Con un periplo de cuatro años a cuestas estamos frente a la impajaritable y dura facticidad: crisis de seguridad, economía destartalada, sistema político disfuncional, gobierno bipolar y la misma constitución. El Uróboro en el plinto del ausente general Baquedano expresó nuestra realidad social: una serpiente que eternamente se devora y crea a sí misma.
La izquierda se farreó el primer proceso y su anhelo histórico, hundiéndose en una ciénaga de adanismo redentor. La derecha, y sobre todo republicanos, el segundo. La torpeza –la palabra que mejor lo describe– de republicanos es asombrosa. El mandato ciudadano para liderar era un lujo de oportunidad para un partido por muchos considerado extremo y misógino al punto de marcar un Rubicón moral (por eso Kast perdió contra Boric, y por eso perdería contra Bachelet). Pero prefirieron introducir la protección de la vida de “quien” está por nacer. Más allá de tecnicismos, despertar la impresión de que se podría impugnar la ley de aborto en tres causales en un país en que el 80% está a favor de alguna forma de aborto, demuestra su falta del sentido común que tanto precian. Quizás solo fueron fieles a su naturaleza; como el escorpión que prefiere irse a pique antes que cooperar con la rana en su propio beneficio. En ese momento firmaron el fracaso.
La alienación entre los partidos políticos y la ciudadanía es evidente. Los lenguajes ciudadanos y de la política no son ni deben ser los mismos. Los buenos políticos traducen y así interpretan. Pero en estos procesos se inventaron jerigonzas que nadie podía hacer suyas. Y así les fue, como a los hablantes de esperanto que todavía apuestan por su lingua universal. Lo triste es que la propuesta de los expertos habría funcionado. Es triste por el elefante en la habitación que descubre y que nadie quiere ver: la participación ciudadana, más o menos directa en el primer proceso o mediada por partidos en el segundo, impidió llegar a una constitución con la que todos podamos vivir.
¿Y ahora qué? En mi opinión, reconocimiento sobrio de la facticidad de la constitución actual y compromiso con el marco jurídico que proporciona; aceptar que no hay adanismos productivos, sino un proceso largo en que vamos tejiendo fibras con reformas sucesivas según el espíritu de los tiempos. Recuerde el kintsugi, la técnica japonesa para reparar objetos rotos con oro que deja a la vista las fracturas. Podemos considerar de ese modo nuestra constitución y nuestra vida en común. Partiendo de la fractura social, de una constitución impuesta, de una dictadura que mostró lo peor que podemos ser como sociedad, vamos construyendo dejando a la vista las fracturas de la historia. Es también un memento mori que nos recuerda que la vida social es frágil y hay que cuidarla.
Quizás el dicho está errado, y contra la tontera sí hay remedio. Ojalá.
Publicada en La Segunda.