Durante los ’90 y la primera parte del 2000, los gobiernos gozaban de una extensa luna de miel, en la que comenzaban a aplicar sus primeras medidas, instalaban los pilares de lo que sería su gobierno y tanto la oposición como la ciudadanía se mantenían a la espera, durante un tiempo prudente, antes de comenzar a pasar la cuenta.
Todavía en esa época existían los acuerdos y consensos entre el Ejecutivo, sus partidos y la oposición. Esta última era la encargada de dificultarle la vida al Presidente –y no sus propios “partidarios”- y el periodo presidencial llegaba a seis años, con lo que –obviamente- al menos los primeros seis meses se consideraban parte de esa instalación.
Esto cambió (para mejor o peor, cada uno sabrá) con la llegada del periodo de cuatro años –a partir de la reforma constitucional de 2005-, que aceleró los timing gubernamentales de manera caótica. Hoy, un gobierno no puede darse el lujo de “perder” seis meses en instalarse, así como la oposición tampoco puede “malgastar” un semestre completo de posicionamiento. Todo lo anterior condimentado con la constante y exigente guardia de la élite de redes sociales, que monitorea y exagera todo –de un bando y del otro-, y que transforma a diario la tuitósfera en una especie de país en guerra, lo que –afortunadamente- no lo es tanto en la vida real.
Con todos los ingredientes anteriores, esta semana parece haber terminado –aceleradamente- la luna de miel de Sebastián Piñera. Esa tranquilidad y aparente regreso a la política de los consensos con que había iniciado esta gestión, hoy es más una pose que una decisión real, a la luz de los acontecimientos de los últimos días.
A solo tres semanas del inicio de su mandato, la realidad comenzó a mostrarse brutalmente y a recordarle a moros y cristianos que la mesura gubernamental y el silencio inicial de la oposición no eran más que un stand by propio de la instalación. Y que ya terminó.
Así, la decisión del Tribunal Constitucional en educación superior dio el “vamos” para que la luna de miel se acabara. De partida, porque demostró –una vez más- que se trata de una institución más propia de un gobierno autoritario que de una democracia, toda vez que bypasea las votaciones del Congreso y evidencia que se trata de un poder en las sombras, de una supra cámara, que resta lógica a la existencia del mismo Parlamento.
A la luz de lo ocurrido, ¿qué sentido tiene que un proyecto de ley pase por un extremadamente engorroso proceso de aprobación, con variados filtros -como ser respaldado en ambas cámaras y con diversos quórum e incluso, en algunos casos, con comisiones mixtas-, sin perder de vista que luego tienen la posibilidad de ser vetadas por el jefe de Estado? ¿No podríamos, entonces, pensar en ahorrarnos los más de 200 parlamentarios y simplemente dejar todo en manos del TC?
Porque aunque en el seno del oficialismo, la decisión del TC no es una molestia, sí lo es que a partir de esa decisión y de las incendiarias declaraciones posteriores apareció el peor de los fantasmas para el gobierno, ese que esperaban temerosos, pero no antes de mayo: las marchas estudiantiles. Las mismas que le aguaron la gestión anterior en variadas ocasiones y que terminaron apagándose no por la habilidad del mandato de Piñera ni de sus ministros de ese momento, sino por las divisiones del propio movimiento.
Ahora y a raíz del TC, las movilizaciones parecen haberse adelantado. Pero no son las únicas responsables del término de la luna de miel. También lo son la aparición de varios funcionarios de cargos medios que tuvieron que renunciar incluso antes de asumir –como el seremi del Trabajo de nuestra región, que no alcanzó ni a instalarse en la oficina-, decisiones como la del cambio en el reglamento que regula la posibilidad de que instituciones de salud declaren objeción de conciencia para practicar el aborto en tres causales o las controvertidas medidas en torno a la ley antiterrorista, han opacado este inicio calmo y han dado pie a que la oposición despierte del letargo en que se encontraba.
Intentando mantener la paz –propia de semana santa, por lo demás- el ministro del Interior intentó calmar los ánimos diciendo que efectivamente la reforma al TC está en los planes del gobierno, pero que todavía no es la oportunidad. Sin embargo, la oposición y en especial los estudiantes no parecen tener la paciencia que espera el ministro… A la luz de aquello, la luna de miel parece haber sido en extremo corta: solo debut y despedida.
Publicada en
El Mercurio de Valparaíso.