O’Higgins, Bachelet y la memoria

27 de Agosto 2018 Columnas

A propósito del sensible fallecimiento del ex diputado Andrés Aylwin, Michelle Bachelet señaló: “La memoria nunca debe olvidarse ni tergiversarse”. Sin embargo, la realidad pareciera indicar lo contrario. Nuestra memoria está constantemente acomodando los acontecimientos pasados de acuerdo a diversos estímulos.

Los mismos historiadores, en los intentos de reconstruir e interpretar el pasado, hacen sesgos voluntarios e involuntarios, pasando al olvido ciertos hechos que no les parecen, en su momento, relevantes. Asimismo, los gobiernos impulsan políticas de recuerdo y de olvido. Para el primer caso, sirve como ejemplo, en medio de la polémica, el famoso Museo de la Memoria que perpetúa las violaciones cometidas a los derechos humanos en la Dictadura. Para el segundo, cito el cambio de nombre de calles, como sucedió con la Avenida 11 de septiembre, bautizada así durante el Gobierno Militar y, hace poco tiempo, rebautizada como Nueva Providencia.

El caso de Bernardo O´Higgins, a propósito de su reciente natalicio, resulta un caso interesante de analizar para profundizar en este tema. Uno tiende a imaginar que su presencia se ha mantenido invariable en el tiempo. No obstante, ha tenido una serie de ciclos. Los más recientes, su glorificación durante el Gobierno Militar y su posterior minimización durante la época de la Concertación. Hay que recordar que para el concurso “Grandes chilenos”, realizado para el Bicentenario, su nombre ni siquiera clasificó para la fase final, en un país donde tampoco es que tengamos muchas figuras para escoger.

Retrocediendo en el tiempo, vale la pena considerar que Bernardo O’Higgins murió en el destierro, sin poder regresar a Chile. Desde que partió a Perú por voluntad propia en 1823, fue considerado un personaje molesto para la clase política del periodo. Siempre figuró como un candidato en potencia, que podía tomar sus cosas y venir a “revolver el gallinero” en un espacio donde ya había bastante movimiento.

La historiadora peruana Carmen Mc Evoy publicó hace algunos años un trabajo sobre este tema: “El regreso del héroe: Bernardo O’Higgins y su contribución en la construcción del imaginario nacional chileno, 1868-1869”. Aquí se demuestra cómo, a fines de la década de 1860, “una de las tareas fundamentales del Estado chileno y de sus productores culturales fue forjar un símbolo unificador capaz de anclar al país en el tiempo y en el espacio, protegiéndolo así del desarraigo cultural y geográfico que lo contingente estaba provocando entre importantes sectores de la población”.

En consecuencia con eso, agrega Mac Evoy, “el rescate de la tradición y de la memoria estuvo asociado a la construcción de un poderoso ícono capaz de proveer lazos aglutinadores, además de certidumbres, tanto a las elites como a los sectores subalternos. Es por lo anterior que no resulta una mera coincidencia la llegada de los restos del padre fundador de la república, Bernardo O’Higgins, a la capital de un país fragmentado y polarizado”.

De un momento a otro, se logró borrar de la memoria colectiva que O’Higgins se había enfrentado a la Iglesia, al Congreso, a los pelucones y que decretó la muerte de los hermanos Carrera y de Manuel Rodríguez. En otras palabras, concluye la historiadora, “O’Higgins fue reinventado a través de la memoria selectiva de los encargados de rendirle homenaje”.

Aunque nos guste imaginar que no es así, la memoria, como cree hacernos suponer la ex presidente, no es una bodega donde uno guarda cosas de manera inalterable y a las que puede recurrir cada vez que se necesite sacar a colación un recuerdo. La memoria es maleable según un sinfín de estímulos. Lo mismo sucede con la historia que, aunque muchas veces intentamos vestirla de ciencia, responde a presiones y diversas circunstancias. Y los gobiernos, dependiendo de las necesidades, hacen uso de ella en su propio beneficio.

Un desafío abierto. Avancemos juntos hacia él.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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