Mala persona

26 de Marzo 2023 Columnas

“No he sido ninguna descarada, no he matado a nadie, no he incendiado ninguna iglesia, simplemente tengo una vocación de servicio distinta”. Con esas palabras se defendió la diputada María Luisa Cordero, luego de las críticas que recibió, por sus dichos en contra de la senadora Fabiola Campillai.

La diputada aseguró que su colega parlamentaria veía por un ojo, por lo que no era completamente ciega. Que ella la había visto utilizando el celular y votando en la Cámara. Afirmaciones difíciles de entender viniendo de alguien que estudió medicina y que tiene probablemente una inteligencia -académica, al menos- relevante.

Por el contrario, los dichos de la psiquiatra muestran un importante nivel de ignorancia, que no debiera tener una diputada. Primero, porque la situación de Campillai -agredida por un carabinero, hoy condenado a 12 años de presidio- fue ampliamente documentada por los medios y la justicia: no solo perdió la vista completamente, sino además el gusto y el olfato. Pero además, alguien de su bancada (RN) debiera explicarle a Cordero que los celulares hace mucho tiempo cuentan con múltiples alternativas de accesibilidad, precisamente para quienes tienen capacidades distintas.

Como no le fue suficiente decir esas estupideces en el Congreso, mientras la entrevistaban posteriormente en TV, se enfrentó con la periodista Montserrat Álvarez y relativizó la gravedad de la condición de la senadora Campillai: “Ella trabaja, camina, participa”, dijo. Nuevamente, ojalá alguien asesore a Cordero. Hace mucho que las personas con capacidades diferentes pueden llevar una vida plena. No son inválidas ni enfermas.

Luego, para rematarla, terminó diciendo que la senadora “tiene una secuela de un accidente”. Tan “accidental” como alguien que mata a otro por conducir borracho o por querer asaltarlo. ¿Los tribunales que condenaron al carabinero que la agredió son entonces parte de este “tongo” para Cordero?

La humanidad de la diputada y su respeto a la dignidad quedan en entredicho, pero surgen también otras preguntas. ¿Cuáles son los límites para la libertad de expresión y también para el fuero parlamentario? ¿Se puede imputar cualquier cosa, ser cruel, negacionista frente al dolor de otros y otras?

Cordero se ampara en su profesión, pero se ha dedicado los últimos 20 años a construir una carrera mediática -lo que le permitió llegar a un escaño en el Congreso- a través de polémicas basadas en destruir la imagen y denostar a otros: le dijo “indio horroroso” a Alexis Sánchez; trató de “penca y engreído” a Arturo Vidal, y aseguró que la pareja del artista Tea-Time, víctima de violencia de género, tenía “un trastorno límite de la personalidad con rasgos de sadomasoquismo”. Luego, remató con que otras mujeres violentadas le decían que el sexo era mucho mejor luego de una agresión.

Cordero es una persona descriteriada, ofensiva, que juega al borde de la injuria y que llegó a la política precisamente por esa fama lograda a costa de hacerle bullying a los demás. Nuestra democracia a veces está algo enferma. Y cae aún más bajo cuando aparecen este tipo de espectáculos gratuitamente, como si la política fuera un show de circo. Finalmente, esto solo ahonda la crisis que ya vive el Congreso, instalado en los últimos lugares de la credibilidad ciudadana, en cualquier encuesta que se quiera revisar.

Cuando recién se cumplía un año desde la terrible situación que vivió Fabiola Campillai, la entrevistamos -junto a mi colega y amiga Fabiana Rodríguez-Pastene– en el Programa Región F. Nos conmovimos con su historia de superación, de una persona a la que le había cambiado la vida de un día para otro, en un momento complejo de nuestra historia en la que, entre otras cosas, nos olvidamos que somos todos seres humanos. Ella salía adelante, con la ayuda de su marido, operación tras operación, viviendo en esa nueva realidad oscura. Dos años después, se ganó un puesto en el Senado como independiente. Desde la testera, en general, ha tenido una actitud humilde, sencilla y colaborativa, sin grandes aspavientos.

En cambio, los pergaminos de Cordero han mostrado falta de criterio, muy poca humildad y respeto por la dignidad de otros y otras.  Cómo olvidar cuando dijo que el voto de su asesora del hogar -“la Bertita”- valía diez veces menos que el de ella, por no haber estudiado. Y cuando fue descubierta vendiendo licencias falsas, lo que le valió la expulsión del Colegio Médico.

“Las malas personas no pueden ser buenos periodistas”, decía uno de los maestros de las comunicaciones, Ryszard Kapuscinski. Yo agregaría que tampoco pueden ser buenos políticos y políticas.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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