Partido Republicano: ¿«Fascistas» o Guzmán 2.0?

31 de Mayo 2023 Columnas

El ensayo de Michel de Montaigne De los caníbales se inicia con el siguiente párrafo:

Cuando el rey Pirro pasó a Italia, luego que hubo reconocido la organización del ejército romano que iba a batallar contra el suyo, señaló: «No sé qué clase de bárbaros sean éstos [sabido es que los griegos llamaban así a todos los pueblos extranjeros], pero la disposición de los soldados que veo no es propia de bárbaros, en modo alguno […]. Esto prueba que es bueno cuidarse de abrazar las opiniones comunes, que hay que juzgar por el camino de la razón y no por la voz general.

Lo anterior adquiere particular relevancia cuando se evalúan ideas políticas; especialmente, si no son de la simpatía personal.

No pocas veces se ha escuchado a más de alguien disparar el adjetivo ‘comunacho’ sobre cualquier persona o grupo cercano a la izquierda. Destemplanza, que, en cierta derecha, llegó a calificar, al anticomunista Eduardo Frei Montalva, de comunacho o «amigo de los comunistas» o «facilitador de ellos»: un Kerensky chileno. Por otro lado, no pocas veces, el adjetivo ‘facho’ y similares son usados sin pudor. La Internacional Comunista, en su rivalidad con los movimientos socialdemócratas, llegó a la inmoderación verbal de etiquetarlos de «fascismo burgués»: el solo pensar en ubicar el nombre de Friedrich Ebert como cercano al de Benito Mussolini es ridículamente jocoso.

En nuestro contexto, el término facho («fascistoide») es empleado con la misma falta de rigurosidad que comunacho («comunistoide»). Sus usos llegan a ser a veces tan delirantes, que parecen sacados de un personaje bajo el efecto del LSD en una obra de Jack Kerouac. Pero desde el momento en que se expanden, producto de que «no siempre nos cuidamos (debidamente) de las opiniones comunes» —de nuevo, Montaigne—, es que se requiere ocuparse de ellas y su precisión en cuanto definición.

Obviamente, existen movimientos y organizaciones comunistas, neocomunistas, fascistas o neofascistas. Lo son todas aquellas que buscan materializar las respectivas ideologías del siglo XX a la cual refiere el adjetivo o revivir aspectos relevantes de las mismas.

El partido Republicano (PR) de José Antonio Kast ha sido calificado, por no pocos, de fascistoidefacho, ultraderecha, ultraconservador, «extrema derecha», o populista de derecha, pero hay algo que se requiere despejar rápidamente: no todo grupo de extrema derecha, ultraconservador o de ultraderecha es necesariamente fascista. Esa última categoría solo aplica a quienes ideológicamente poseen cercanía al fascismo histórico en sus distintas manifestaciones, y en contextos nacionales precisos. El ex primer ministro de Baviera, Franz Josef Strauss (1915-1988), señalado por muchos como un ultraconservador, indicaba que su partido y persona marcaban el límite máximo de las posibilidades de compatibilizar valores democráticos y conservadurismo; más allá de eso estaba la extrema derecha antidemocrática.

Una pregunta que cabe hacerse, es si el partido de Kast y su figura marcan esa misma línea o acaso la transgredan.

¿Cuál es su ideología?

Si más allá de las jugarretas de oportunismo, propias de la naturaleza de la política, se asume que los principios de un partido indican su definición, parece pertinente analizar esos ejes fundamentales.

Veamos.

(1)
Los cinco primeros «principios rectores» disponibles en la web oficial del PR dicen relación con creencias de tipo metafísicas, siendo los tres primeros los más definitorios jerárquicamente. Indican poseer una idea esencialista de la persona: sería una realidad sustantiva desde la concepción. El segundo principio es su creencia en Dios. El tercero, el considerar la Verdad y el Bien como realidades objetivas.

¿Qué consecuencias se siguen de ellos? Una cultura democrática se basa en que existe la posibilidad de discrepar públicamente respecto de materias que dicen relación con las concepciones de la vida. Es por eso que históricamente se ha entendido a la democracia como un sistema basado en una idea de verdad, con minúscula (v) y no uno que asume «la Verdad (V)». El PR niega la posibilidad de distintas ideas sobre la verdad y el bien. Se está en la «verdad» respecto de cuál es la Verdad y el Bien, o en el error objetivo. De más esta indicar, que el partido asume que sus principios respecto de Dios [sic], la familia, el orden del Estado, etc. cumplen con esa condición de ser reflejos de la Verdad y el Bien.

Es más, en la especificación de sus principios, en lo referente a la fe, si bien se declaran no confesionales defienden la existencia de un solo Dios, el del monoteísmo (no hablan de dioses) y expresamente dicen ser parte de «nuestra tradición cristiano occidental». Una duda que inmediatamente asalta ante semejantes declaraciones, es cuál es la comprensión que poseen de su lucha contra «toda intolerancia, persecución o violencia contra la fe en Dios y sus expresiones». ¿Implica un sometimiento del espacio público a rituales y símbolos de las religiones monoteístas? ¿Sería una violación de lo anterior si en instituciones públicas —financiadas por creyentes y quienes no lo son— no se pueden portar símbolos religiosos ni realizar ceremonias del mismo tipo? ¿Excluye esa defensa a politeístas, ateos o masones? Del espíritu del texto, se desprende que es una protección solo para monoteístas, y que las instituciones estatales no pueden construir espacios neutrales respecto de esas religiones, si de ello se sigue la prohibición de ejecutar actos, rituales y exhibir símbolos religiosos.

El llamado «mudo occidental», si bien posee una indudable base cristiana no es producto solo de ella: su origen es ecléctico. Las tradiciones paganas griegas y romanas asentaron sus primeras bases. De igual forma el Derecho germánico. Crucial en la emergencia de la modernidad fue la Ilustración, que posee una vertiente que es expresión de una secularización del mismo cristianismo, como otra de origen materialista fuertemente anticristiana; la cual jugó un papel relevante en la emergencia de nuevos valores, respecto de la mujer, sexualidad, valoración de la ciencia por sobre textos «sagrados», etc.; todas, características esenciales de las democracias modernas. A lo anterior se suma la influencia del judaísmo en sus distintas versiones [NELSON 2010], así como la del islam [HASSE 2021SPRINGBORG 1992], en la construcción de lo que se designa como «Occidente». Es esa base pluricultural la que permitió la consolidación de las ideas de libertad, autonomía y tolerancia que hemos conocido en los regímenes representativos de tipo liberal. Por ende, reducir a «Occidente» al cristianismo —y una versión de él quizás un poco tosca— no solo es de un simplismo vulgar, sino que puede llegar a ser riesgoso para la democracia, desde el momento que se pretende desde allí determinar los valores de las instituciones estatales, asumiendo que se posee la Verdad (V). Por eso, conservadores cristianos convencidos, pero demócratas, como Angela Merkel, señalaron esta convergencia de orígenes y la necesidad de seguir la ciencia como criterio de verdad, como una base esencial de las sociedades avanzadas y liberales que conocemos.

Un conservador ilustrado (no contradictorio con su profundo catolicismo) como Charles De Gaulle nunca introdujo a dios como un actor político, sino que hizo de las ideas de libertad, igualdad y fraternidad, una comprensión compatible con sus ideas de derecha y alternativas a las de la izquierda. El laicismo como un elemento fundamental del republicanismo francés. No por nada, su célebre ministro de cultura, André Malraux, cultivó una espiritualidad agnóstica (y, en ciertos momentos, atea).

(2)
Los principios del PR describen en sus otros puntos una adhesión al Bien Común [sic], los cuerpos intermedios, la familia, y la Patria [sic]. Sumados a los ya indicados sobre dios podrían resonar a un punteo de un seguidor de Charles Maurras [1], pero la adhesión del PR a una economía cercana a la «versión Chicago» de la dictadura de Pinochet hacen descartable esa comparación, incluso como analogía.

Parece pertinente preguntarse sobre la novedad de los planteamientos del PR.

Su base es la de ex UDI decepcionados de lo que fue el giro lavinista de ese partido. Lo acusaron de traicionar los principios de Jaime Guzmán. Si es así, ¿no serán, entonces, simplemente un guzmanismo tenuemente remozado?

Si se analiza el pensamiento de Jaime Guzmán, no es posible indicar que este sea una variante del fascismo, aunque se encuentre en él la influencia de autores como Donoso Cortés o Carl Schmitt. Es más, expresamente lo rechaza [2]. Lo suyo era una combinación de ideas reaccionarias con un abrazo posterior al neoliberalismo [CRISTI 2000]. Alguien que consideró un constitucionalismo que domestica la democracia, haciéndola mínima, como la única forma deseable de ella.

El gremialismo inaugurado por Guzmán es un movimiento que surge de forma reaccionaria (como todo el pensamiento conservador desde la Revolución Francesa), desconfiando de la derecha tradicional. Al incorporar las ideas del neoliberalismo, terminará siendo una versión criolla, de la propuesta de Ronald Reagan [LOWRY 2005]: moralización en los valores —la suya es más ultra—, introducción de dios en la arena política, modernización económica por medio del capitalismo versión Chicago.

En ese sentido, es posible leer al PR como un revivir de las viejas ideas de Jaime Guzmán en su versión intelectual de la década de los 80: esencialización de la idea de persona y familia; pretensión de ser promotores del Bien, la Verdad y de Dios; uso genérico de conceptos como el de «bien común»; sumado a una fuerte defensa del capitalismo Chicago School à la Milton Friedman. Lo anterior, sumado a un uso de redes sociales y estrategias de márketing, la explotación de temas candentes de actualidad (seguridad, inmigración) y el liderazgo de José Antonio Kast, quien combina —cual antítesis de Donald Trump— la sobriedad visual y lingüística.

¿Son, entonces, los republicanos la línea máxima que describía Strauss hasta dónde llega el conservadurismo compatible con la democracia? ¿O son un ejemplo de la transgresión de esta?

Existen en su declaración de principios elementos evidentemente iliberales. Por tanto, sí es posible indicar que son un grupo contrario al orden social liberal, con valores que tensionan la cultura democrática, y que, en tal sentido, constituyen una amenaza de autoritarismo para nuestra convivencia.

Publicada en Ciper.

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