La última tentación

6 de Mayo 2018 Columnas

La visita al país de Mario Vargas Llosa dejó una secuela impensada: por esas cosas que solo el azar o el psicoanálisis pueden explicar, el Nobel de Literatura fue testigo del último vestigio con el que un sector de la derecha todavía busca revestir de legitimidad histórica a la dictadura militar. De algún modo, la devastación moral causada por las violaciones a los DD.HH. sigue siendo para no pocos un karma imposible de elaborar, una sombra de horror que no ha podido ser amputada de los eventuales aspectos positivos de la “obra restauradora”.

El escritor peruano es sin duda un caso emblemático de travesía entre el marxismo juvenil y la madurez liberal, y es también un ferviente partidario de los gobiernos de Sebastián Piñera. Quizás por eso el director de la Fundación para el Progreso -Axel Kaiser- pensó que podía usar una pública conversación con el novelista, para intentar revestir al régimen de Pinochet al menos de la virtud de la diferencia con las dictaduras de izquierda que todavía subsisten en el continente, en particular, con la que hoy ostenta la responsabilidad de haber conducido a Venezuela a una dramática crisis humanitaria.

La pregunta que en ese diálogo recibió Vargas Llosa buscaba hacerlo “conceder” la diferencia entre la Venezuela de Maduro y el Chile de Pinochet, precisamente en virtud del contraste entre sus resultados socioeconómicos. En síntesis, se intentó hacerlo reconocer que no todas las dictaduras son igualmente condenables, y que en función de los avances mostrados por Chile desde los ’90 podría sostenerse que hay dictaduras, si no buenas, por último “menos malas”.

Pero no: el escritor no se dejó arrastrar ni un milímetro a ese juego y cuestionó los fundamentos de la pregunta. Y su respuesta fue un gigantesco tapaboca no solo para su interlocutor, sino para todos aquellos que desde siempre han intentado usar los avances del país, como una forma de absolver, aunque sea parcialmente, a la dictadura de Pinochet. La tentación de contextualizar, explicar o por último “compensar” las sistemáticas violaciones a los DD.HH. ocurridas durante esos años, en función de logros económicos que pueden asociarse a políticas implementadas durante el mismo período (algo también discutible), resulta a estas alturas sorprendente e inaceptable, más aun viniendo de un joven abogado que se ha convertido en referente del pensamiento liberal en el debate público.

Al final del día, la explicación de este gaffe no es otra que la dificultad que todavía persiste en ciertos sectores para aceptar lo obvio: todas las dictaduras violan los DD.HH., abusan del poder y cercenan la libertad. Todas dejan una herencia de abusos y muerte, y en Chile la dictadura militar fue especialmente prolífica en horrores reiterados. En efecto, sus atrocidades no fueron “excesos” individuales sino el resultado de una política sostenida en el tiempo, planificada al más alto nivel.

Mal que les pese todavía a pocos o a muchos, cuando un régimen comete crímenes de esa naturaleza y envergadura, se cancela toda posibilidad de valorar o intentar poner en perspectiva cualquier otra dimensión de su “obra”. Esa lección histórica es quizá lo único positivo que se puede extraer de tales horrores.

Publicada en La Tercera.

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