Nueva normalidad: ¿Proceso o garrotazo?

26 de Abril 2020 Columnas

“El que explica, se complica”, dice el dicho popular y en época de pandemia, esta constatación debiera convertirse en un himno comunicacional para el gobierno de Sebastián Piñera.

Porque cuando el Covid19 está más que instalado y la ciudadanía tiene incertidumbre, pero sobre todo una gran dosis de miedo, las equivocaciones e improvisaciones no están permitidas. Así de simple.

Por eso, el concepto de “nueva normalidad”, que intentó apurar durante esta semana el Ejecutivo y el ministro de Salud, Jaime Mañalich, es peligroso. No porque no sea cierto. Efectivamente, en la medida en que las circunstancias lo permitan, el país debiera tender a regularizar su funcionamiento, sobre todo considerando que la epidemia económica que se avecina podría ser tanto o más peligrosa que el Covid19, según lo han adelantado los economistas.

Fue el mismo Presidente el que tuvo que explicar el concepto de esta nueva normalidad, probablemente cuando en su entorno el análisis apuntó a que no estaba siendo entendido como se esperaba y se estaba convirtiendo en un nuevo autogol innecesario. Solo unos días después de que la bola de nieve empezara a crecer, a partir de los dichos de Mañalich sobre la vuelta a clases de los escolares y el instructivo para el regreso de los funcionarios públicos al trabajo presencial, Piñera tuvo que salir a aclarar: “No estamos diciendo que la nueva normalidad va a ser ahora, nos estamos preparando para el retorno seguro, para que estemos bien preparados”.

La reacción de la ciudadanía, los alcaldes y el mundo político probablemente habría sido muy distinta si la “nueva normalidad” hubiera sido planteada así desde un comienzo, no como un garrotazo, sino como un proceso que se está preparando y que se comenzará a materializar en la medida que sea seguro. No ahora. La polémica se habría evitado claramente si la “preparación” no hubiera comenzado con un frío instructivo destinado a los funcionarios públicos, instándolos a volver a trabajar presencialmente, o con declaraciones como el “nunca estuve de acuerdo con cerrar las escuelas” de Mañalich.

Por situaciones como esa, el concepto de la “nueva normalidad” no duró mucho y ya al término de esta semana tuvo que ser explicado por el propio Mandatario, que desde un matinal decidió cambiarla por el “retorno seguro”, apelando a la tranquilidad de la ciudadanía. Pero ya el miedo estaba instalado.

¿Qué razón habrá tenido el Ejecutivo para apurar una normalidad que no puede ser instalada por decreto? ¿Cómo apostar por un concepto así, cuando todas las explicaciones apuntan a que –aun retornando a los trabajos y las escuelas- el proceso será cualquier cosa menos “normal”? Pareciera que, en realidad, la necesidad casi patológica de Piñera y su gobierno de convertir en eslogan y adjetivizar cualquier proceso, esta vez le jugó en contra. Y el apuro también.

Desde el punto de vista comunicacional, la normalidad no es un criterio que se pueda instalar de la noche a la mañana y mucho menos se trata de un concepto que pueda ir de la mano con el alza diaria del número de contagiados y de fallecidos, aun cuando estos estén dentro de una curva razonable y hasta positiva según el gobierno. Sí hace más sentido hablar de retorno seguro, aunque sea un adjetivo trillado (se ha usado en aula segura, estadio seguro, etc.), porque apela precisamente a la convicción de que se tratará de un regreso cuando las circunstancias lo permitan. No ahora. No a la rápida. No como una imposición, sino a partir de las certezas que la ciudadanía requiere para enviar a sus hijos a clases, sin miedo a que se contagien e infecten a los abuelos que viven en la misma casa.

Además, el retorno seguro tiene que tener también un relato en la realidad. Porque mientras aparezcan panfletos xenófobos en nuestra región queriendo expulsar a personas de origen chino por haber “traído el virus”; mientras los más vulnerables se aglomeren en oficinas gubernamentales para cobrar el bono Covid19; mientras los adultos mayores de la región y del país entero hagan largas filas para cobrar sus pensiones, alejados completamente de la seguridad y el distanciamiento social requerido, el retorno seguro también perderá fuerza y se convertirá en una frase vacía.

Porque lo relevante es que efectivamente la normalidad que quiere “preparar” o instalar el gobierno tenga consonancia con la seguridad que requiere el manejo de la pandemia, pero que también tenga un trasfondo respaldado en las certezas y alejado de la incertidumbre. Que realmente sea un proceso y no un garrotazo de cara a la ciudadanía.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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