional y económica que, si es que no se toman medidas urgentes, será cada vez más profunda y catastrófica.

Al final, hubo algunos gestos: algunos embalses, insistir en la eterna promesa de la extensión del metro y, la semana pasada, la aprobación de un proyecto arquitectónico que albergará a un Archivo Regional en el antiguo Palacio Subercaseaux. Acciones que más que el resultado de una política regionalista, parecen un visto bueno apresurado, en un largo “check list” de promesas que quedaron pendientes.

Puede sonar duro, pero si Piñera tiene la pequeña esperanza de que alguien lo eche de menos en algunos años más en esta región, Gabriel Boric se tendrá que esforzar mucho para hacerlo mal, muy mal. Esperemos que esto no ocurra.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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