Maldita OCDE

4 de Noviembre 2019 Columnas

A inicios del año 2010, la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, junto con el secretario general de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), firmaban el convenio de adhesión de Chile a esta organización. Nuestro convertía en el primer país de Latinoamérica en ser parte de este selecto grupo que, hasta esa fecha, contaba con 30 países (hoy son 36).

Tal como lo afirmaba la página oficial de la OCDE, la aceptación de Chile “representa un reconocimiento internacional a dos décadas durante las cuales Chile ha reformado su sistema democrático y sus políticas económicas”. Se trataba de un “momento histórico en su misión por construir una economía más fuerte, más limpia y más justa”, señalaba la misma organización.

En esa ocasión, Bachelet señaló: “Chile deja atrás el subdesarrollo y se encamina a paso firme para convertirse en una nación desarrollada en unos años más (…) es el inicio de un nuevo camino cargado de futuro, que nos abre nuevas y grandes oportunidades para avanzar con mayor rapidez hacia ese anhelado desarrollo”.

 Los chilenos podíamos estar contentos. Se reafirmaba el mito de la excepcionalidad, la idea de que somos los jaguares de Latinoamérica, un vecino rico en un barrio pobre o el “oasis” del que se jactaba el Presidente Sebastián Piñera hace unas semanas.

¿Qué ocurrió? Después de cientos de años de vanagloriarnos al comparar nuestras cifras con la de nuestros vecinos, pasamos de ser, como dice el dicho popular, “cabeza de ratón a cola de león”. Bastó que nos incorporáramos a este selecto grupo para empezar a darnos cuenta que nuestra riqueza, en realidad, era relativa.

Veamos algunos números: el 2012, Chile apareció entre los peor evaluados en el ranking de calidad de vida de la OCDE, sólo superábamos a México y Turquía. El 2013, por primera vez liderábamos un ranking, pero entre los que más horas al año trabajábamos, lo que no se traducía en índices de productividad. El 2014, apareció que éramos el país que tenía a los parlamentarios mejor pagados del grupo, lo que no se traducía en mejores leyes. Al año siguiente, aparecía que en la prueba PISA teníamos el mejor rendimiento de América Latina, pero bajo el promedio de la OCDE. El 2016, salimos segundos, pero en ser uno de los países con mayor índice de obesidad del grupo. Un año después se encendió la alarma, encabezábamos nuevamente el ranking, pero en otro índice negativo: éramos uno de los países con mayor desigualdad. Por último, el año pasado figurábamos como uno de los países en el que los particulares gastábamos más en salud.

Al final del día, nos terminamos dando cuenta de que, frente al resto de los nuevos amiguitos, éramos un grupo de obesos, trabajólicos, con mala calidad de vida, con los políticos más ricos del mundo y con la única suerte de que nada de lo que escribieran sobre nosotros importaba, porque, según los mismos rankings, apenas podíamos comprender lo que leíamos.

A medida que pasaban los años, los rankings de la OCDE nos mostraban que cada vez estábamos más lejos del ansiado desarrollo que nos había prometido Bachelet en el 2010. Las cifras de Chile comparadas con Suecia, Alemania, Austria, Finlandia, por citar algunos, nos hacían ver miserables. Daba lo mismo que el análisis objetivo de las cifras demostraran que, aunque lentos e insuficientes, habíamos logrado avances en las últimas décadas.

Obviamente, no era culpa de la OCDE, sí de nuestra vanidad por pretender querer acercarnos a un primer mundo por mero voluntarismo, a través de soluciones parche y de un modelo económico mal conducido. Entre otras cosas, porque se gastó en educación, pero de forma equivocada. Se derrochó la plata en la compra de colegios subvencionados y se invirtió al revés, en la educación superior, antes que en las bases.

Según mi análisis, aquí no hay recetas mágicas y la experiencia comparada puede servir de ejemplo. Ninguno de los países que alcanzó el desarrollo en la OCDE lo hizo sin invertir en su sistema de educación, pero en serio. Es un camino largo y lento, pero es el único que permite solucionar lo que queremos todos, un país donde todos tengamos las mismas oportunidades.

Publicado en El Mercurio de Valparaíso.

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