Los Wallmapus

12 de Abril 2022 Columnas

El lenguaje crea realidad y, aunque no hace milagros, sí contribuye a dar expresión colectiva a la forma en que distintas sensibilidades van cambiando en el tiempo. Cuando una conocida galleta bañada en chocolate decide cambiar de nombre y abandonar su símbolo tradicional para dejar atrás sus connotaciones racistas, estamos en presencia de un fenómeno general y de alcance global. Una de las cosas que más llama la atención del mapa de Europa Central y del Este es, precisamente, el hecho de que muchísimas ciudades tienen varios nombres y que regiones completas tienen denominaciones que desaparecen y reaparecen. “Prusia” fue por siglos la región dominante en lo que hoy conocemos como Alemania, pero su vínculo con el militarismo chovinista que estuvo en la base de las guerras mundiales del siglo XX hizo que, después de 1945, la denominación desaparezca como parte de los Estados federales que hoy componen ese país. En Prusia estaba también Königsberg, la ciudad en que nació el filósofo Immanuel Kant en 1724, pero como hoy es parte de Rusia, la llamamos Kaliningrado. La ciudad ucraniana de Lviv, tan importante como vía de escape hacia Polonia de quienes huyen en 2022 de la invasión rusa, durante siglos ha sido llamada también Lwów, Lemberg, Lemberik y Lvov.

Una vez despejado el cuasi-impasse diplomático con Argentina, justo en los días previos a la visita del Presidente Boric a dicho país, el hecho de que la ministra del Interior haya usado la denominación Wallmapu llama a reflexionar sobre al menos tres fenómenos importantes. El primero y más evidente es que, como autoridad de la república, las palabras de quien ejerce el cargo de ministro(a) del Interior tienen altísimo peso. La explicación oficial de que la ministra simplemente buscaba expresar su sensibilidad hacia la causa mapuche es creíble y en buena medida irreprochable. El problema, sin embargo, es que las sensibilidades de unos son irritaciones para otros y es muy difícil caminar por esa cuerda floja sin caerse. La constante falta de mesura en sus palabras, que peligrosamente se empieza a transformar en una tradición semanal, en algún momento podría tener alcances jurídicos bastante incómodos para ella y el Gobierno.

El segundo fenómeno es recordarnos que la instalación de los Estados-nación en América Latina durante la primera mitad del siglo XIX anticipa lo que después será una práctica común en todo el planeta: la imposición de fronteras soberanas que tienen poco y nada que ver con las tradiciones culturales y lingüísticas de las poblaciones que habitaban en esos territorios. Tanto la escolarización como las restricciones al uso de lenguajes y prácticas culturales anteriores, contribuyeron de forma fundamental a construir una “homogeneidad nacional” que reemplace a la anterior. Pero, como lo decía el investigador del yiddish (el dialecto de los judíos alemanes previo al Holocausto), Max Weinreich, la diferencia entre un idioma reconocido oficialmente y un dialecto es que el primero cuenta con un ejército, y el segundo, no. No hay razones esenciales que justifiquen necesariamente llamar a una región “Araucanía” o “Wallmapu”: se trata del resultado de procesos políticos que, si bien tomaron un camino determinado, pudieron también haber transcurrido de otra forma.

El tercero es que el tiempo no pasa en vano y no hay realidades inmutables esperando ser desenterradas o redescubiertas. Así, el Wallmapu de siglos anteriores no es el Wallmapu de hoy. No lo es geográficamente, así como tampoco lo es social o culturalmente. El uso de la expresión Wallmapu antes y después de la creación de las repúblicas de Chile y Argentina refleja las dinámicas cambiantes de su autonomía, ocupación, militarización y “pacificación”, y un posible Estado plurinacional más adelante. La relevancia de usar la denominación Wallmapu dice relación, justamente, con que no hay un sentido único, un referente esencial, que él indique de manera definitiva.

 

Publicado en El Mostrador

 

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