Mona Serageldin

7 de Junio 2018 Columnas

Muchos de quienes estén leyendo esta columna —la gran mayoría de hecho — no entenderán a qué se debe el título. La profesora Mona Serageldin nació en Egipto, donde fue a la universidad, y después realizó su magíster y doctorado en Harvard. Allí la conocí como académica e investigadora. No olvido ese primer día de clases, en 2005, cuando entró a la sala para dictar la primera clase del curso de desarrollo urbano: una señora mayor, de no más de 1.55 cm de altura con un carro de diapositivas —cuando ya muy pocos insistían en esa tecnología—.

En sus clases mostraba pacientemente cómo aplicó sus enseñanzas en ciudades de todos los continentes, en temas de desarrollo local, planificación estratégica inclusión social y evaluación de políticas y programas públicos. Una vez que jubiló de la academia, hace 13 años, fundó el Instituto Internacional de Desarrollo Urbano en Cambridge, Massachusetts.

Allí volcó su modo integral y humano de comprender las grandes complejidades urbanas de hoy, una aproximación.

Tras su reciente muerte, ése es uno de sus mayores legados. Temas como la descentralización, las finanzas municipales del desarrollo urbano, la planificación y gestión urbana participativa la regularización de infraestructura y suelo, el microcrédito para vivienda e infraestructura, el desarrollo basado en la comunidad, la revitalización del tejido urbano histórico y la migración con sus impactos son entre otros, son el necesario caleidoscopio para comprender la dimensión humana del desarrollo de las ciudades.

En Chile, el crecimiento de la inmigración está cambiando el rostro de nuestras ciudades. Los inmigrantes son los nuevos residentes, marcados por su resiliencia única, sujetos a la informalidad de vivienda, a una fuerte segregación y a la falta de una planificación estratégica nacional. Su vida, sus experiencias, son el rostro de una ciudad desde el dolor y desde la felicidad.

Desde ese modo de comprender las condiciones sociales, culturales y económicas, construyó puentes entre el mundo académico y la vida de las personas, los gobiernos y los privados. Esa era una de sus enseñanzas más poderosas: la investigación aplicada. Mona Serageldin comprendía a cabalidad el sentido de ésta como un tipo de estudio que emana de la observación cuidadosa en terreno, del levantamiento metódico de información, y de sus explicaciones tensionadas con la teoría.

Desde aquella primera clase, es inolvidable no ver la ciudad como el lugar donde nacemos nos educamos, trabajamos, nos divertimos, y morimos, con un rostro que tiene nombre, familia y entorno. Desde entonces la ciudad ya no es para mí un objeto estético o de datos, sino más bien —y lo relevante— un proceso de desarrollo con un objetivo ético para todos los que vivimos en ella, que podríamos llamar urbanismo humano.

Publicado en La Segunda.

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