La siembra y la cosecha

3 de Junio 2019 Columnas

Esta semana conocimos una realidad de alto impacto: según un estudio nacional de formación ciudadana, aplicado por la Agencia de Calidad de la Educación a estudiantes de octavo básico, un tercio de los entrevistados considera legítimo el uso de la violencia para conseguir aquello que desea; a su vez, entre otras respuestas sorprendentes, el 66% de los escolares está de acuerdo con que la gente castigue a los delincuentes con sus propias manos, es decir, tal como ocurre en las llamadas “detenciones ciudadanas”.

La normalización de la violencia y del uso de la fuerza para obtener lo que se quiere es un preocupante signo de los tiempos, una época donde el individualismo y el deterioro de la convivencia son caras de una misma moneda. Los factores que explican esta realidad son muchos y responden a dimensiones globales y locales, pero hay uno que sin duda es insoslayable en el Chile actual: llevamos casi una década con sectores políticos que aplauden, justifican o al menos relativizan el uso de la violencia por parte del movimiento estudiantil; que avalan la realización de paros, tomas de establecimientos y el que grupos de estudiantes puedan coartar por la fuerza el derecho de aquellos que quiere seguir asistiendo a clases.

Una rápida y simple revisión de las declaraciones realizadas por importantes dirigentes políticos, desde las movilizaciones de 2011 hasta la fecha, ilustra sin ambages el piso de legitimación política que el uso de la fuerza tuvo y sigue teniendo. Cuando el movimiento estudiantil irrumpió en el primer gobierno de Sebastián Piñera, los paros y las tomas de establecimientos eran literalmente aplaudidos por la oposición, que vio en dichas acciones el medio perfecto para generar las condiciones de su retorno al poder. Hoy, el símbolo de este largo proceso de normalización de la violencia estudiantil es la autodestrucción aparentemente irreversible del Instituto Nacional, durante décadas “faro de luz” de la República, ahora convertido casi en un manicomio.

¿Qué dicen frente a esto los dirigentes políticos y estudiantiles que durante años estuvieron defendiendo, justificando o guardando silencio ante los interminables paros, tomas y pérdida de clases? Obviamente no dicen nada; se usó a niños y jóvenes cuando fue conveniente, los hicieron sentirse verdaderos “mesías” del futuro y del nuevo modelo, y hoy que las consecuencias empiezan a estar a la vista, miran desde la galería, sin asumir ninguna responsabilidad.

Ahora el país cosecha la siembra: un porcentaje escalofriante de adolescentes considera la violencia como medio legítimo para conseguir sus fines, y el uso de la fuerza se asume como una manera “normal” de resolver problemas. Realidades psicosociales muy complejas de abordar, más aún cuando los actores públicos que han fomentado todo esto no tienen ningún interés en cambiar de conducta.

No es difícil imaginar el tipo de sociedad que los jóvenes de hoy van a construir el día de mañana, si en el trayecto no son capaces de desprenderse de lo que otros les enseñaron a pensar.

Publicado en La Tercera. 

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