No le pidamos peras a Naranjo

14 de Noviembre 2021 Columnas

El día 18 de noviembre de 2014, en la provincia china de Henan, el joven Duan Huan consiguió el record mundial de dar vuelta sobre sí mismo durante 14 horas. En un sala común y corriente, a las 8:00 de la mañana, Huan inició su modesto espectáculo que él creía lo llevaría a la fama, dando vueltas sin marearse. Así lo hizo, abusando de la paciencia de los testigos, hasta que fueron las 22:00 de la noche, logrando un récord que quedó registrado en el famoso libro de los Records Guinness.

Casi siete años después, el diputado Jaime Naranjo logró un récord parecido al del chino Huan al sentarse en la Cámara de Diputados a leer un discurso de 1.300 páginas, que tenía como objetivo hacer tiempo con el fin de conseguir que su compañero de coalición, Giorgio Jackson, llegara a votar al Congreso a favor de la acusación constitucional contra el presidente Sebastián Piñera.

Al igual que Huan, Naranjo estuvo dando vueltas a un texto que servía de pretexto para prolongar la jornada hasta la medianoche en un espectáculo que tenía a todos mareados. A diferencia del chino, Naranjo pudo ir al baño, comer y tomar agua, lo que, de seguro, le impidió ser parte de libro de records.

Lo de Naranjo ni siquiera fue original. Se aprovechó del sistema, copiando una estrategia que habían utilizado otros parlamentarios en Estados Unidos y el diputado de la UDI Jorge Ulloa en Chile en 1993.

¡Fueron 15 horas las que estuvo leyendo! Para que nos hagamos una idea, si un diputado desilusionado con la decadencia de la clase política hubiese salido del Congreso en Valparaíso y partido caminando rumbo al norte, desde el inicio del discurso de Naranjo, podría haber llegado hasta Zapallar cuando el diputado terminó. Si lo hubiese hecho hacia el sur, su destino habría sido Isla Negra. Por último, si lo hubiese hecho rumbo a Santiago, lo habrían parado en Curacaví para avisarle que, por fin, la perorata había concluido.

Si lo queremos ver en término económicos, un diputado gana, en promedio, $9.349.851. Si dividimos eso en horas semanales y, a su vez, calculamos el valor hora de un honorable, podríamos concluir que a Naranjo, de nuestros impuestos se le pagaron casi $800.000, más de dos salarios mínimos, por leer un discurso que no tenía mayor sentido, todo esto bajo un aura de que lo que estaba haciendo era épico.

Si se trataba de rellenar, Jaime Naranjo podría haber sido más condescendiente y haber realizado una selección de autores. Desde un punto de vista político, podría haber partido con la República de Platón, haber continuado con la Política de Aristóteles, saltar a El Príncipe de Maquiavelo y haber cerrado con El Contrato Social de Rousseau. En una línea más literaria, podría haber escogido algunas textos clásicos para haber educado a la audiencia, ilustrado a los periodistas y domesticado a los orcos de las redes sociales. Haber comenzado por la Ilíada, por ejemplo, haber continuado con la Divina Comedia y haber cerrado con algo más contemporáneo como 1984 de Orwell, aunque, en realidad, habrían sido más ad hoc las obras completas de Franz Kafka.

Gracias a este gesto, Naranjo se podría haber transformado en esos personajes del mundo antiguo que, relata la escritora Irene Vallejos, prestaba sus cuerdas vocales cuando la norma era leer en voz alta para un grupo de personas:

“Desde los primeros siglos de la escritura hasta la Edad Media, la norma era leer en voz alta, para uno mismo o para otros (…) Los libros no eran una canción que se cantaba con la mente, como ahora, sino una melodía que saltaba a los labios y sonaba en voz alta”.

Pero claro, no le pidamos “peras al olmo” o, en este caso, a Naranjo. En su simpleza, el diputado prefirió el otro camino y cometió un pecado para quienes somos humanistas, leer un texto que no le interesaba a nadie. Prostituyó la lectura, rebajó el oficio de los lectores ancestrales y transformó este arte en un proceso mecánico, sin alma y sin sentido.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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