Palabras en una botella

28 de Febrero 2019 Columnas

En Pisco Elqui el veraneante puede visitar una destilería de pisco y hacer un recorrido que lo llevará desde una antigua cava hasta una experiencia de prueba. Soy abstemia y desconozco los placeres del alcohol y sus supuestos paraísos artificiales. Pero sin embargo, la guía va tejiendo su red hecha de palabras. Se nos habla de tonos, de años de añejamiento, de aromas a madera, a clavo de olor, vainilla y roble.

Al llegar el momento de la cata no participé de la prueba pero seguía embebida de esas palabras mágicas. Según la guía el líquido espirituoso, al agitarse, deja “lágrimas” en las paredes de la copa y al oler deberíamos percibir los suaves aromas a clavo de olor y maderas nobles. Nada de eso sentí, pero entonces me di cuenta de que me importaban más sus palabras que el líquido mismo: lágrimas, canela, alambique.

Al final del recorrido el cliente podía llenar él mismo su botella con el pisco añejado haciendo girar una llave directamente desde un tonel extraído de la cava. ¿Por qué era, al parecer, tan importante llenar la botella por sí mismo en vez de comprarla ya envasada? Caí en la cuenta que de eso se tratan los veranos: de llenar esa botella de palabras.

En Monte Grande se encontró hace unos años una botella con un mensaje que había permanecida enterrado desde 1954. El mensaje en su interior se refería a la fundación de una plaza de juegos para niños y estaba firmado por la mismísima Gabriela Mistral. La imagen de la botella vacía para ser llenada con palabras se me hizo así más potente como metáfora del veraneante que sale a ver otros paisajes, sentir otros vientos y ver otros cielos.

Palabras que pueden luego, en el transcurso del frío invierno y la vida laboral, ir apareciendo en nuestra ayuda. Abrir la botella en pleno julio y dejar que ellas salgan. Palabras de nuestra geografía: monte, valle, río, herradura. Palabras de nuestro espacio urbano: plaza de armas, iglesia, mausoleo. Palabras que nombran a mujeres nuestras: Gabriela, Emelinda, Petronila. Palabras añejadas al igual que nuestro pisco.

En esa espera irán cargándose de otros sabores y olores. Esta vez la madera no será el roble americano sino nuestro propio proceso interior, el alambique de nuestra alma. Esa memoria que decanta y que olvida, que recuerda y que remueve. Una botella por llenar con palabras, eso es lo que queda del verano.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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