Más Mujeres

9 de Abril 2019 Columnas

¿Por qué más de la mitad de la comunidad del Instituto Nacional votó en contra de aceptar a mujeres en sus aulas? En perspectiva, esta pregunta me parece más interesante y profunda que aquella de si la decisión les corresponde a sus estudiantes, profesores, directivos y apoderados, o a alguna autoridad pública.

Y es que el Instituto Nacional no es cualquier colegio. No cualquier joven postula a él y no cualquier padre o madre incentiva a sus hijos a hacerlo. Quien lo hace es alguien que piensa en grande, que tiene una alta autoestima, que busca destacar en la vida, que valora el rigor y la excelencia. No por nada en sus pasillos se hace sentir siempre la presencia de sus figuras históricas, partiendo por los fundadores —José Miguel Carrera, entre ellos— y siguiendo por 18 presidentes de la República y más de 30 premios nacionales. El Instituto Nacional, qué duda cabe, ha sido la principal cuna de líderes en el país… todos ellos hombres.

¿Qué está intentando preservar esa mitad de la comunidad institutana cuando vota que no a la incorporación de estudiantes mujeres? Las interpretaciones pueden ser variadas, pero permítaseme intentar una osada, que se deriva de una observación más amplia: estudios en todo el mundo muestran que los hombres tendemos a creernos más inteligentes que las mujeres. Este hecho no sería relevante en espacios u organizaciones en los que la inteligencia no es resaltada como un valor, pero tiene un peso innegable en aquellos donde sí lo es, como en el Instituto Nacional. Visto así, y aunque desde luego nadie esté dispuesto a admitirlo públicamente —ni siquiera frente a sí mismo—, es perfectamente razonable pensar que una parte de esa mitad de la comunidad institutana votó que no para evitar poner en riesgo su patrimonio de excelencia académica.

Vayamos ahora más allá del Instituto Nacional. En la mayoría de las organizaciones que vienen de la era industrial, la inteligencia ha sido también valorada para promover ejecutivos a cargos altos. Desde el mismo supuesto de que los hombres nos creemos más inteligentes que las mujeres, es esperable entonces que se produzca similar resultado, y es lo que observamos: en esas organizaciones, la gran mayoría de los altos ejecutivos son hombres. ¿Hay algo de malo en eso?, se preguntará usted. Hasta hace poco, nadie se hacía la pregunta siquiera. Hoy nos la hacemos, y empiezan a haber distintas respuestas. Unos dirán que no; otros que sí. Y entre estos últimos, una proporción importante, incluida la mayor parte de las mujeres, por cierto, argumentará que debe haber más igualdad. Pero lo cierto es que no es solo un asunto de igualdad; es mucho más que eso. Veamos.

Que hoy nos manifestemos públicamente en contra del abuso físico y psicológico de hombres a mujeres nos parece del todo evidente. ¿Quién podría no estar de acuerdo con condenar ese tipo de conductas? Pero hay que recordar que esto no fue siempre así, y porque en la mayoría de las civilizaciones el estatus de la mujer era inferior, el abuso hacia ellas no era condenado y, de hecho, se fue instalando como algo implícitamente aceptado. Aún en los tiempos que corren es impactante tomar conciencia de la cantidad de mujeres que han sido abusadas, en todos los círculos sociales.

Menos evidente es manifestarse a favor de la igualdad de derechos de hombres y mujeres, y aparecen aquí distintas posiciones. Hoy no se discute en esta parte del mundo la igualdad de derechos políticos o de acceso al trabajo, ¿pero el acceso a cargos de dirección? De nuevo, igual que en el Instituto Nacional, nadie admitiría públicamente que las mujeres tienen menos derecho que los hombres a estar ahí, pero las cifras son reveladoras, y detrás de ellas hay comportamientos y decisiones que las generan.

Sin embargo, es necesario reafirmarlo, aquí se halla en juego mucho más que la igualdad. Lo que estamos discutiendo, sin darnos cuenta de ello a veces, es el tipo de liderazgo que buscamos en nuestras organizaciones y en nuestra sociedad. Venimos de miles de años de patriarcado, y muchas veces un patriarcado ejercido por monarcas, presidentes, gerentes generales y jefes de hogar que han actuado desde la arrogancia, el control, la imposición y el exceso de confianza, en línea con eso de creerse más inteligentes. Y justamente, porque han supuesto que esas características definen a un líder, en sus posibles sucesores han buscado lo mismo, cerrando así el círculo e impidiendo que otro tipo de liderazgo emerja. En este relato, por supuesto que las mujeres, percibidas como menos inteligentes y carentes de esas características, han quedado fuera del círculo.

El problema es que esas características masculinas de liderazgo, que otrora sirvieron para fijar el rumbo y ordenar a las organizaciones y sociedades en base a jerarquías muy marcadas, hoy resultan inefectivas en un mundo con desafíos cada vez más complejos y personas cada vez más educadas y empoderadas. Sea como producto de diferencias biológicas, evolutivas o culturales, múltiples estudios han concluido que la humildad, la sensibilidad y la colaboración, por ejemplo, son rasgos más presentes en mujeres que en hombres, y la realidad muestra que ellos resultan hoy más efectivos a la hora de liderar que la arrogancia, el control, la imposición y el exceso de confianza, propios de ese líder masculino tipo macho alfa, en proceso de extinción.

Más allá de que existan colegios de excelencia para mujeres, como el Liceo Nº 1 o el Carmela Carvajal, que garantizan la igualdad de acceso a este tipo de educación, lo que más debe importarnos es que los estudiantes del Instituto Nacional, llamados a influir en el devenir de nuestra sociedad, se atrevan a contagiarse de lo que las mujeres aportan en el ejercicio de liderazgo, viendo los beneficios de tenerlas no solo en sus aulas, sino también en los puestos de alta de dirección de las organizaciones. Necesitamos más mujeres en tales espacios y, sobra decirlo, el llamado aplica igual para los hombres que hoy ocupan esos altos cargos, vengan o no del Instituto Nacional.

Publicada en El Mercurio

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