Mil tambores

1 de Octubre 2018 Columnas

La suspensión del Carnaval de los Mil Tambores debe ser analizada con mucha atención por algunas razones que hacen de este hecho algo bastante particular.

En perspectiva histórica, hay que indicar que se trata de un evento que estaba próximo a cumplir y que retomaba la tradición del carnaval porteño, que había terminado en forma abrupta en 1973, luego del Golpe de Estado.

Aunque los carnavales poseen una tradición milenaria, para nuestro caso resulta interesante retroceder de la República, cuando las autoridades se plantearon la tarea de “civilizar” a la ciudadanía. En este esquema, las fiestas populares, como los carnavales o las chinganas, figuraban como el principal obstáculo en esta tarea civilizadora.

A juicio de la élite, las fiestas eran la causa de excesos terribles por parte del pueblo, porque aquí era donde los trabajadores se gastaban el poco sueldo que tenían en mujeres y alcohol, abandonando sus obligaciones familiares y laborales.

Para el caso específico del Puerto, el historiador Fernando Silva Vargas, en un artículo sobre sociabilidad en Valparaíso durante el siglo XIX, señala que en sus inicios, los carnavales consistían en desfiles de flores y de trajes de fantasía, a los que se sumaban bailes infantiles.

Dentro de estas festividades, la más llamativa eran los bailes de máscaras organizados en el Teatro dela Victoria. La costumbre, agrega Vargas, era que estos se iniciaran a las nueve de la noche y concluyeran a las tres de la mañana. El problema de esta fiesta era que el uso de las máscaras favorecía a los bandidos, por lo que la autoridad determinó que sólo se podía ocupar la careta hasta las 24:00 horas, después de lo cual estaba prohibido utilizar máscaras fuera del teatro.

Mientras la élite se divertía en estos bailes, los sectores populares, en tanto, se entretenían lanzando chayas, huevos de cera rellenos de agua y también otros líquidos de dudosa procedencia. No obstante, según la revista La Semana, hacia 1875, la ciudad ya no tenía tiempo ni para preocuparse del Carnaval ni de la Cuaresma, “uno y otro pasan desapercibido entre nosotros”, afirmaba el semanario.

En esta misma línea, El Mercurio de Valparaíso, unos años más tarde, lamentaba que se hubiera retomado la tradición de la chaya, “una costumbre tan mala y ajena a nuestros hábitos”. Hacia 1888, la principal crítica del diario apuntaba a la pérdida de tiempo de manera impune:

“Las oficinas públicas se cierran, el comercio en su mayor parte se suspende, y millones de personas, millones de obreros que ganan su jornal día por día, se ven privados del trabajo que  les da el pana sus hijos ¿Pensaron en que hicieron el feriado el carnaval? Si no lo pensaron, bueno es que lo hagan ahora y vuelvan sobre sus pasos. El carnaval como feriado debe suprimirse”.

La mirada económica del diario contrastaba con la observación curiosa de un extranjero frente a esta fiesta de carácter popular. En sus Memorias, el sirio Benedicto Chuaquí destacaba la disposición de la gente para divertirse y olvidarse de sus preocupaciones: “se permitían toda clase de bromas, y el que salía a la calle debía llevar también una buena cuota de humor para no molestarse por las incidencias que solían producirse durante el juego de chayas y serpentinas”.

Volviendo a los Mil Tambores, resulta paradójico que, en esta ocasión, haya sido la mayoría de la población la que se haya opuesto al carnaval, quizás porque los organizadores nunca supieron incorporar a las personas como parte de esta fiesta. La gran mayoría de los habitantes de Valparaíso no se sentía parte, salvo por la externalidades negativas que producía. En definitiva, contrario a lo que había sucedido hasta ahora, la mayoría se opuso a una expresión cultural que la autoridad, en cambio, sí estaba dispuesta a tolerar, a pesar de los efectos negativos que podía provocar. Un panorama novedoso y muy diferente al de los siglos anteriores.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

Contenido relacionado

Redes Sociales

Instagram