Leer y escuchar la poesía de Violeta Parra a cien años de su nacimiento

31 de Agosto 2017 Columnas

Al cumplirse cien años del nacimiento de Violeta Parra es bueno oír su música y leer las letras de quien Nicanor Parra considera “la verdadera poeta de la familia”. En ocasiones, se piensa que el folclore nacional (al que su nombre se asocia no tan sólo por su aporte como compositora, sino que también como investigadora y conservadora de cultura y música popular) es un conjunto de cuecas que musicalizan los festejos del dieciocho de septiembre, obviando la sensibilidad inteligente, la reflexión profunda y la ternura que, en muchas de sus piezas, se cristaliza y celebra.

Violeta Parra recorrió a través de su escritura y obras visuales (particularmente arpilleras, pinturas y composiciones en papel maché) múltiples dimensiones de la vida e identidad nacional, tocando la nota sensible que une lo propio, lo originario de nuestra cultura con lo universal. Esta es una de las razones por las que su obra trascendió tempranamente las fronteras nacionales con hitos tan significativos como su exposición en el Pabellón de Artes Decorativas del Louvre el año 1964.

En este sentido, un tema familiar para los chilenos como son los sismos, sobre los que no hacemos mucho más que calcular su intensidad, es para ella en “Puerto Montt está temblando” un punto de entrada a una reflexión trascendente: “Puerto Montt está temblando / Con un encono profundo / Es un acabo de mundo / Lo que yo estoy presenciando / A dios le voy preguntando / Con voz que es como un bramido / Por qué mandó este castigo […] Me aferro con las dos manos / En una fuerte manilla / Flotando cual campanilla / O péndulo disparado / Qué es esto mi dios amado / Dije apretando los dientes / Pero él me responde hiriente / Pa’hacer mayor el castigo / Para el mortal enemigo / Del pobre y del inocente.”

Así también, en la canción “El albertío” comienza a bosquejarse una conciencia meritocrática y una reflexión sobre la prudencia de nuestros dichos y actos: “Yo no sé por qué mi Dios / le regala con largueza / sombrero con tanta cinta / a quien no tiene cabeza. […] Hay que medir el silencio, / hay que medir las palabras, / sin quedarse ni pasarse / medio a medio de la raya. […] / Discreto, fino y sencillo / son joyas resplandecientes / con las que el hombre que es hombre / se luce decentemente.”

Su aguda mirada sobre lo humano incluyó también una sentida meditación sobre la dimensión amorosa. En “Run-run se fue pa’l norte” la nostalgia, la acuciante espera de su amor, se expresa asociando tiempo y distancia en la metáfora del ferrocarril: “El calendario aloja / por las ruedas del tren / los números del año / sobre el filo del riel. / Más vueltas dan los fierros, / más nubes en el mes, / más largos son los rieles, / más agrio es el después.”

Esta reflexión se prolonga, deteniéndose en aspectos de extrema sutileza que impactan al auditor/lector no sólo por su bella musicalidad, sino que también por su acierto y por la grandeza con que retrata elementos que por cotidianos tienden a suponerse gratuitos: “Gracias a la vida que me ha dado tanto / Me ha dado el sonido y el abedecedario / Con él las palabras que pienso y declaro / Madre amigo hermano y luz alumbrando, / La ruta del alma del que estoy amando. […] Gracias a la vida que me ha dado tanto / Me ha dado la marcha de mis pies cansados / Con ellos anduve ciudades y charcos, / Playas y desiertos montañas y llanos / Y la casa tuya, tu calle y tu patio.”

Como en toda obra consagrada a la reflexión crítica, el pensamiento no es nunca acabado, sino que en constante desarrollo. Estas líneas de “Volver a los diecisiete” sintetizan esta idea y el diálogo sensible que en su verso mantienen sensibilidad e inteligencia: “Lo que puede el sentimiento / No lo ha podido el saber / Ni el más claro proceder / Ni el más ancho pensamiento / Todo lo cambia el momento / Cual mago condescendiente / Nos aleja dulcemente / De rencores y violencias / Solo el amor con su ciencia / Nos vuelve tan inocentes”

A cien años del nacimiento de Violeta Parra y en vísperas de los festejos patrios, redescubrir la tradición del Canto a lo humano y a lo divino que su obra musical, poética y visual encarna, aparece como una buena forma de encontrarnos con espacios significativos de nuestra cultura que, a pesar de haber sido concebidos hace décadas, gozan de actualidad y, por sobre todo, nos llevan a conocernos como comunidad a través del retrato de lo tradicional y lo actual que convive en nosotros.

 

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