Para entender la crisis racial desde el sillón: lo que Tarantino nos enseña sobre el caso Floyd

19 de Junio 2020 Columnas

Un criminal de guerra afroamericano y un infame exsoldado confederado dejan de lado por un momento sus rencillas homicidas para ahorcar a la forajida Daisy Domergue. Los dos, heridos, perpetran su brutalidad recostados sobre un camastro de sábanas blancas y cojines azul marino que, al contacto con su abundante sangre, reproduce los colores de la bandera estadounidense. La escena es el colofón narrativo de Los 8 más odiados, el exitoso film que Quentin Tarantino estrenase en 2015, al calor de los conflictos intestinos que estimulaban al movimiento Black Lives Matter y que, silenciosamente, preparaban el ascenso de Trump a la Casa Blanca. A los poco amigos del excéntrico director pudiera parecerles que la película no es más que una profusión gratuita de cráneos reventados y vísceras voladoras. Sin embargo, lo cierto es que esta cinta es una refinada y oscura interpretación histórica en torno a las violencias estructurales que permean a la sociedad estadounidense. Su reflexión en torno al gran problema americano cobra vigencia y sentido ante el caso Floyd.

La historia es, a grandes rasgos, la de un grupo de forajidos de todas las condiciones étnicas que quedan encerrados en un refugio (la cabaña de Minnie) en medio de una terrible tormenta. Todo ello para acabar quitándose la vida los unos a los otros en una orgía de cólera desatada. No es casual que la película se ambiente en la era de la Reconstruction, es decir, en los años que siguieron a la guerra civil y al fin de la esclavitud. Muchos estadounidenses quisieron ver este período como una transición exitosa y pacífica, en que fueron sentadas las bases para la reconciliación y la igualdad perpetua entre negros y blancos. Sin embargo, los personajes tarantinianos aparecen incapaces de renunciar al legado de resentimiento dejado por los plomos y látigos del pasado.

El film no denuncia un odio racial específico: afroamericanos, blancos y mexicanos se detestan con paridad salomónica. Como consecuencia, el asesinato se hace perfectamente democrático. Y en ese aquelarre de homicidios se nos revela la gran ausencia: en la casa de Minnie no hay más ley que la venganza, no hay más jurado que el revólver. En la casa de Minnie no hay Estado de derecho: el único medio de supervivencia, de comunicación y de poder que existe es la violencia. Y es este el cuento para no dormir que nos cuenta Tarantino. La triste historia de un Estado de excepción, que diría Giorgio Agamben: de un orden que nace de la imposición, de la impostura y de la sangre y en ellas se perpetúa. Y es allí donde se quiebra la igualdad esencial que brindan las condiciones de ser humano y de ciudadano. Es allí donde emergen los colectivos raciales, y los Floyds asesinados, y las plazas incendiadas, y los demagogos secretamente complacidos.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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