Las cinco cosas que usted debe saber sí o sí sobre la segunda vuelta presidencial

11 de Diciembre 2017 Columnas

1. Campañas del terror:

Tanto Sebastián Piñera como Alejandro Guillier han acusado ser víctimas de una campaña del terror, mientras simultáneamente ambos han legitimado campañas del terror contra el adversario. Se habla de campaña del terror cuando el argumento para movilizar votantes no se concentra en las virtudes del candidato propio sino en las desgracias por venir si gana el otro.

Desde la derecha se ha dicho que un triunfo de Guillier nos acerca peligrosamente al chavismo (de ahí el hashtag #Chilezuela que se viraliza en redes sociales) o bien nos pone en el umbral de una nueva UP. Desde la izquierda se dice que un nuevo gobierno de Piñera sería un retroceso en una serie de derechos sociales conquistados bajo la segunda administración Bachelet: se revocaría la ley de aborto en tres causales, se acabaría con la gratuidad y los funcionarios públicos tendrían que abandonar sus puestos de trabajo.

Todas estas son exageraciones. Chile no cambia radicalmente de semblante si gana Piñera o gana Guillier. Piñera entiende que no puede aplicar la lógica de la retroexcavadora sino más bien construir sobre lo obrado. Guillier se ha cuidado de no hacer promesas excesivamente onerosas. Pero sus comandos y colaboradores saben que en escenarios de voto voluntario gana el candidato más eficiente en movilizar su base electoral. Y la mejor manera de movilizar es pintar un cuadro de colores dramáticos.

Imprimir sentido de emergencia es el mejor de los incentivos a la participación electoral: aunque muchos no crean realmente todo lo que dicen del rival, le meten carbón al fuego para que sus respectivos partidarios no se queden en la casa el próximo domingo.

2. Guerra de condoros:

Los candidatos no andan finos. Cada vez que hablan, se exponen al condoro.

Piñera ha tenido que volver sobre sus palabras varias veces. Si bien es cierto que hubo un par de denuncias de votos marcados en todo Chile, el número es anecdótico e irrisorio en la escala de las cosas que importan. Ponerlo en la agenda fue una irresponsabilidad. También tuvo que refrasear su posición sobre los niños transgénero.

Dicen que Piñera quedó tan quemado con sus asesores después de los resultados de primera vuelta, que decidió no escuchar a nadie y seguir sus instintos. ¿Se acuerdan de la serie política gringa The “West Wing”? Un capítulo se titulaba “Let Bartlet Be Bartlet”, en referencia a lo bueno que resultaba, estratégicamente hablando, que el (ficticio) presidente Jed Bartlet se soltara y siguiera sus propias ideas. No es el caso con el ex presidente chileno: dejar que Piñera sea Piñera es una mala idea.

Un día después de los errores no forzados de Piñera fue el turno de Guillier, quien habló de meter la mano en el bolsillo de los ricos que no hacen patria y concluyó con adolescentes consignas guevaristas. A mucha gente indecisa, cada vez que habla Piñera le dan ganas de votar por Guillier. Habla Guillier y le dan ganas de votar por Piñera. Cuando agarran el micrófono, sus colaboradores empiezan a preparar el control de daños.

3. Llorones e hipersensibles:

¿Se ha fijado en lo desagradable que son esos partidos de fútbol donde los equipos están más preocupados de pedir tarjetas para los jugadores contrarios que de jugar a la pelota? Es una justa analogía para lo que ha ocurrido en esta campaña de segunda vuelta. Al menor roce, se movilizan los comandos para denunciar juego sucio.

Así ocurrió, por ejemplo, con aquella fugaz escena de la franja de Guillier donde se alcanzan a leer algunos chilenismos que una de sus partidarias pone por escrito acerca de la derecha. Nada del otro mundo. El piñerismo en pleno explotó de falsa indignación como esos jugadores que se lanzan teatralmente al piso cuando los tocan. Corrieron hacia el árbitro con los ojos desorbitados exigiendo las penas del infierno, aun cuando el contexto de la escena hacía obvio que no pretendía ser ofensivo contra su candidato.

La hipersensibilidad no es buena consejera en política. Perdieron el día lloriqueando en lugar de instalar su propia agenda. Desde el guillierismo la actitud no es muy distinta. Se moviliza hasta La Moneda, magnificando y sobrerreaccionando cada expresión de Piñera. La ministra Narváez también lleva un mes corriendo detrás del árbitro pidiendo tarjetas.

4. A cazar el voto huérfano:

Ambos candidatos quedaron lejos de la mayoría absoluta y se vieron en la obligación de salir a buscar el apoyo de los postulantes que quedaron en el camino. A Piñera se le hizo más fácil: José Antonio Kast se plegó a su campaña sin condiciones. Sin embargo, Piñera se vio obligado a realizar gestos al mundo evangélico y a la familia militar, gestos que pueden alejarlo del votante moderado. Más condiciones puso Manuel José Ossandón para ponerse al servicio de la causa. El caudillo de Puente Alto forzó a Piñera a prometer gratuidad en la educación superior, una política que va contra las ideas de la derecha al respecto.

Los doctrinarios se preguntan si acaso vale la pena ganar a toda costa traicionando los principios. Felipe Kast, por su parte, ha sido el encargado de sumar apoyos del centro político, abogando por una coalición donde quepan actores más liberales en materias “valóricas”. Es dudoso, sin embargo que los respaldos que ha recibido Piñera de la tribu velasquista se traduzcan en un caudal electoral relevante.

En la otra vereda, Guillier vive su propia teleserie. No logró abrochar el apoyo institucional del Frente Amplio pero sí de sus figuras más importantes, entre ellas la propia Beatriz Sánchez. No ha cedido en todo lo que le han pedido pero sí se ha acercado con cierta ambigüedad -por ejemplo anunciando una condonación parcial del CAE. Aunque se le sumó oficialmente la DC varios en ese mundo han dicho que no votarán por Guillier. Son pocos, pero los medios conservadores disfrutan amplificándolos con megáfono.

5. Demasiado largo:

No han sido las mejores semanas para la política chilena. Los candidatos presidenciales en carrera no han sido inspiradores en su relato ni contundentes en su propuesta.No han añadido nada sustantivo a lo que ya sabíamos de ellos: Piñera ha estado más errático que en primera vuelta y Guillier ha mejorado levemente pero está lejos de ser una figura motivante.

Por sobre todo, está resultando eterno.Un mes entre la primera y la segunda vuelta es demasiado. Es cierto que entre medio hay que hacer espacio para la Teletón y un feriado religioso de escasa justificación secular, pero lo ideal sería que en el futuro estos períodos se acorten. De lo contrario la ciudadanía se hostiga, especialmente con una campaña que no se ha destacado por sus luces sino por sus sombras.

Tampoco tiene mucho sentido que los congresistas electos tengan que esperar cuatro meses para tomar posesión de sus cargos. Por si fuera poco, el gobierno en funciones debe convivir con seis meses de clima electoral, lo que es excesivo en períodos de cuatro años y agudiza el fenómeno del pato cojo. Que se termine luego.

Publicado en Las Últimas Noticias.

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