Resulta por lo menos curiosa la reacción del oficialismo frente al gabinete anunciado por Sebastián Piñera. En 2013, luego de un triunfo resonante, la centroizquierda notificó al país que el ciclo histórico de los consensos había terminado y que llegaba la hora en que la mayoría debía expresarse y, sobre todo, ejercerse. A nadie se le ocurrió preguntarle a la minoría derrotada si le gustaban los ministros designados en ese entonces por Michelle Bachelet. A nadie le pareció relevante saber si alguno de los futuros ministros hería sensibilidades en la contraparte; menos aún, que eso pudiera ser considerado una ‘provocación’.
Pues bien, eso es exactamente lo que hizo ahora el Presidente electo: buscó expresar y ejercer la mayoría aplastante que obtuvo en las urnas. Pero parece que la misma lógica que el todavía oficialismo defendió en la conformación de su gobierno, y que refrendó después en la manera como se tramitaron sus reformas, dejó súbitamente de ser válida. Al parecer, algunos consideran que en Chile solo hay ‘una’ mayoría legítima: la suya o, lo que sería psicológicamente más grave, no están todavía en condiciones de aceptar que perdieron las elecciones y hoy representan a una minoría electoral.
Para este sector resulta una ignominia que se haya designado un ministro de Educación que cuestiona las reformas impulsadas por Bachelet, o una ministra De la Mujer contraria al aborto, o un canciller crítico de Cuba y Venezuela. Nada que los representantes de Chile Vamos no dijeran desde hace mucho tiempo. Nada que pudiera ser considerado una sorpresa de última hora o una voltereta oportunista. Así, los ciudadanos que llegaron a las urnas sabían o debían saber esas opiniones. Y respaldaron a su candidato mayoritariamente.
Todo esto es de una obviedad absurda, pero se vuelve significativo cuando un sector relevante del país no lo quiere asumir. Buscan resquicios para no reconocerlo: el país de los ‘idiotas’, los fachos pobres, los rubiecitos que fueron a venderle ilusiones a los inocentes habitantes de Recoleta, etc. Lo que ocurre en realidad es que esos sectores están viviendo una hecatombe interna, un quiebre cultural que trastoca premisas políticas y emocionales muy profundas. Aceptar que en el Chile de hoy la centroderecha puede ser mayoría absoluta en las urnas, una mayoría democrática y legítima, se ha transformado en uno de los principales desafíos que hoy enfrenta la centroizquierda. Y la paradoja histórica es que fue Michelle Bachelet, con sus dos gobiernos, quien contribuyó como nadie a este proceso de normalización de la alternancia en el poder. Irónicamente, en términos políticos este es y será su gran ‘legado’.
¿La conformación de este gabinete supone que el gobierno de Sebastián Piñera será contrario a la búsqueda de acuerdo? En absoluto, pero esos acuerdos deberán construirse a partir de la legitimidad de una mayoría distinta, y serán los opositores a ella los que evaluarán si están disponibles para eso. En esto, ambos sectores tienen todavía un largo camino que recorrer: la centroderecha, aprender a ser mayoría; la centroizquierda, a ser minoría. Así, el día de mañana todos tendrán claro que en las democracias contemporáneas las mayorías permanentes no existen, y si un sector pretende dejar una herencia estable al futuro del país, es mucho más conveniente construirla buscando puntos de encuentro. Es lo que no se hizo en estos años y es lo que hoy tiene a la centroizquierda viviendo en un limbo.
Publicado en
La Tercera.