Lejos del idealismo; Venezuela, su crisis y los grandes poderes

6 de Mayo 2019 Columnas

Lamentablemente, la crisis política en Venezuela es cada vez más profunda. Y aunque esto no significa, a pesar que parezca absurdo recordarlo, que el sufrimiento de millones de venezolanos se mantiene vivo solo porque lo recordamos cada cierto tiempo, valdría la pena intentar comprender este problema desde una posición algo más consecuente que el simplista, repetitivo y añejo discurso del diabólico imperialismo yankee. Hablemos entonces de gran estrategia.

¿Ha intervenido Estados Unidos en Venezuela? Por supuesto que sí. ¿Tiene Washington la intención de sofocar al régimen de Maduro hasta que se logre un cambio de régimen? Al igual que con Irán, no podría ser más evidente. ¿Es engañosa la preocupación del Secretario de Estado de los Estados Unidos por la inestabilidad democrática en Venezuela? Totalmente. ¿Podríamos confirmar que es la producción y el precio del petróleo del país caribeño una de las grandes motivaciones de la administración Trump para amenazar a Maduro y al régimen cubano? Esto es más que obvio. Si cayera Maduro -con más o menos violencia- y un régimen democrático volviera a nacer en Venezuela, ¿sería ésta una buena noticia para la Casa Blanca? No me cabe duda, pero sobre todo porque los intereses geopolíticos de los Estados Unidos en Latinoamérica se mantendrían intactos. Ahora bien, ¿no representa esta cínica posición un marcado quiebre con los valores de la democracia liberal y sus sueños de igualdad, cooperación internacional y autodeterminación de los pueblos? Lamentablemente sí y, por lo mismo, no vendría mal recordar que es justamente esto lo que han hecho, hacen y seguirán haciendo los grandes poderes en una permanente competencia internacional.

El intervencionismo no es, bajo ningún respecto, patrimonio único de Washington; ha sido también una constante histórica de grandes y extintos imperios y, en nuestra actualidad, de países como Rusia y China. Guste o no, su vigencia así lo confirma. Es Rusia la que ha vendido millones de dólares en armas a los regímenes de Chávez y Maduro; así además la que de la mano de sus grandes oligarcas petroleros se ha asociado con Petróleos de Venezuela S.A (PDVSA). Es por supuesto también, la que ha intentado disputar los intereses Washington en Oriente Medio, Europa Oriental y Latinoamérica. No debiéramos olvidar tampoco que el régimen venezolano posee una deuda billonaria con Moscú y, en algún momento, el gigante euroasiático podría intentar cobrarla. Lo interesante es que la crítica inconsecuente se enfoca única y exclusivamente en la política exterior estadounidense, cuando, por su parte, Rusia y Cuba parecieran desaparecer de la ecuación por arte de magia. Creer que a Rusia no le interesa la producción y el precio del petróleo venezolano, o que Vladimir Putin está profundamente interesado por el bienestar de Nicolás Maduro es no entender nada. Así también, afirmar desde la ignorancia que Estados Unidos es el único y exclusivo responsable por la agonía del régimen de Maduro, es simplemente infantil. Venezuela, tanto para Washington como para Moscú y Beijing representa un objetivo geopolítico, no una causa ideológica que vale la pena defender. Si se izan las banderas de la idealista crítica a la política exterior estadounidense, debieran considerarse también los intereses estratégicos de Rusia.

Los Estados Unidos de América es la única superpotencia global y, como tal, hará todo lo que esté a su alcance para mantener dicha posición. La Federación Rusa, por el contrario, ya no es la superpotencia política, ideológica y militar que fue mientas aun respiraba la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Sin embargo, Vladimir Putin encarna, hoy por hoy, un sueño de irredentismo territorial que descansa en una agenda profundamente realista. Bien sabemos que la autopercepción de Moscú respecto a su rol como actor fundamental en la política internacional puede sólo acrecentarse. Y así, a lo largo de esta extensa crisis, los ojos del mundo, y sobre todo los de Latinoamérica, han estado puestos no sólo en Caracas, sino que también en Washington. Se les hace responsables de atacar la soberanía venezolana y de mantener viva una política golpista en Latinoamérica. Por otro lado, otros esperan que de alguna forma intervengan para liberar a Venezuela del yugo de Maduro. Las Naciones Unidas, la OEA y las buenas intenciones de muchos países latinoamericanos no han sido suficientes.

Sin duda, estas dispares lecturas son totalmente legítimas, pero siempre que descansen en un análisis ponderado e informado. El juicio moral, desde la distancia y muchas veces también desde la desinformación, podríamos dejarlo para otra ocasión.

Publicada en La Tercera.

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