Las tensiones del intendente

12 de Marzo 2018 Columnas

Gestión y liderazgo. Eso parece ser lo que, desde hace bastante tiempo, la región de Valparaíso viene necesitando. La dificultad, sin embargo, está en comprender que “gestión” y “liderazgo” no son sinónimos, sino más bien funciones que la mayoría de las veces incluso se contraponen. Y esa será precisamente una de las grandes tensiones que deberá resolver el nuevo intendente en los próximos dos (o más) años.

Me explico. El intendente gestor deberá dirigir, ordenar y hacerse cargo de una serie de problemáticas que se han transformado en prioridades para la ciudadanía. Hablamos de enfrentar la escasez hídrica de la región y de asumir, a su vez, el inmenso desafío que implica la radicación y erradicación de campamentos. Hablamos de identificar los constantes retos de movilidad y de promover los grandes proyectos que nos lleven a mejorar nuestra conectividad. Hablamos de seguridad, de los problemas portuarios y de todas esas “prioridades” que han copado la agenda desde el día de su nombramiento. Para todo eso, las próximas semanas serán críticas, pues los desafíos exigen la conformación de un equipo de alta calidad técnica y de comprobadas habilidades resolutivas. Tienen que estar los mejores y la autoridad regional parece saberlo.

Sin embargo, lamentablemente no basta un intendente que “haga la pega”.

Grashow, Heifetz y Linsky -profesores de Harvard- explican elocuentemente esta problemática. Señalan, entre otras cosas, que las funciones desprendidas de la autoridad se derivarían de las expectativas de aquellas personas que han conferido el poder. En el caso del intendente, hablamos de las expectativas del presidente Piñera. De hacer bien lo que se supone que debe hacer, el presidente le recompensará con “la moneda del reino”. El problema es que el verdadero progreso, ese que requiere de manera urgente nuestra región, parece exigir bastante más que esto. “Afrontar desafíos adaptativos -sostienen los autores- requiere introducirse en terreno desconocido y alterar el equilibrio, por lo que se trata de una actividad con incertidumbre y riesgos inherentes para la organización y para las personas y, con frecuencia, perturba y desorienta”. Y es así como nos comenzamos a dar cuenta de que un intendente que ejerza liderazgo no puede simplemente ser “el representante del Presidente en la región”, sino más bien alguien que encarne, con sentido de propósito, los desafíos de sus ciudadanos. En otras palabras, alguien que sea capaz de hacer lo políticamente incorrecto con el fin de despertar un territorio que desde hace décadas parece somnoliento.

Con todo, si bien la autoridad deberá gestionar problemas técnicos urgentes, también deberá enfrentar desafíos culturales subyacentes mediante el ejercicio de liderazgo. Ya no hablamos de la escasez hídrica o de la movilidad, sino más bien de los históricos problemas de probidad en el gobierno regional, de la desconfianza con que se mira la alianza público-privada, de las luchas de poder dentro de los partidos políticos y de esa visión excesivamente conservadora con que el gobierno central entrante mira el proceso de descentralización. Para todos estos problemas, la gestión no basta.

Jorge Martínez tiene la posibilidad cierta de transformarse en el gran líder de la región. Pero no hablamos del líder al que se le paga con “la moneda del reino”, sino a ese que con valentía se atreve a gestionar el desequilibrio, a aquel que responsablemente desafía a sus superiores y ciudadanos, aquel que, en función del verdadero progreso, termina asumiendo los costos políticos y públicos que sean necesarios.

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