Los humoristas que nadie tomó en serio

11 de Octubre 2020 Columnas

Próximo a cumplirse un año de los acontecimientos ocurridos el 18 de octubre de 2019, vale la pena revisar algunos antecedentes que permitan intentar explicar esa rabia contenida que se desató a través de una serie de hechos de violencia de forma activa y pasiva, destruyendo o apoyando.

Uno de los escenarios más interesantes donde se pueden constatar manifestaciones de molestia e injusticia contra el sistema es nada menos que el Festival de Viña del Mar. Desde la Quinta Vergara, hace muchos años, los humoristas aprovecharon el escenario para, entre broma y broma, revelar las fallas del modelo y la incapacidad o falta de ganas de los políticos por cambiarlo.

Uno de los primeros en hacer esta crítica fue el humorista conocido popularmente como Bombo Fica, el año 2012. A través de la rutina de la tarjeta “Master Plop”, nos sumergía en un mundo kafkiano, evidenciaba las mañas con que funcionan las tarjetas de crédito, sus promociones y contratos. Un negocio donde siempre parecieran terminar ganando las empresas.

El 2015, León Murillo había disparado contra la clase política a propósito de contratos millonarios para remodelar el congreso y la Plaza de Armas. En uno de los momentos más celebrados por el público, Murillo preguntó: “¿Cuál es la percepción que tiene uno (de los políticos)? Que gobiernan para ustedes y que nos cagan”.

Al año siguiente, las rutinas estuvieron marcadas por una crítica descarnada a los políticos. Con el caso CAVAL recién conocido, humoristas como Edo Caroe, Rodrigo González y Natalia Valdebenito se dieron un festín con Sebastián Dávalos y la clase política, en general. Las rutinas mezclaban chistes con frases y ataques que, muchas veces, nada tenían de graciosas.

Caroe, por ejemplo, dijo sobre los políticos: “tenemos esa sensación de que nos roban”, lo que se tradujo en una serie de pifias y aplausos para el humorista. A lo que agregó: “pasamos de una economía de mercado a una sociedad de mercado donde todo se transa, todo se vende, principios, derechos, por eso tenemos crisis en muchos ámbitos”.

Y, luego, remató: “En definitiva, Chile experimenta una crisis y un país está crisis cuando las cosas más cotidianas, más nimias, no funcionan como deberían funcionar. En este país, por ejemplo, le cobran peaje a los bomberos”, reflexión que fue celebrada por la Quinta.

Aunque nunca con la misma intensidad del 2016, los humoristas siguieron ocupando el escenario de la Quinta para criticar a la clase política, la corrupción y el sistema. El mismo 2019, el argentino Jorge Alis reflexionaba en la comparación de su país con Chile: “¿Qué pasó con el chileno? Ustedes eran honestos, no robaban o no robaban tanto, no se notaba la huea. Pero en eso nos copiaron y se fueron a la mierda y lo hicieron tan bien que nos superaron”.

Hasta octubre del 2019, la Quinta Vergara se transformó en un espacio de catarsis colectiva en el que los humoristas aprovechaban la popularidad de estos tópicos para enfatizar las fallas del modelo. El “monstruo” celebraba y se autoconvencía, de forma irracional, de lo mal que estábamos, sin caer en cuenta de que ellos mismos alimentaban el sistema pagando casi 50 dólares por la entrada más “barata”.

Asimismo, más allá de la mirada que cada uno tenga respecto del modelo que, en términos objetivos, ha permitido que Chile disminuya de forma significativa la pobreza y haya mejorado la cobertura en educación y salud, la paradoja es que, al igual como sucedía con el público, estos humoristas, siendo muchos de ellos de sectores económicos vulnerables, no consideraban que ese mismo sistema que criticaban, con sus políticos, miserias e injusticias, era el mismo que les había permitido, a través de su esfuerzo, emerger y desarrollarse en un ámbito tan particular como el artístico, ganar millones y brillar, hacia Chile y el mundo, a través del Festival de Viña del Mar.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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