I
Hace unos días fui al concierto de Herbie Hancock. Un músico que se ha caracterizado por incorporar en sus creaciones distintas tecnologías digitales para la creación de nuevos sonidos. En YouTube me encontré con un video del año 1984 donde aparecen Hancock y el productor Quincy Jones, probando un sintetizador. Una tecnología revolucionaria para la creación musical. Una máquina que permite imitar y crear nuevos sonidos. En el video, Hancock dice que un sintetizador es “una herramienta que puede dañar los oídos y las vidas de las personas, pero también puede ser una herramienta que permite crear bellos sonidos de instrumentos, afectando a las personas de manera positiva… todo depende de las personas que usen estas herramientas”.
II
En el concierto, me llama mucho la atención el grupo de Hancock. No hay saxos, ni guitarras, ni trompetas. Hancock toca piano y teclados, hay un baterista, un cantante que ocupa unas máquinas que alteran su voz, un armonicista y un bajista. El mensaje está claro. La voz humana es un instrumento más, al igual que el soplido del armonicista y los golpes del baterista, junto a los destellos digitales que salen de las teclas del sintetizador. Humanos y tecnologías conviven en el escenario.
III
En la mitad del concierto, los integrantes del grupo abandonan el escenario. Solo queda el cantante y su máquina. Cuando empezó a cantar, el poder de aquella tecnología -su voz- fue tremenda. El silencio en el Caupolicán era total. Esa voz me hacía sentir en la mitad de un bosque. Esa voz era una voz humana, una tecnología no menor. Se multiplicaba con una máquina que grababa y repetía las melodías. En esa experiencia musical pensé en los algoritmos, esas infraestructuras tecnológicas que permiten organizar grandes volúmenes de información y tomar decisiones automatizadas en torno a ella.
IV
Pensé en los algoritmos y el papel que tienen orientando nuestros gustos y preferencias, como ocurre en Spotify o Youtube después de escuchar la canción que elegimos. Los algoritmos también tienen un rol clave en relación a los contenidos que vemos en plataformas como Instagram, YouTube o Facebook. Estamos expuestos a imágenes, noticias, comentarios y opiniones seleccionados por un algoritmo que responde a nuestros patrones de comportamiento en las plataformas, en función de nuestros gustos y acciones previas. La centralidad que adquieren los algoritmos en nuestra vida cotidiana es cada vez mayor.
V
Siguiendo a Hancock los sintetizadores, al igual que los algoritmos, pueden dañar vidas, pero también pueden afectarnos de manera positiva. La manipulación de la opinión pública a través de la información que recibimos vía algoritmos genera consecuencias que recién estamos dimensionando. Aunque gracias a los algoritmos también podemos conocer nuevas músicas, lugares, libros, personas y opiniones. Un algoritmo no es una creación divina, sino humana.
VI
De acuerdo a un reciente estudio del Pew Internet Institute, en EE.UU. las personas desconfían del poder de decisión que tienen los algoritmos en distintas situaciones. Desde el análisis de entrevistas de trabajo, pasando por la predicción de nuestro comportamiento como consumidores, hasta el análisis de los prontuarios de potenciales criminales. Son varias las razones que dan los encuestados, pero una de ellas es la incapacidad que tienen los algoritmos de interpretar la complejidad del comportamiento humano. Por lo mismo, dada la complejidad de nuestras acciones, sentimientos y visiones de mundo, hasta qué punto vamos a delegar en los algoritmos distintas tomas de decisiones sin ningún control. Desde aquellas relacionadas con la información que obtenemos de los asuntos públicos, hasta otras más complejas en torno a problemáticas que requieren de políticas públicas.
VII
Los algoritmos tienen sentimientos. Son creados por humanos que transfieren en estos sistemas una serie de visiones de mundo. Por lo mismo, están sujetos al escrutinio y la regulación de todos nosotros. Aunque plataformas como Facebook se nieguen a aquello.
Publicado en
La Tercera.