Lo más probable es que Evelyn Matthei sea la próxima presidenta de Chile. Así como lo lee. Muchos se declaran escépticos. Recuerdan que 18 meses antes de las elecciones que ganó Gabriel Boric, los candidatos que punteaban las encuestas eran Joaquín Lavín, Daniel Jadue y hasta Pamela Jiles. Ninguno llegó a la papeleta. Se les olvida mencionar que las elecciones presidenciales de 2021 fueron la excepción y no la regla en la historia política reciente de nuestro país.
20 meses antes de la elección presidencial de 1993, Eduardo Frei Ruiz-Tagle ya punteaba las encuestas con un 27,7%. A mediados de 1998, un año y medio antes de la elección, Ricardo Lagos Escobar era la primera preferencia con un 34% de las menciones espontáneas. Michelle Bachelet Jeria lideró sin interrupciones la carrera presidencial durante los dos años previos a la elección de 2005. Sebastián Piñera Echeñique marcaba 33 puntos en junio de 2008, muy lejos de sus rivales. Bachelet, nuevamente, lideró los sondeos desde fines 2011 hasta ganar la reelección en 2013. Luego Piñera, otra vez, capturó la punta a mediados de 2016 y no la soltó hasta ganar en diciembre de 2017.
En resumen, los que encabezan las encuestas a 18 meses de la presidencial, suelen ganarla. Desde el retorno de la democracia, nuestras elecciones presidenciales han sido predecibles. Podría argumentarse que la elección de 2021 marca un cambio en la tendencia, y que, de ahora en adelante, serán impredecibles. Podría ser. Pero también podría argumentarse que el estallido social y la irrupción de una nueva generación dorada en edad de gobernar le dieron un condimento único a la elección 2021, y que ahora -retomada la normalidad y deslucido el brillo juvenil- volvemos a ser un país predecible. Sígame la corriente: hagámonos la idea que Matthei ganará en 2025.
Si a esto le agregamos que Latinoamérica vive lo que algunos llaman un “ciclo de oposiciones”, donde la mayoría de los incumbentes pierde el poder (de Fernández a Milei, de Bolsonaro a Lula, de Duque a Petro, de Peña Nieto a López Obrador, etcétera), entonces -sígame la corriente- lo más probable es que Boric le entregue la banda presidencial a un derechista.
Entonces, ¿qué debe hacer el oficialismo?
Hay dos razones para competir en elecciones: cuando hay una muy buena chance de ganarlas, o cuando, siendo bajas las probabilidades, hay buenas razones para perderlas. El oficialismo que agrupa comunistas, frenteamplistas, socialistas democráticos, y hasta liberales progresistas y uno que otro democratacristiano, no tiene mucha chance de ganarle a Matthei. Sin embargo, eso no significa que no haya que dar la pelea. Obviamente, siempre hay que dar la pelea porque las ideas no se representan solas. La pregunta es quién tiene buenas razones para tirarse a una piscina que tiene poca agua.
Eso descarta, de entrada, a la propia Bachelet. Ya fue dos veces presidenta, es un ícono del mundo progresista, podría conducir la organización internacional más importante del planeta, ¿para qué echar a perder ese brillo en el lodazal de una campaña? Algunos dicen que podría ganar. Difícil. No estamos en 2013, cuando aplastó a una improvisada Matthei y ella llegó levitando desde Nueva York. Esto se parece más a Rocky II, cuando el semental italiano (en este caso, germano) se cobró revancha de Apollo Creed. Entre Kast y Matthei, a Soa Bachelet le van a cobrar todas las cuentas, incluso las del octubrismo que no llevan su firma.
Camilo Escalona, viejo zorro, propone llevar al ministro de Hacienda Mario Marcel. Perder con Marcel es gratis. Nadie llorará su derrota abrazado a una corbata en Plaza Italia. Es como perder con Guillier en 2017 o con Frei en 2009. La primera vez se sufrió porque la Concertación tuvo que soltar la teta. A Guillier no le dieron ni las gracias. Al día siguiente de la elección, el capital político que acumuló (tres millones de votos no es cosa poca) se desvaneció como el gas de una Coca Cola abierta.
Aquí hay una pista: ¿quiénes podrían darse el lujo de perder contra Matthei para construir una plataforma pensando en el 2029? Fue la estrategia de Piñera en 2005: sabía que no era su turno y que la fiesta estaba armada para la primera presidenta de Chile, pero compitió pensando en la siguiente. Con un agregado: en 2029, habrán florecido otras flores, especialmente del lote edilicio de Tomás Vodanovic, Claudio Castro y Macarena Ripamonti. Sin contar al mismísimo Boric, quien, como el vino, puede mejorar con los años. Abstenerse de competir en 2025 para cuidar el capital puede significar desaparecer del mapa. Como la parábola de los talentos, mejor invertirlo y ver qué sale.
Esto nos lleva a los nombres más evidentes: Carolina Tohá y Camila Vallejo. Son ministras, lo que provee roce y tonelaje, además de exigir la lealtad de todos los que han trabajado por este gobierno. Son mujeres, en tiempos en los cuales el género del progresismo en Chile es femenino. Representan a las dos “almas” del oficialismo: el espíritu concertacionista y la alianza comunista-frenteamplista, respectivamente, lo que sugiere una primaria que enfrente ideas. Y tienen ambición presidencial, lo que significa que entienden la política como una maratón de acumulación gradual de capital. En ese sentido, se parecen más a Piñera 2005 que a Guillier 2017. Si ese es el camino, entonces a veces hay que perder para ganar.
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