La vieja tontería

5 de Marzo 2017 Columnas Noticias

Ya han pasado tres años desde el eufórico inicio del gobierno de la Nueva Mayoría. Michelle Bachelet regresó al país con una agenda cargada de buena onda y buenas intenciones. El ímpetu refundacional fue alimentado por las elevadas expectativas que generó el discurso frente a la desigualdad. Y todo ocurría en el apogeo de una izquierda que dominaba y atizaba el escenario político sudamericano. Así, algunas promesas, propias del socialismo sesentero, caían sobre un terreno fértil de esperanzas. Aunque en tres años Sudamérica cambió, el país también y Piketty ya no está tan de moda una vez más caímos en el histórico y clásico fracaso de las políticas socialistas.

Con ironía podríamos decir que la Nueva Mayoría, con el paso del tiempo, podría convertirse en la Vieja Tontería. Una agenda cargada de buenas intenciones nos llevó en la dirección equivocada. Por caprichos ideológicos más propios de antaño, las grandes y emblemáticas reformas de Bachelet podrían terminar produciendo un efecto contrario al deseado. Como dice el viejo refrán el camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones. Y como dice el sentido común, la buena onda inicial que entusiasmó a los colaboradores de Bachelet y que contagió a los chilenos ha sido reemplazada por la porfiada e inexorable realidad.

Partamos por la reforma tributaria. La reforma en vez de simplificar nuestro sistema impositivo, lo complicó. En vez de incentivar el ahorro y la inversión, estimula el gasto y el consumo. Y en vez de favorecer a los ciudadanos más desfavorecidos, finalmente terminará favoreciendo a las personas de alto patrimonio. Si su intención era redistribuir para favorecer a los más pobres, terminó haciendo justo lo contrario.

Aunque hay que destacar la fortaleza institucional del Sil para adaptarse a tantos cambios complejos, la reforma no logró lo que proponía. Recordemos que el ex ministro Alberto Arenas, mientras veía algunos brotes verdes, planteaba que el corazón de la reforma era eliminar el FUT. Muchos advirtieron que no era una buena idea eliminarlo. Andrés Velasco propuso cobrar un interés sobre el FUT ahorrado. Ese demonio que incentivaba el ahorro fue reemplazado por un sistema de renta atribuida que obliga a tributar independiente de que la sociedad distribuya las utilidades y por el sistema semiintegrado que castiga a quienes ahorran. Y el “futazo”, mecanismo diseñado para limpiar el FUT histórico acumulado, permitió que contribuyentes de alto patrimonio convirtieran el FUT en FUNT pagando nada o muy bajos impuestos. Una vez más caímos en la vieja maldición de las políticas socialistas: la reforma mató la gallina de los huevos de oro para invertir y favoreció a un grupo de alto patrimonio que hoy prefiere gastar.

La chapucería de la reforma educacional merece pocas palabras. En vez de enfocarnos en los niños que no marchan, el eslogan fue la gratuidad. El daño que se le ha infligido al Instituto Nacional, que nos ha acompañado desde 1813 como un símbolo republicano del mérito y el esfuerzo, debe tener revolcándose en su tumba a Juan Egaña.

Para qué hablar de los demás liceos emblemáticos. Con en el eslogan de la igualdad y los derechos se desvanecieron los valores del mérito y la responsabilidad. Y la promesa de la gratuidad en la educación superior ha sido una teleserie que raya en el género de la tragicomedia. Simplemente un festival de desprolijidades y estulticia. Hoy, muchas buenas universidades están complicadas. Y posiblemente, de prosperar el arancel único, algunas muy malas universidades se verán favorecidas. Nuevamente la maldición del socialismo sesentero asoma su rostro.

La reforma laboral, el otro caso de estudio ya comenzó a dar sus primeras señales con la huelga de Escondida. Los trabajadores apoyados por sofisticados asesores, siguen en paro pidiendo beneficios que la gran mayoría de los chilenos ni siquiera pueden soñar. Saben que son privilegiados, pero tienen un excesivo poder de negociación sindical avalado por la nueva ley. Esta reforma también privilegiará a algunos por sobre los demás necesitados.

El bajo crecimiento económico, una expresión despreciada o al menos ignorada por algunos socialistas, ha tenido impacto en el empleo. En su campaña presidencial Piñera prometió crear un millón de empleos en su gobierno. Muchos no le creímos.

Pero la meta se cumplió. Hasta la fecha el gobierno de Bachelet sólo ha creado la magra cifra de 335.000 empleos. Lo preocupante es que casi un 60% son informales. En el mismo período de tres años, el gobierno de Piñera creó 816.000 empleos, de los cuales el 80% eran formales. Vaya diferencias.

En el Chile del siglo XXI esa idea de Orwell de que algunos son más iguales que otros sigue muy vigente. Están a la orden del día los prestigiosos nombramientos como premio por lealtad, pensiones obscenas, prebendas arbitrarias, pitutos y viajes en primera clase a nombre del pueblo. Mientras tanto, la vieja izquierda socialista sigue dando muestras de inconsecuencia moral. Basta ver las recientes declaraciones de Teillier intentando explicarnos que sí hay democracia en Cuba.

Aunque la realidad ha cambiado, al parecer Bachelet y sus prioridades de gobierno no lo han hecho. Ya no importan las encuestas o lo que quieran los chilenos. Sólo parecieran importar el programa y sus promesas refundacionales. Todo esto me recuerda esa famosa frase que se le atribuye a Keynes: When the facts change, I change my mind.

What do you do, sir? Pero no debemos olvidar que Keynes fue un capitalista. Y Bachelet demostró ser una socialista a la antigua.

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