Los colores propios del Frente Amplio

26 de Agosto 2020 Columnas

Cuando un comunicado del Frente Amplio dijo que habían resuelto “llegar con candidato propio a la primera vuelta de noviembre de 2021”, corriendo así con colores propios hasta el final, la reacción no se hizo esperar. En redes sociales, el Frente Amplio fue ámpliamente criticado por favorecer con su decisión a Chile Vamos, al dividir las fuerzas de izquierda y repetir el error que habría llevado al holgado triunfo de Sebastián Piñera en la segunda vuelta de la elección anterior. El presidente del PS dijo que “esta decisión es una mala noticia, que va en contra de lo que Chile necesita: la unidad de todas las fuerzas progresistas en torno a un proyecto transformador que se constituya en alternativa respecto a quienes hoy gobiernan”.

El Frente Amplio reaccionó como suele hacerlo: echando medio pie atrás, opinando a favor y en contra del comunicado, y precisando que la decisión no fue consultada con las bases. Qué duda cabe que el momento no fue el mejor: ad portas del plebiscito de octubre, discusiones presidenciales aparecen frívolas. Pero el punto de fondo es relevante: ¿es llevar candidato propio a la primera vuelta un ejercicio egoísta que solo potencia las posibilidades de Chile Vamos de permanecer en el poder?

Sugiero que la pregunta se contesta invirtiéndola: ¿tiene sentido para el Frente Amplio ir a una primaria presidencial con toda la oposición? Me parece que la respuesta es “no”, por varias razones.

En primer lugar, lo que estos dos años han mostrado es que en Chile no existe “la” oposición, sino varias oposiciones, que muy ocasionalmente se unen en algo contra el gobierno. Muy distinto es construir mayorías “para” algo en concreto, y ahí el trabajo ideológico y programático está muy evidentemente en pañales. Una cosa, por ejemplo, es acordar que se quiere el fin de las AFP, y otra muy distinta es acordar un sistema previsional que sustituya al actual. La dispersión ideológica dentro de las oposiciones parece demasiado amplia como para contenerse en un programa común. Así las cosas, acordar un programa único para toda la oposición se podría hacer sólo al precio de diluir su contenido a tal punto que solo quedaran titulares vacuos (como “una agenda progresista y transformadora”, “garantizar derechos sociales”, etc.) sin ningún acuerdo estratégico o programático sobre cómo llevarlos a cabo. Realizar una primaria presidencial en esas condiciones sería no la prueba de la madurez de una futura coalición de gobierno, sino una pantomima de un acuerdo político real que difícilmente engañaría al electorado respecto a su fragilidad. De ser así, parece más honesto y deliberativamente fructífero confrontar posiciones en una primera vuelta que obligar a los perdedores de una primaria a firmar sin más el programa de la opción ganadora. Imagen referencial: Enero del 2018. Diputados de frente Amplio abandonan el Congreso Nacional rumbo a la primera marcha estudiantil en Valparaiso.

En segundo lugar, el Frente Amplio ha construido a lo largo de estos años una identidad política propia, basada, primero, en una ideología quizás algo difusa, pero claramente situada a la izquierda de la Tercera Vía concertacionista; y, segundo, en una práctica política distante del contubernio político-empresarial en que, se dice, habría caído esta última coalición. Por lo mismo, acordar un candidato en primera vuelta con los mismos partidos cuya marca está profundamente desprestigiada ”“ y que el Frente ha criticado hasta el cansancio por esa ideología timorata y esas prácticas acomodaticias ”“ probablemente sería pura pérdida reputacional para éste, y consolidaría la percepción en la ciudadanía de que los nuevos chicos de la cuadra finalmente encontraron su lugar en el establishment . En momentos en que el clivaje fundamental ya no es entre izquierda y derecha, sino entre pueblo y elite, confirmar esa interpretación le sería particularmente peligroso.

En tercer lugar, no debe olvidarse que las distintas izquierdas movilizan a públicos parcialmente distintos ”“ generacionalmente es donde quizás ello es más evidente ”“ y que, por lo tanto, candidatos simultáneos aumentan la participación y disminuyen el porcentaje de primera vuelta que obtendrían las candidaturas de derecha. Esto no implica que el trasvasije de votos entre ellas en segunda vuelta sea perfecto ”“ Guillier bien lo sabe ”“, pero tampoco hay razones para pensar que una candidatura única electa en primarias sí lograría aglutinar a todo ese electorado potencial, cuya unión es más un espejismo aritmético que una realidad sociológica. Por otra parte, la carrera presidencial tiene consecuencias evidentes sobre la elección parlamentaria: sin Beatriz Sánchez, difícilmente el Frente Amplio tendría hoy la bancada que tiene. En ese sentido, renunciar a llevar candidatura presidencial supone un riesgo parlamentario evidente para el bando perdedor, pero especialmente para el Frente Amplio, que tiene menos incumbentes.

Finalmente, en tiempos de altísima liquidez política como en los que estamos, donde las identidades y lealtades partidarias están en su mínimo histórico, parece más sano para la calidad de la democracia chilena el explicitar las diferencias que esconderlas; construir marcas partidarias más que sacrificarlas; y levantar liderazgos múltiples antes que limitarlos. La reconexión entre partidos y ciudadanía ”“ crucial para la salud de largo plazo de la democracia ”“ no se va a lograr armando coaliciones de cartón cuyo único punto de unión es la derrota del adversario. Por el contrario, que un proyecto joven, con energía y de alguna renovación como el Frente Amplio invierta en su marca y en sus liderazgos es bueno para Chile.

¿Pero no significa esto regalarle a Chile Vamos la banda presidencial, como parece temer Elizalde? No, en la medida en que haya una disposición transparente de los ganadores y perdedores de la primera vuelta por llegar a un acuerdo con miras a la segunda. No hay ninguna razón que impida una negociación donde el lado perdedor de la primera vuelta apoye al ganador, a cambio de algunas concesiones programáticas y algunos puestos de influencia en el eventual gobierno. Esto, claramente, sí sería una diferencia con lo que ocurrió el 2017. Posibilitar tal negociación y concordato post primera vuelta requiere, por cierto, cuidar el tono y los ataques mutuos en campaña, aunque sin miedo a mostrar las diferencias reales que existan. Por cierto, todo esto es también compatible con acuerdos por omisión o para primarias en las elecciones que se avecinan y que no tienen segunda vuelta, como las de gobernadores y alcaldes.

Estamos en momentos especialmente abiertos e inciertos en la política chilena, donde campea una brutal y transversal desconexión entre la ciudadanía y las elites partidarias. En este contexto, conviene que todas las fuerzas que tengan proyectos políticos genuinamente diferentes muestren sus cartas y se la jueguen a fondo por reencantar a alguna parte del electorado. Las primarias son una plataforma demasiado corta y débil como para lograrlo. La primera vuelta presidencial es el lugar natural para ello.

Publicado en The Clinic.

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