Señor Director:
Revuelo han causado dos tesis (magíster y licenciatura) presentadas en la Universidad de Chile que, según infieren los discutantes (admiten que no las han leído) de los títulos, no condenarían la pedofilia.
Según ministros, autoridades, rectores y académicos, se trataría de una “normalización de la pedofilia”, y se comprometen investigaciones, comités de ética que velen por temas de investigación apropiados, e incluso sanciones.
Por cierto, maravilla su creatividad y celo, que los lleva a condenar obras por el título (incluso la Inquisición leía los libros para proscribirlos en el Índice). Como yo tampoco las he leído, partiré de un supuesto: que se trata de obras apologéticas de la pedofilia. La pregunta que se plantea es: ¿debiesen temáticamente ser proscritas por algún comité de ética del campo de investigación académica?
Lo dudo. Una diferencia entre los monasterios y las universidades (las de verdad), es que estas deben estar abiertas al enfrentamiento abierto con cualquier idea. Y esto incluye las malas, las erradas, las inmorales, las de mal gusto, las groseras y las estúpidas. Las “sanciones” de la evaluación académica son las notas, que se establecen según las reglas de la especialidad. Evidentemente, los debates pueden ir más allá, lo que es bienvenido.
¿Pero por qué no proscribir investigaciones académicas sobre asuntos ya zanjados, como lo es la ilegalidad e inmoralidad de la pedofilia (o la ocurrencia del Holocausto o los desaparecidos de la dictadura)? Hay muchos argumentos a favor de una amplia libertad de expresión, sobre todo en las universidades —para que incluso los inmorales puedan hacer uso de la “libertad de la pluma” kantiana. Solo mencionaré uno. Como argumenta John Stuart Mill en “Sobre la Libertad”, con la libertad de expresión todos ganamos, independientemente de si lleva a la expresión de verdades o falsedades. En el primer caso, podemos revisar nuestras opiniones, evitando así el error. En el segundo, la verdad refulge con el contraste.
Es siempre recomendable volver a este gran liberal; lo es también en nuestros tiempos, en que el celo moral de la indignación suele despertar al pequeño inquisidor que llevamos dentro.
Publicada en El Mercurio.